El tiempo de nuestra vida
Los cielos, debido a la polución y las luces de las metrópolis, han dejado de asumir el portentoso misterio que le daban nuestros antepasados, y es que ellos solían, cada noche, mirar la bóveda astral
Hace un largo período venimos comprobando que la edad nos ha ido conduciendo hacia los senderos en donde los años que vamos asumiendo jadean nuestras andaduras irrevocables.
Aviso a navegantes: no se trata de arrinconarse, sino de ir saliendo del lapso que nos acompaña, y en esa cuestión, la existencia dadivosa avala que continuáramos percibiendo la luz reconfortablemente del día a día.
En otro concepto, revelamos no tenerle aprensión al envejecimiento, y sí a la dolencia que pueda llegar, afirmando que nuestro camino ha sido hasta aquí accesible y desprendido.
Sobre el anaquel del tálamo, aún conservo “La Ilíada”, “La Odisea”, “Memorias de Adriano”, “El Gatopardo” y los versos de Antonio Machado. Suficiente equipaje para cruzar, llegado el momento, el río Escamandro, deseando que ese crucial momento se halle pavonado de hojuelas y flores de primavera.
Si la Eternidad llama, lo que uno diga, medite o batalle en ese instante será una insignificante brizna sobre un tiempo inmemorial.
El pensamiento contemporáneo, zona en que la filosofía antropológica ubica de las ideas, es un resguardo del espíritu, en el cual la materia corporal, el sentido de la vida, la sexualidad, el yo y el tú, y hasta la ética de la perplejidad, se inundan de percepciones pretendiendo comprender lo que no entendemos y, aún así, lo hacemos con la finalidad de darle sentido a nuestro contexto humanístico.
Recordamos que el alemán Johannes Kepler, cuyo conocimiento – entre otras cardinales acciones- se centró en el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del sol, nos dejó un dictamen en forma científica y la vez poética:
“No nos preguntemos qué propósito útil es el canto de los pájaros, cantar es su deseo desde que fueron creados para hacerlo. Del mismo modo no debemos preguntarnos por qué la mente humana se preocupa por penetrar los secretos de los cielos. Y sí la diversidad de los fenómenos de la Naturaleza es tan grande y los tesoros que encierran los cielos tan ricos, es precisamente para que la mente del hombre nunca se encuentre carente de su aliento fundamental”.
Pensamientos asombrosos
Esas agradables expresiones han ayudando a que los hombres y mujeres no nos sintamos ausentes de preguntas ineludibles ante la grandeza de un Universo en el cual vivimos, y en cuyo lugar, los humanos han abierto con sus pensamientos asombrosos –y añadiríamos, con perdón, omnipotentes- el alivio de ver más allá de las estrellas y profundizar en los valores incontables del espíritu, esa brisa tierna que nos hace amar, reír, suspirar, dudar y expandirnos sobre el Cosmos ilimitado.
Esa ciencia sorprendente y necesaria, es parte del discernimiento que nos embarga cuando nos enfrentamos a los prodigios celestes, naturales sin duda, pero que, debido a tanta incertidumbre y al deseo de trascender más allá de las estrellas, nos acerca a indagar el enigma de la Creación sobre la naturaleza de nosotros mismos, al considerarnos seres de una ínfima pequeñez.
Los cielos, debido a la polución y las luces de las metrópolis, han dejado de asumir el portentoso misterio que le daban nuestros antepasados, y es que ellos solían, cada noche, mirar la bóveda astral y descubrir los prodigios del Universo insondable frente a su enormidad incomprensible.
Los umbrales de la vida
Aún así, el “agujero luminoso” es otra oportunidad que nos ayuda a comprender los umbrales de la vida, el gran misterio del cual solamente conocemos con certeza que el varón y la hembra son una vivencia sorprendente para discernir la pequeña realidad de la tierra y la enorme inmensidad del Cosmos.
Poseemos certezas -y nadie lo pone en duda– de que el planeta azul se formó, hace unos 4.000 millones de años, debido a una amalgama de gases conteniendo hierro, níquel, silicio y diversos materiales orgánicos humedecidos.
Cada una de las religiones presentes ha surgido ahí sobre dudas permanentes con la misión de encauzar sus gimoteos recubiertos de terroríficos temores.
El monoteísmo es una entelequia de Moisés. Hace 3.400 años, tras salir de Egipto, cruzar el Mar Rojo y adentrarse en el desierto de Sinaí, recibió los diez mandamientos en la voz de Jehová basados en valores púdicos. Sobre ellos germinaron las esperanzas de un judaísmo que aún perduran y, siglos después, el pan, los peces y el aguamiel del cristianismo nos ha ido marcando.
rnanranco@hotmail.com
Aviso a navegantes: no se trata de arrinconarse, sino de ir saliendo del lapso que nos acompaña, y en esa cuestión, la existencia dadivosa avala que continuáramos percibiendo la luz reconfortablemente del día a día.
En otro concepto, revelamos no tenerle aprensión al envejecimiento, y sí a la dolencia que pueda llegar, afirmando que nuestro camino ha sido hasta aquí accesible y desprendido.
Sobre el anaquel del tálamo, aún conservo “La Ilíada”, “La Odisea”, “Memorias de Adriano”, “El Gatopardo” y los versos de Antonio Machado. Suficiente equipaje para cruzar, llegado el momento, el río Escamandro, deseando que ese crucial momento se halle pavonado de hojuelas y flores de primavera.
Si la Eternidad llama, lo que uno diga, medite o batalle en ese instante será una insignificante brizna sobre un tiempo inmemorial.
El pensamiento contemporáneo, zona en que la filosofía antropológica ubica de las ideas, es un resguardo del espíritu, en el cual la materia corporal, el sentido de la vida, la sexualidad, el yo y el tú, y hasta la ética de la perplejidad, se inundan de percepciones pretendiendo comprender lo que no entendemos y, aún así, lo hacemos con la finalidad de darle sentido a nuestro contexto humanístico.
Recordamos que el alemán Johannes Kepler, cuyo conocimiento – entre otras cardinales acciones- se centró en el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del sol, nos dejó un dictamen en forma científica y la vez poética:
“No nos preguntemos qué propósito útil es el canto de los pájaros, cantar es su deseo desde que fueron creados para hacerlo. Del mismo modo no debemos preguntarnos por qué la mente humana se preocupa por penetrar los secretos de los cielos. Y sí la diversidad de los fenómenos de la Naturaleza es tan grande y los tesoros que encierran los cielos tan ricos, es precisamente para que la mente del hombre nunca se encuentre carente de su aliento fundamental”.
Pensamientos asombrosos
Esas agradables expresiones han ayudando a que los hombres y mujeres no nos sintamos ausentes de preguntas ineludibles ante la grandeza de un Universo en el cual vivimos, y en cuyo lugar, los humanos han abierto con sus pensamientos asombrosos –y añadiríamos, con perdón, omnipotentes- el alivio de ver más allá de las estrellas y profundizar en los valores incontables del espíritu, esa brisa tierna que nos hace amar, reír, suspirar, dudar y expandirnos sobre el Cosmos ilimitado.
Esa ciencia sorprendente y necesaria, es parte del discernimiento que nos embarga cuando nos enfrentamos a los prodigios celestes, naturales sin duda, pero que, debido a tanta incertidumbre y al deseo de trascender más allá de las estrellas, nos acerca a indagar el enigma de la Creación sobre la naturaleza de nosotros mismos, al considerarnos seres de una ínfima pequeñez.
Los cielos, debido a la polución y las luces de las metrópolis, han dejado de asumir el portentoso misterio que le daban nuestros antepasados, y es que ellos solían, cada noche, mirar la bóveda astral y descubrir los prodigios del Universo insondable frente a su enormidad incomprensible.
Los umbrales de la vida
Aún así, el “agujero luminoso” es otra oportunidad que nos ayuda a comprender los umbrales de la vida, el gran misterio del cual solamente conocemos con certeza que el varón y la hembra son una vivencia sorprendente para discernir la pequeña realidad de la tierra y la enorme inmensidad del Cosmos.
Poseemos certezas -y nadie lo pone en duda– de que el planeta azul se formó, hace unos 4.000 millones de años, debido a una amalgama de gases conteniendo hierro, níquel, silicio y diversos materiales orgánicos humedecidos.
Cada una de las religiones presentes ha surgido ahí sobre dudas permanentes con la misión de encauzar sus gimoteos recubiertos de terroríficos temores.
El monoteísmo es una entelequia de Moisés. Hace 3.400 años, tras salir de Egipto, cruzar el Mar Rojo y adentrarse en el desierto de Sinaí, recibió los diez mandamientos en la voz de Jehová basados en valores púdicos. Sobre ellos germinaron las esperanzas de un judaísmo que aún perduran y, siglos después, el pan, los peces y el aguamiel del cristianismo nos ha ido marcando.
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