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El país sigue oscurecido

La hora apesadumbra ha rebasado la pasividad; el aire sabe a azufre, los cielos están nublados y la desesperanza hace tiempo se asentó en el nido con temor. Ya no hay ilusiones...

  • RAFAEL DEL NARANCO

30/05/2020 05:00 am

En Venezuela, tras haber dejado extenuados en estos años a sus ciudadanos, el presente sigue envuelto en desaliento sin otearse una posible esperanza.

La política esparcida sobre el país está repleta de angustias sin levantar perspectivas. La nación se expande sobre una actitud fallida cubriéndola de corrupción, mientras el terruño con más reservas de petróleo del planeta no produce combustible, y enunciar eso, si no fuera funesto, sería -por expresar algo- hallarnos ante una cantinflada. 

El chavismo, que llegó con esperanza hace 21 años, se apropió de la voluntad política a cambio de un “orden-orden” vejatorio cuyas consecuencias han sido –y siguen siendo– dramáticas.

Vivir en democracia es hacerlo con riesgo y con dudas, porque se trata de una forma de cultura que por su responsabilidad exige, más que ningún otro sistema político, envolverla en análisis, reflexión y decisiones compartidas con todas las toldas políticas. 
 
Existe una teoría cíclica basada en el desarrollo de las civilizaciones. En ella se afirma que éstas no son sino el resultado de la respuesta de un grupo humano a los desafíos que soporta, ya sean naturales o sociales. 

Ese día marcado, cruzar la esperanza dependerá de cada uno de los ciudadanos defensores de los valores perdurables de la república. 

Partiendo de esa suposición, unos pueblos progresan cuando su respuesta a un desafío patrio estimula una serie de retos centrados en la separación de poderes, y es que una nación decae como resultado de su impotencia para enfrentarse a unos gobernantes que han resquebrajado los zócalos democráticos.
 
Hemos escrito en otros instantes cruciales ante una exactitud perdurable: o se dialoga con total apertura llamando a la oposición encabezada por Juan Guaidó, o el despotismo nos cercenará, ya que el país, o es de todos, o terminará siendo de nadie.
 
Nicolás Maduro ha demostrado nervio. Viene luchando con tesón, y en la presidencia, punteada por las Fuerzas Armadas, ha sacado brío, pero falló en la conversa ineludible, ya que sin ella es imposible una comunicación apremiantemente necesaria ahora mismo. De lo contrario, todo se puede ir al barranco, y ante tan punzante situación, la animadversión general podrá llegar a los extremos más exacerbados.
 
Se están cometiendo errores. La crisis económica hace estragos en todas las parcelas. Las órdenes de hoy se anulan mañana. En los cuarteles no todo es serenidad y santa paz. Hay rendijas, desasosiego, cansancio y una tensión permanente. 

Ante esa situación, la herencia de Hugo Chávez hizo aguas, y mientras, el nuevo timonel que maneja el barco, sigue sin comprender las cartas de navegación. De continuar así, la gabarra gubernamental se estrellará contra los farallones. Y cuando ese drama llegue a su punto más álgido, la obediencia se torna adulación y la decadencia púdica se babea ante el rastrerismo yerto. 

Cuidado, hay borrascas que no suelen verse hasta que no llegan a los arrecifes.

No estoy en Venezuela, y aún así el país pervive cada día dentro de nuestro espíritu agradecido, ya que no habiendo nacido a la sombra del Waraira Repano, mamé parte de mi vida a la luz de su cobijo.

El gobierno de raíces chavistas no está dispuesto a ceder su poder imperioso sobre su proyecto excluyente, siendo, a balance de esa dureza, que la democracia, aún estando rodeada de obstáculos y saturada de fuerzas antimotines, debería, si hubieran unas próximas elecciones, captar los derechos inalienables que corresponden a toda sociedad libre. 

No es ésta una frase al voleo, encierra eso sí, el sentir de una sociedad que continúa, desde hace dos décadas, buscando su destino sobre parámetros ideológicos acordes con su idiosincrasia. 

Las naciones nacieron pataleando por sus derechos hieráticos sin descanso, una y otra vez, miles de veces. Caían, se levantaban, y seguían enfrentándose a piquetes, alambradas, tanquetas, gases y la voz ronca de uniformados sosteniendo en sus timbales ocultos en las gargantas, órdenes represivas venidas de los mansiones de los autócratas, contra la vibrante fuerza de las protestas.
 
La hora apesadumbra ha rebasado la pasividad; el aire sabe a azufre, los cielos están nublados y la desesperanza hace tiempo se asentó en el nido con temor. Ya no hay ilusiones, sino pesadillas, y solamente a lo lejos, parece levantarse un resquicio de ensoñación sobre una raya lejana que anhela hallar una perspectiva-país justa para todos.

rnaranco@hotmail.com




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