La colmena refunfuñona
La colmena estaba llena de hipócritas que, aunque conscientes de sus propios engaños, clamaban contra los ajenos y a gritos pedían honradez
En mis recorridos políticos, algunas veces me han preguntado por el contenido de un artículo que publiqué hace un tiempo y que guarda relación con la manera de articular la vida política en el mundo contemporáneo. Quienes me abordan, se manifiestan preocupados por los vicios que se manifiestan en la actividad política actualmente, consideran que el momento es oportuno para que la honradez aflore en cada uno de los aspirantes a cargos públicos.
El artículo sobre el que me interpelan, está basado en la obra, La colmena refunfuñona, vicios privados, públicos beneficios, escrita en 1705 por el filósofo, médico, economista, político, investigador y satírico neerlandés, Bernard Mandeville. Posteriormente, la obra cambió su nombre y pasó a llamarse La Fábula de las abejas. Es un extenso y controversial escrito que recibió muchas críticas entre la élite de su época, por lo que, creo que debe ser abordado con un criterio amplio a fin de llegar al fondo de su contenido. En este trabajo, el autor, con tono irónico, justifica la existencia del fraude y la corrupción en favor de la prosperidad pública. En él también se sugieren muchos de los principios claves del pensamiento económico, incluyendo la división del trabajo y la mano invisible del mercado.
El argumento de La Fábula de las abejas desarrolla de forma satírica la tesis de la utilidad social del egoísmo. Según ella, todas las leyes sociales resultan de la voluntad egoísta de los débiles de sostenerse mutuamente para protegerse de los más fuertes. El tema principal que maneja Mandeville es que las acciones de los hombres no pueden ser separadas en acciones nobles y acciones viles y que los vicios privados contribuyen al bien público. Por ejemplo, en el dominio económico, afirma que un libertino vive con vicio, pero su prodigalidad da trabajo a los sastres, servidores, perfumistas, cocineros y mujeres de mala vida, quienes a su vez dan trabajo a panaderos, carpinteros, entre otros. Así pues, la rapacidad y la violencia del libertino benefician a la sociedad en general.
Mandeville sostiene que una sociedad no puede ser al mismo tiempo moral y gozar de la prosperidad y que el vicio, entendido como la búsqueda del propio interés, es la condición indispensable del progreso. Para ilustrar su idea se sirve de una colmena, que representa a la sociedad inglesa de su tiempo, que vivía con lujo y desahogo y en la que, las abejas se afanaban por satisfacer sus propios deseos y vanidades. En la colmena, mientras los amigos del gobierno se metían en negocios de jugosas ganancias, la gran mayoría vivía condenada a la guadaña y la azada para ganarse la vida.
Aunque cada parte estuviera llena de vicios, el conjunto era un paraíso. El vicio y la corrupción eran la grasa que mantenía lubricada y en marcha la maquinaria de aquella colmena. “La envidia y la vanidad eran los ministros de la industria”, decía Mandeville, y la estupidez y el capricho movían la rueda del comercio. De este modo, “el vicio nutría el ingenio”, y lo espoleaba en aras de la prosperidad, dando lugar a las comodidades de la vida, “hasta tal punto que los pobres de ese tiempo vivían mejor que los ricos de ningún otro”.
La colmena estaba llena de hipócritas que, aunque conscientes de sus propios engaños, clamaban contra los ajenos y a gritos pedían honradez. Un día, Júpiter, exasperado, llenó con ella sus corazones. Entonces se desplomó el precio de los alimentos, no había trigo para el pan, los bares se quedaron vacíos. La honradez convirtió en inútil la labor de los abogados, y hasta los que fabricaban candados y rejas se quedaron sin oficio.
Los médicos no tenían enfermedades que curar porque no encontraban medicinas entre las virtuosas abejas. En definitiva, no había negocio para tantos. Y así, poco a poco, las abejas refunfuñonas se iban yendo de la colmena. Desaparecieron la industria y las manufacturas, pues no había quien pagara por lujos o refinamientos de los dueños del poder. Al final toda la colmena tuvo que emigrar al hueco de un tronco.
La sátira del escritor inglés concluye diciendo: “dejen de dar la murga, solo los locos se esfuerzan por construir una colmena grande y honrada; pues pretender disfrutar de las comodidades del mundo, conseguir fama en la guerra y vivir con desahogo, sin grandes vicios, es solo utopía que habita en el cerebro del hombre”. Y apostilla: “Cualquier edad dorada tiene lo mismo en común con la honradez que con las bellotas”.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
Noelalvarez10@gmail.com
El artículo sobre el que me interpelan, está basado en la obra, La colmena refunfuñona, vicios privados, públicos beneficios, escrita en 1705 por el filósofo, médico, economista, político, investigador y satírico neerlandés, Bernard Mandeville. Posteriormente, la obra cambió su nombre y pasó a llamarse La Fábula de las abejas. Es un extenso y controversial escrito que recibió muchas críticas entre la élite de su época, por lo que, creo que debe ser abordado con un criterio amplio a fin de llegar al fondo de su contenido. En este trabajo, el autor, con tono irónico, justifica la existencia del fraude y la corrupción en favor de la prosperidad pública. En él también se sugieren muchos de los principios claves del pensamiento económico, incluyendo la división del trabajo y la mano invisible del mercado.
El argumento de La Fábula de las abejas desarrolla de forma satírica la tesis de la utilidad social del egoísmo. Según ella, todas las leyes sociales resultan de la voluntad egoísta de los débiles de sostenerse mutuamente para protegerse de los más fuertes. El tema principal que maneja Mandeville es que las acciones de los hombres no pueden ser separadas en acciones nobles y acciones viles y que los vicios privados contribuyen al bien público. Por ejemplo, en el dominio económico, afirma que un libertino vive con vicio, pero su prodigalidad da trabajo a los sastres, servidores, perfumistas, cocineros y mujeres de mala vida, quienes a su vez dan trabajo a panaderos, carpinteros, entre otros. Así pues, la rapacidad y la violencia del libertino benefician a la sociedad en general.
Mandeville sostiene que una sociedad no puede ser al mismo tiempo moral y gozar de la prosperidad y que el vicio, entendido como la búsqueda del propio interés, es la condición indispensable del progreso. Para ilustrar su idea se sirve de una colmena, que representa a la sociedad inglesa de su tiempo, que vivía con lujo y desahogo y en la que, las abejas se afanaban por satisfacer sus propios deseos y vanidades. En la colmena, mientras los amigos del gobierno se metían en negocios de jugosas ganancias, la gran mayoría vivía condenada a la guadaña y la azada para ganarse la vida.
Aunque cada parte estuviera llena de vicios, el conjunto era un paraíso. El vicio y la corrupción eran la grasa que mantenía lubricada y en marcha la maquinaria de aquella colmena. “La envidia y la vanidad eran los ministros de la industria”, decía Mandeville, y la estupidez y el capricho movían la rueda del comercio. De este modo, “el vicio nutría el ingenio”, y lo espoleaba en aras de la prosperidad, dando lugar a las comodidades de la vida, “hasta tal punto que los pobres de ese tiempo vivían mejor que los ricos de ningún otro”.
La colmena estaba llena de hipócritas que, aunque conscientes de sus propios engaños, clamaban contra los ajenos y a gritos pedían honradez. Un día, Júpiter, exasperado, llenó con ella sus corazones. Entonces se desplomó el precio de los alimentos, no había trigo para el pan, los bares se quedaron vacíos. La honradez convirtió en inútil la labor de los abogados, y hasta los que fabricaban candados y rejas se quedaron sin oficio.
Los médicos no tenían enfermedades que curar porque no encontraban medicinas entre las virtuosas abejas. En definitiva, no había negocio para tantos. Y así, poco a poco, las abejas refunfuñonas se iban yendo de la colmena. Desaparecieron la industria y las manufacturas, pues no había quien pagara por lujos o refinamientos de los dueños del poder. Al final toda la colmena tuvo que emigrar al hueco de un tronco.
La sátira del escritor inglés concluye diciendo: “dejen de dar la murga, solo los locos se esfuerzan por construir una colmena grande y honrada; pues pretender disfrutar de las comodidades del mundo, conseguir fama en la guerra y vivir con desahogo, sin grandes vicios, es solo utopía que habita en el cerebro del hombre”. Y apostilla: “Cualquier edad dorada tiene lo mismo en común con la honradez que con las bellotas”.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
Noelalvarez10@gmail.com
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones