La reinvención de Sísifo
Sí: a pesar de la larga temporada de desbarros, la rebeldía frente al determinismo impele a desear que esa reinvención de la oposición que algunos invocan, pueda agenciarse efectivamente a partir del 22N...
A escasos días de las elecciones, la sensación de atasco en un bucle temporal es abrumadora. Visto el recurrente extravío de una dirigencia que repite el pasado y esquiva el futuro, la desmaña para blindar opciones posibles de triunfo; encima, arropados por una ola moralista que nos retorna a la misma calle ciega, a la fiesta de críticas sin autocrítica, no está de más recordar la importancia del buen juicio en política. Sí: a pesar de la larga temporada de desbarros, la rebeldía frente al determinismo impele a desear que esa reinvención de la oposición que algunos invocan, pueda agenciarse efectivamente a partir del 22N.
La mortificación no es menor. Sin vigorosos referentes, triunfos visibles y cambios sustantivos, la idea de la democracia palidece, pierde apoyos. Recordemos que de esa visión normativa, ese elemento ideal, como apunta Sartori, depende la realización de un sistema que desafía a la inercia del comportamiento humano; que, por tanto, necesita ser promovido, “creído”.
La reciente Encuesta Nacional sobre Juventud (UCAB, oct-2021) aporta pistas en ese sentido. Sólo 50% de jóvenes consultados se pronuncia a favor de la democracia. 22,1% dice que un sistema autoritario puede ser preferible, y 27,5% que da lo mismo una democracia que una dictadura. Más allá de un contexto que de facto ha truncado el restablecimiento de un régimen de libertades, ¿qué ha fallado en términos de credo y pedagogía política para que las nuevas generaciones de venezolanos despachen, además, la fe en la democracia? Lejos de hacer de ese ideal un motivo para la agregación de intereses y voluntades, ¿por qué este desinterés por el potencial de realización colectiva que Huntington distinguió en el régimen más deseable entre todos los posibles?
Crisis de representación, partidos carentes de oferta programático-identitaria, irrelevancia del liderazgo: cánceres que arrastramos desde hace más de 2 décadas, cuando la democracia recibió el mordisco brutal de la antipolítica. Frente al terco desvío, pues, ahora habrá que redescubrir la gracia de la sensatez, ese “saber cómo lograr que se hagan las cosas”, Isaiah Berlin dixit, comunicarlo efectivamente y a tiempo. Buen juicio, sentido de la oportunidad, coraje para dudar y auto-cuestionarse, facultad para juntar los datos pertinentes pero caóticos que a menudo ofrece la realidad y verlos pragmáticamente, como “síntomas de posibilidades pasadas y futuras”. Todo eso que ha faltado en tiempos henchidos de buenas intenciones, seguramente, pero en gran medida carentes de conducción efectiva, de compromiso con convicciones que sirvan a todos.
“Pasar del “cese a la usurpación…” al “vota por mí”, sin rendir cuentas políticas por los miles de errores cometidos y vidas sacrificadas, es parte substantiva del deterioro tal vez irreversible de una oposición que ha fallado en casi todo lo que ha hecho desde el año 2000”, asestaba recientemente el profesor Ángel Álvarez. Aun matizada por el tal vez, la palabra “irreversible” pesa acá como una losa. En efecto, la ocasión de emprender una rectificación fructuosa, de reconquistar el cortijo de la política local con la humildad que entraña el sentido de responsabilidad, parece no haber sido valorada en su justa dimensión. En vez de eso, la apuesta opositora sigue amarrada a la profundización de las diferencias, la no-cooperación, la omisión de explicaciones al ciudadano. Ah, y la arrogancia de los eternos equivocados, los que alguna vez se ufanaron de su sobrado “burdel político” (esa útil consciencia de que “quien se mete en política ha sellado un pacto con el diablo”, como afirmaba Weber), y que hoy actúan con la intransigencia propia del político moralista: “Fiat iustitia, et pereat mundus”, hágase justicia, aunque el mundo perezca.
Pero incluso un final, un menoscabo irreversible, puede anticipar giros productivos. Esa petición de “reinvención” y relevo, antes que ser fatalista, propone un itinerario realista del abordaje de la política. A sabiendas de que eso implica prescindir de los bienintencionados pero “políticamente ineptos” y dar cabida a quien demuestra tener “razón práctica, sentido de lo que funciona y de lo que no funciona” -como también dice Berlin- se espera que el espinoso paso por la elección ayude a hacer visibles otros enfoques, a legitimar liderazgos, a integrar visiones. Así, más que derrotas, (¿acaso cabe esperar milagros tras los años de abandonos?) podremos ver ganancias producto de la vuelta a la ruta electoral.
Presumimos que ese resurgir de los escombros, claro está, no ocurrirá hasta tanto haya consciencia de que hay que superar las viejas rémoras. Al revés del Sísifo condenado a empujar eternamente la roca que cae, una y otra vez, cuando alcanza la cima, (he allí el “héroe absurdo”, dice Camus) toca romper con paradigmas, fórmulas y hábitos que ya no resultan eficaces. Eso que, en lugar de ayudar, aplasta y retrotrae. Veremos, entonces, si una perspectiva animada por el buen juicio y no sólo la pura suerte, reivindica métodos que esta vez operen a favor de la democratización.
@Mibelis
La mortificación no es menor. Sin vigorosos referentes, triunfos visibles y cambios sustantivos, la idea de la democracia palidece, pierde apoyos. Recordemos que de esa visión normativa, ese elemento ideal, como apunta Sartori, depende la realización de un sistema que desafía a la inercia del comportamiento humano; que, por tanto, necesita ser promovido, “creído”.
La reciente Encuesta Nacional sobre Juventud (UCAB, oct-2021) aporta pistas en ese sentido. Sólo 50% de jóvenes consultados se pronuncia a favor de la democracia. 22,1% dice que un sistema autoritario puede ser preferible, y 27,5% que da lo mismo una democracia que una dictadura. Más allá de un contexto que de facto ha truncado el restablecimiento de un régimen de libertades, ¿qué ha fallado en términos de credo y pedagogía política para que las nuevas generaciones de venezolanos despachen, además, la fe en la democracia? Lejos de hacer de ese ideal un motivo para la agregación de intereses y voluntades, ¿por qué este desinterés por el potencial de realización colectiva que Huntington distinguió en el régimen más deseable entre todos los posibles?
Crisis de representación, partidos carentes de oferta programático-identitaria, irrelevancia del liderazgo: cánceres que arrastramos desde hace más de 2 décadas, cuando la democracia recibió el mordisco brutal de la antipolítica. Frente al terco desvío, pues, ahora habrá que redescubrir la gracia de la sensatez, ese “saber cómo lograr que se hagan las cosas”, Isaiah Berlin dixit, comunicarlo efectivamente y a tiempo. Buen juicio, sentido de la oportunidad, coraje para dudar y auto-cuestionarse, facultad para juntar los datos pertinentes pero caóticos que a menudo ofrece la realidad y verlos pragmáticamente, como “síntomas de posibilidades pasadas y futuras”. Todo eso que ha faltado en tiempos henchidos de buenas intenciones, seguramente, pero en gran medida carentes de conducción efectiva, de compromiso con convicciones que sirvan a todos.
“Pasar del “cese a la usurpación…” al “vota por mí”, sin rendir cuentas políticas por los miles de errores cometidos y vidas sacrificadas, es parte substantiva del deterioro tal vez irreversible de una oposición que ha fallado en casi todo lo que ha hecho desde el año 2000”, asestaba recientemente el profesor Ángel Álvarez. Aun matizada por el tal vez, la palabra “irreversible” pesa acá como una losa. En efecto, la ocasión de emprender una rectificación fructuosa, de reconquistar el cortijo de la política local con la humildad que entraña el sentido de responsabilidad, parece no haber sido valorada en su justa dimensión. En vez de eso, la apuesta opositora sigue amarrada a la profundización de las diferencias, la no-cooperación, la omisión de explicaciones al ciudadano. Ah, y la arrogancia de los eternos equivocados, los que alguna vez se ufanaron de su sobrado “burdel político” (esa útil consciencia de que “quien se mete en política ha sellado un pacto con el diablo”, como afirmaba Weber), y que hoy actúan con la intransigencia propia del político moralista: “Fiat iustitia, et pereat mundus”, hágase justicia, aunque el mundo perezca.
Pero incluso un final, un menoscabo irreversible, puede anticipar giros productivos. Esa petición de “reinvención” y relevo, antes que ser fatalista, propone un itinerario realista del abordaje de la política. A sabiendas de que eso implica prescindir de los bienintencionados pero “políticamente ineptos” y dar cabida a quien demuestra tener “razón práctica, sentido de lo que funciona y de lo que no funciona” -como también dice Berlin- se espera que el espinoso paso por la elección ayude a hacer visibles otros enfoques, a legitimar liderazgos, a integrar visiones. Así, más que derrotas, (¿acaso cabe esperar milagros tras los años de abandonos?) podremos ver ganancias producto de la vuelta a la ruta electoral.
Presumimos que ese resurgir de los escombros, claro está, no ocurrirá hasta tanto haya consciencia de que hay que superar las viejas rémoras. Al revés del Sísifo condenado a empujar eternamente la roca que cae, una y otra vez, cuando alcanza la cima, (he allí el “héroe absurdo”, dice Camus) toca romper con paradigmas, fórmulas y hábitos que ya no resultan eficaces. Eso que, en lugar de ayudar, aplasta y retrotrae. Veremos, entonces, si una perspectiva animada por el buen juicio y no sólo la pura suerte, reivindica métodos que esta vez operen a favor de la democratización.
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