Historias de la Violencia: La mujer que volvió de la muerte
La doctora Raiza Ruiz fue declarada muerta por las autoridades a pesar de que sus restos no fueron localizados
Muy pocos pueden decir que volvieron de la muerte, y menos aún pueden decir que a pesar de estar físicamente vivos estuvieron varios años legalmente muertos. Esta es la historia de la doctora Raiza Ruiz, quien luego de un accidente de aviación fue declarada muerta y enterrada, pero días más tarde se descubriría que lo que habían enterrado eran unos pocos huesos de animales y unas bolsas de cal.
Esta historia se inició el primero de septiembre de 1981, cuando la aeronave Cessna 207 YV-244C que cubría la ruta Puerto Ayacucho-San Fernando de Atabapo-Maroa-San Carlos de Río Negro, en el estado Amazonas, se precipitó a tierra con cuatro personas abordo: Rómulo Ordoñez, capitán de la nave; José Manuel Herrera, juez colombiano; Salvador Mirabal, policía colombiano, y Raiza Ruiz, quien cumplía el servicio rural, requisito para recibir su título de médico.
La aeronave partió con clima normal y al poco tiempo de vuelo una densa niebla hizo que el piloto se desorientara, luego una serie de hechos culminaron con el avión hecho trizas contra la densa selva. Uno de los pasajeros murió tras el impacto y los otros tres se encontraban heridos, quemados y fracturados.
Tras las horas iniciales de incertidumbre y de verse en la nueva realidad, los sobrevivientes hicieron algo no recomendado por rescatistas, partieron del lugar del siniestro buscando ayuda, algo que ha sido criticado, pero habría que ponerse en los pies de las víctimas y en esas mismas condiciones preguntarse si se tomaría otra decisión, si en medio de dolores inimaginables y de los peores temores, ante el riesgo de morir abandonado en la selva, ¿no intentaría buscar ayuda y salvar su vida?
A pesar de las esperanzas iniciales, el destino estaba sellado para dos de ellos, que murieron intentando salvarse. Raiza quedó sola, vagó por el infierno verde y quizá al borde de abandonarlo todo pudo pensar quedarse tendida en medio de la inmensidad esmeralda, esperando una muerte que llegaría acompañada de aterradores sonidos nocturnos y de insectos que literalmente la devoraban viva.
Entre sollozos y gritos mientras intentaba conseguir alguna respuesta pasaron los días hasta que, casi al borde de la muerte, fue localizada por unos niños indígenas de la etnia Baré, quienes la rescataron.
Con graves e infectadas quemaduras y heridas fue trasladada a un poblado donde los nativos le dieron primeros auxilios entre rezos y cánticos, luego la llevaron por el Río Negro hasta San Carlos de Atabapo, donde no pudieron darle la ayuda que requería porque los médicos habían ido a Caracas… a su entierro.
Ruiz, tras recibir asistencia, fue trasladada en avioneta a Puerto Ayacucho. Nuevamente, un avión, nuevamente una tormenta y para colmo no había luz en la ciudad, los temores volvieron y pensó que de esa no se salvaría, pero sin mayores novedades aterrizaron.
Allí fue atendida, ingresada y trasladada a la unidad de terapia intensiva, donde la estabilizaron, al salir se enteró de que la habían declarado muerta. El 7 de septiembre, en medio de los novenarios por su muerte, Raiza Ruiz pudo comunicarse con su familia.
Tras el revuelo causado por su aparición, se exhumaron los restos y se determinó que en el ataúd sellado se encontraban huesos de lapa, costillas de venado y un saco de cal. Sin un cadáver, sin una autopsia, sin identificación, se había emitido un certificado de defunción. Unos y otros se acusaban, mientras tanto Raiza estaba legalmente muerta, pero vivita y coleando.
Pasaron los años y mucho tiempo perdido haciendo lobby a políticos de turno para recuperar legalmente su vida. Al final, al parecer las cosas se arreglaron solas y Ruiz continuó adelante como médico.
Con mucha ironía dice que cuando le toque morir, esta vez en verdad, se verá qué pasó con su situación, pero que por ahora está pendiente es de vivir.
Esta historia se inició el primero de septiembre de 1981, cuando la aeronave Cessna 207 YV-244C que cubría la ruta Puerto Ayacucho-San Fernando de Atabapo-Maroa-San Carlos de Río Negro, en el estado Amazonas, se precipitó a tierra con cuatro personas abordo: Rómulo Ordoñez, capitán de la nave; José Manuel Herrera, juez colombiano; Salvador Mirabal, policía colombiano, y Raiza Ruiz, quien cumplía el servicio rural, requisito para recibir su título de médico.
La aeronave partió con clima normal y al poco tiempo de vuelo una densa niebla hizo que el piloto se desorientara, luego una serie de hechos culminaron con el avión hecho trizas contra la densa selva. Uno de los pasajeros murió tras el impacto y los otros tres se encontraban heridos, quemados y fracturados.
Tras las horas iniciales de incertidumbre y de verse en la nueva realidad, los sobrevivientes hicieron algo no recomendado por rescatistas, partieron del lugar del siniestro buscando ayuda, algo que ha sido criticado, pero habría que ponerse en los pies de las víctimas y en esas mismas condiciones preguntarse si se tomaría otra decisión, si en medio de dolores inimaginables y de los peores temores, ante el riesgo de morir abandonado en la selva, ¿no intentaría buscar ayuda y salvar su vida?
A pesar de las esperanzas iniciales, el destino estaba sellado para dos de ellos, que murieron intentando salvarse. Raiza quedó sola, vagó por el infierno verde y quizá al borde de abandonarlo todo pudo pensar quedarse tendida en medio de la inmensidad esmeralda, esperando una muerte que llegaría acompañada de aterradores sonidos nocturnos y de insectos que literalmente la devoraban viva.
Entre sollozos y gritos mientras intentaba conseguir alguna respuesta pasaron los días hasta que, casi al borde de la muerte, fue localizada por unos niños indígenas de la etnia Baré, quienes la rescataron.
Con graves e infectadas quemaduras y heridas fue trasladada a un poblado donde los nativos le dieron primeros auxilios entre rezos y cánticos, luego la llevaron por el Río Negro hasta San Carlos de Atabapo, donde no pudieron darle la ayuda que requería porque los médicos habían ido a Caracas… a su entierro.
Ruiz, tras recibir asistencia, fue trasladada en avioneta a Puerto Ayacucho. Nuevamente, un avión, nuevamente una tormenta y para colmo no había luz en la ciudad, los temores volvieron y pensó que de esa no se salvaría, pero sin mayores novedades aterrizaron.
Allí fue atendida, ingresada y trasladada a la unidad de terapia intensiva, donde la estabilizaron, al salir se enteró de que la habían declarado muerta. El 7 de septiembre, en medio de los novenarios por su muerte, Raiza Ruiz pudo comunicarse con su familia.
Tras el revuelo causado por su aparición, se exhumaron los restos y se determinó que en el ataúd sellado se encontraban huesos de lapa, costillas de venado y un saco de cal. Sin un cadáver, sin una autopsia, sin identificación, se había emitido un certificado de defunción. Unos y otros se acusaban, mientras tanto Raiza estaba legalmente muerta, pero vivita y coleando.
Pasaron los años y mucho tiempo perdido haciendo lobby a políticos de turno para recuperar legalmente su vida. Al final, al parecer las cosas se arreglaron solas y Ruiz continuó adelante como médico.
Con mucha ironía dice que cuando le toque morir, esta vez en verdad, se verá qué pasó con su situación, pero que por ahora está pendiente es de vivir.
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