Imponerse en los momentos precisos
Desde bebé, Alberto Veloz Guzmán aprendió a superar obstáculos. Perder un ojo no fue excusa para no tener una vida plena y hacer “lo que le diera la gana”. Un hombre lleno de generosidad
CAROLINA JAIMES BRANGER
ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
A los 7 años ya tenía su corbatín FOTO CORTESÍA
-Un carcinoma cuando apenas tenías un año llevó a que te extirparan un ojo. ¿Cómo lograron tus padres que crecieras como un niño sin complejos después de eso?
-Interesante pregunta porque como siempre me he considerado absolutamente normal, nunca me había planteado que he debido tener una educación especial o diferente por ser monovidente y no fue así. Mis padres me criaron igual que a todos mis hermanos, siendo el menor de cuatro. Las nalgadas y castigos eran iguales para mí que para los demás, nunca hicieron diferencia en nada, la situación de tener una prótesis como ojo no me daba supremacía ni jamás fue un pasaporte o un aval para que yo hiciese lo que me viniera en ganas, todo lo contrario debía demostrar que yo era normal, bueno de hecho lo soy. La primera recomendación que le dijeron los médicos a mis padres antes de regresar a Caracas, la operación me la hicieron en Nueva York en el año 1951, fue que me educaran en la más absoluta normalidad ya que la ausencia total de la visión por un ojo no es obstáculo para tener una vida plena. Desde el punto de vista fisiológico, el cerebro forma las imágenes de una manera automática aun cuando nunca se haya visto por dos ojos y la visión es la misma. Simplemente en lugar de ser 180 es 90 grados.
Pero no todo tiene desventajas. Por ejemplo: estudié toda la primaria en el Colegio San Agustín de El Paraíso. La educación de los sacerdotes españoles de la época era bastante retrógrada en el sentido de las reprimendas y la manera de "castigar". Si el alumno no se sabía alguna lección o hablaba en clases, el castigo era escribir 100 veces, 200 veces, hasta mil veces la frase: "No debo hablar en clases". Por supuesto yo utilizaba mi condición de monovidente y le dije a mis padres: Deben hablar con el cura porque yo no puedo escribir esa cantidad de líneas porque se me cansa la vista, lo que era falso, porque las podía hacer, pero me parecía absurdo ese tipo de castigos. Solo me mandaban hacer 20 líneas y yo muy orondo se las enseñaba a mis compañeros, entre ellos a mi colega y amigo de infancia Eduardo Sapene Granier, quien pretendía asustarme diciéndome: “te van a regañar, tenías que escribirlas 200 veces” y yo me reía porque ya estaba pactado que no las haría completas. Eso es aprovechar las condiciones y situaciones que te da la vida, sacarle provecho a las circunstancias.
La primera vez que me debía hacer el examen para optar por la licencia de conducir me examinaron tres médicos de muy avanzada edad y me estamparon un sello gigante en mi documento que señalaba: “Inutilizado para conducir vehículos automotores”. Pedí explicación y me dijeron que yo no tenía sentido de la profundidad, lo que no es cierto, la tengo y perfecta, por cierto yo dibujo perspectivas, diseño de interiores, etc. pero ese es otro tema. Me fui de la consulta médica vial y la depresión me duró como 5 minutos, en mi diccionario no existe esa palabra. Al tiempo tuve que regresar para acompañar a una amiga y aproveché para volver a optar por el certificado y los tres médicos de avanzada edad ya no estaban, ahora su lugar lo ocupaban tres galenos jóvenes; cuando expliqué que yo tenía años manejando y les comprobé que si tengo el sentido de profundidad desarrollado me extendieron el certificado.
Aunque debo comentar que mis padres venían de una educación y de una época en la que no se debía dar a conocer detalles de la vida íntima. Carcinoma, tumor o como se llamase lo que yo tenía de una manera congénita, no eran precisamente palabras que se acostumbrasen a comentar o decir públicamente. Ellos me decían que si alguien preguntaba yo debía responder que me había golpeado, o cualquier excusa, pero no la verdad. Siempre he tenido una personalidad bastante definida y nunca hago las cosas, o las dejo de hacer por el “qué dirán”, la opinión de los demás la acepto si me conviene, si estoy de acuerdo o si yo mismo la solicité, de resto no hago mucho caso, sin caer en el término de ser maniqueísta, lo que significa que siempre dije lo que tenía, nunca inventé alguna excusa diferente a la causa médica.
Esto me trae a la memoria otra situación relacionada con la prótesis. Cuando comencé a estudiar periodismo, hace 50 años en la Universidad Central de Venezuela, los primeros días de clases un grupo de estudiantes “muy curiosos” como buenos futuros periodistas nos acercamos a la Facultad de Medicina porque queríamos ver a los muertos, y en efecto los vimos. Cadáveres a medio abrir para su estudio. Casualmente ese día estaba un amigo de mi hermano en ese salón de clases. Yo les dije que si querían ver mi prótesis. Por supuesto los estudiantes de medicina respondieron al unísono que sí. De la manera más normal me la saqué y la enseñé como suelo hacerlo normalmente y hasta allí todo quedó como una simple curiosidad. En la noche, cuando regresé a mi casa, me esperaba una “junta de familia” (mis padres, hermanos y una tía que vivía con nosotros) todos, con caras largas y de disgusto, me dijeron que estaba muy mal que yo me sacara el ojo delante de todo el mundo y mil cosas más. De inmediato les respondí: “A partir de este momento me saco el ojo delante de quien yo quiera, a la hora que se me ocurra y como desee hacerlo”, por supuesto esto estaba acompañado de la expresión: “… cuando me dé la gana”. Hasta allí llegó el complejo de ellos, porque yo nunca lo tuve. Y no se habló más de este tema. Es cuestión de imponerse en el momento preciso.
Dándole la bienvenida a Sofía Reina de España, durante su visita a la Fundación del Niño
-Háblame de tu educación en un hogar de clase alta, ¿qué te enseñaron que eres tan sencillo y encantador?
-Parte de la respuesta está implícita en la anterior, pero podría agregar que ningún ser humano está por encima de mí, pero tampoco por debajo. La clave está en tratar a todos por igual, siempre con respeto y educación. Cuando veo tantas injusticias que se cometen a diario, en cualquier sociedad, tengo sentimientos encontrados de rabia, ofuscación, tristeza e impotencia. Siempre trato de ponerme en los zapatos del otro, de comprenderlo y analizar su situación.
No me ruboriza que comentes que soy “encantador”. Eso me viene dado por mi alegría de vivir y sentirme amado, querido, respetado, útil en la medida en que puedo serlo y agradecido a Dios. Cuando tengo la ocasión de servir a alguien, trato de hacerlo. Uno debe devolverle a la sociedad lo que ésta te ha dado y por eso debo corresponder.
Junto a los siempre recordados María José Romero de Tudela y José Rafael Tudela Reverter en la celebración de una de las ediciones de la Cena de la Competencia a beneficio de la Ciudad de los Muchachos
-Entiendo que en una época de tu vida quisiste ser escenógrafo o arquitecto. ¿Qué te llevó a ser periodista?
-Siempre me han fascinado las formas y la arquitectura es forma y diseño. Cuando supe que me iba a enfrentar a los números y cálculos me aparté, no soy amigo de ellos. El diseño de escenografías también es una pasión. De niño dibujaba y dibujaba cientos de escenarios de teatro con telones y más telones, paneles pintados a manera de bosques o grandes salones, diseño escenográfico en su sentido más infantil, puro y literal. Mi delirio era ir al Teatro Municipal o al Nacional y ver como se abrían los cortinajes y descubrir el mundo artificial-real que quería representar algo que en realidad no estaba allí. Llegó el momento de inscribirme en la universidad y decidir entre Diplomacia y Comunicación Social. Y como comunicador social, mención Publicidad y Relaciones Públicas me licencié en marzo de 1974. Además lo llevo en la sangre por mi tío Gonzalo Veloz Mancera, pionero de la radio y televisión venezolana.
Visita de Mario Moreno "Cantinflas" para una actividad benéfica. Junto al actor mexicano, la primera dama Betty Urdaneta de Herrera Campins y detrás su jefe de prensa, Alberto Veloz Guzmán
-Fuiste Jefe de Prensa de cuatro Primeras Damas, Betty Urdaneta de Herrera Campins, Gladys Castillo Cardier, Blanca Rodríguez de Pérez y Ligia Betancourt de Velásquez ¿cómo fue la experiencia?
-Fue sumamente interesante y enriquecedora para mí como profesional. Aprendí a manejarme en las altas esferas del poder sin detentarlo. No es fácil, el mundo cercano a esa circunstancia hay que saber entenderlo.
Esa etapa entre mi oficina en la Fundación del Niño y mi presencia en La Casona cuando era requerida para algún acto oficial durante 18 años fue una gran vivencia como profesional y de mucho crecimiento como persona. Conocí el poder muy cerca, compartí con gente maravillosa que trabajaba con desinterés en todo el país. Le di la vuelta a Venezuela muchas veces. Me quedó la amistad con gente valiosa. Me mantuve durante los diferentes períodos presidenciales por exclusiva meritocracia.
Con la doctora Gladys Castillo Cardier, en una de sus actividades como primera dama de la República
Nunca utilicé mi cercanía al poder como un arma para sentirme superior sino como un instrumento para crecer profesionalmente, ayudar directamente a gente necesitada y conocer mejor al ser humano. Fue una experiencia a la que muy pocos tienen acceso y en épocas democráticas es por un tiempo limitado. La mía fue durante muchos años.
Estar tan cerca del poder me sirvió para conocer mejor nuestra sociedad porque entiendo, de una manera natural, ciertos códigos y conductas de mis congéneres.
En la residencia presidencial La Casona con Blanca Rodríguez de Pérez y la cantante Olga Guillot, quien actuó en una gala benéfica
La primera dama, doctora Ligia Betancourt de Velásquez y Alberto Veloz Guzmán en La Casona
-Eres coleccionista. Cuéntame de tus colecciones.
-“Verba volant, scripta manent”. Este proverbio latino encierra una gran verdad. Lo escrito permanece, las palabras vuelan. Esta frase siempre la utilizo cuando me refiero al mundo físico, lo tangible, lo que puedo tocar y olfatear versus al mundo virtual, que está y a la vez no está.
No pongo en duda lo maravilloso e impresionante de lo tecnológico, lo que significan la cibernética, los ordenadores o computadoras, las comunicaciones instantáneas a través de las redes sociales en tiempo real con cualquier persona y en los lugares más remotos del mundo, los teléfonos móviles que son en sí unas computadoras con todas las de la ley, pero la información no permanece, así como es de veloz, también es efímera. El ser humano no tiene capacidad para retener tanta información al mismo tiempo. Entras en Instagram, lees y la información de inmediato se desvanece, se esfuma, ya no está y nadie la retiene.
Todo lo dicho anteriormente es de un alcance casi inimaginable para el ser humano y lo que falta por ver. Pero desde mi punto de vista esas historias se esfuman, no permanecen, no son tangibles, yo soy de lo físico, de lo que puedo tocar y palpar, del álbum de fotos de la familia que los veo y repaso varias veces hasta que se vuelven amarillentos y permanecen. ¿Retrógado? En lo absoluto, vivo entre los dos mundos, lo que me hace más universal. Guardo, colecciono tengo en físico mis recuerdos, pero me muevo también dentro del mundo virtual.
Lo dicho anteriormente me da pie para responder por qué me gusta el coleccionismo. Es un hobby que siempre he practicado ya que desde niño guardo cosas, objetos, “cachivaches” como les llaman algunos pero que a la postre me han servido para muchas cosas que nunca imaginé ni sabía cómo, para qué y en qué los iba utilizar.
En Escocia, durante la visita a una de las destilerías de whisky
-El periodismo gastronómico y las historias vinculadas a él tienen en ti a uno de los voceros más importantes. ¿Qué te movió a entrar en ese mundo?
-Entre las cosas que colecciono están los menús de restaurantes y toda la memorabiblia que puede existir alrededor de esos locales donde se va a comer. Nunca imaginé que esos menús sirvieran de base para hacer crónicas gastronómicas.
Mi amiga y colega Ligia Velásquez Gaspard, cuando dirigía la revista Bienmesabe, un día me comentó que dada mi excelente memoria gustativa y de lugares, además conocía sobre mi afición por la investigación y las colecciones, me propuso que escribiera esas historias a manera de crónicas de lo que yo había vivido y así empezó mi columna Memoria Gustativa en esa revista. Por cierto la Cámara de Comercio de Caracas me otorgó el premio de periodismo por ellas. La sección tiene muy buena acogida por parte de los lectores y siempre he encontrado apoyo de sus directivos, ahora en la etapa de gerencia de mi colega Giuliana Chiappe continúo con la sección y he creado otra que se llama “Recetas pretéritas, sabores eternos” donde me dedico a indagar sobre recetas que quizás tuvieron un gran auge, fueron muy conocidas, pero por diversas causas no se volvieron a elaborar y mucha gente ni siquiera las conoce. Generalmente son recetas manuscritas de las abuelas y suelen ser del ámbito familiar.
-¿La corbata de pajarita que siempre usas tiene alguna historia?
-La corbata de pajarita, lazo, corbatín, moño o “farfalle” es un signo distintivo de mi personalidad. Un buen día me dije, la corbata larga es aburrida, ya no la quiero usar más, de ahora en adelante tomaré distancia y usaré el distinguido “lacito”. De esto hace unos 35 años, cuando los jóvenes ni remotamente pensaban en usar pajaritas. Podría decirse que impuse un estilo a mi estilo.
-¿Qué significa Venezuela para Alberto Veloz?
-Es sencillamente mi casa, de la cual no me quiero ir. Un país maravilloso que vale la pena conocer a fondo, su gente y su personalidad.
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