Eduardo Serrano: "Miami es un pueblo grande donde se vive al día"
El actor se fue a vivir a esa ciudad hace 19 años, vislumbrando que “lo que se avecinaba en Venezuela era un infierno”. Sorprendió al anunciar en Instagram que está tratándose un cáncer de próstata
Se fue de Venezuela por un episodio que le ocurrió hace 19 años, en plena calle, entre las avenidas Francisco de Miranda y Libertador, cuando llevaba a la escuela a Miguel Eduardo, su hijo de 5 años. “Un hombre apareció de repente y apuntó al niño con un revólver en la cabeza, le dí el reloj que me pidió y así como llegó se largó. Pocos días después me fui con mi familia a Miami, aprovechando una oferta de trabajo de Telemundo. Comenzaba el régimen chavista, pero ya entonces divisé que lo que se avecinaba era un infierno”. De esta descarnada manera describe el actor Eduardo Serrano la principal razón que lo motivó a autoexiliarse, una decisión de la cual no se arrepiente.
El actor, quien cumple 50 años de carrera, aunque en los últimos 19 solo ha participado en seis telenovelas, sorprendió recientemente al medio artístico cuando, vía Instagram, anunció que le habían diagnosticado cáncer de próstata y que se recupera de una operación que por tal motivo le hicieron en Estados Unidos. Se lo detectaron durante un chequeo regular que se hizo en Miami con su médico, el urólogo venezolano Ariel Kauffman.
-Procedió a examinarme y descubrió que tenía cáncer en la próstata. Él no se alarmó e hizo todo lo que había que hacer. Estoy en la fase de radiaciones para erradicar por completo las células cancerígenas . Agradezco a Dios el haber salido airoso de la operación y aprovecho para agradecer a mi familia y a todas las personas que me apoyaron. Me siento con ganas de seguir luchando, estoy profundamente agradecido de Estados Unidos, de mis amigos, de la gente que se me ha acercado. Las oraciones que ustedes puedan regalarme se las voy a agradecer de corazón.
-¿Ha encontrado suficientes oportunidades de trabajo en Miami?
-Hay un gran volumen de producción en español, pero no en Miami. Venevisión Internacional cerró y dejaron de hacerse las tres telenovelas al año que allí se generaban. Solo quedó Telemundo, que ahora hace sus producciones en el exterior, principalmente en México. Desde hace seis años hacen productos sobre temas de narcos, drogas y guerrilla, parecen la página roja de un diario. Por otra parte, los convenios de producción que mantienen con Colombia y México han propiciado que se nos cierre el camino a los venezolanos. En Los Ángeles sí hay mucha producción, pero en inglés, lo cual es una limitación para muchos de nosotros.
-¿Y en teatro?
-Solamente queda el teatro como refugio de actores, productores y directores, sobre todo los microteatros, pero no dan dinero. Otras salas le han dado cabida a espectáculos venezolanos de muy buen nivel, como el de Piaf con Mariaca Semprún, pero teatro como tal, local, como en Madrid, como lo tuvo Caracas y lo tienen en Chile y Argentina, en Miami no se da; y cuando ello ocurre no produce abundante ganancia como para dedicarse a ello. En cuanto al cine, es casi inexistente en este mercado, por lo que el actor tampoco puede vivir de eso.
-¿Ha visto muy reducida su actividad?
-He tenido poco trabajo como actor, aunque sí algunos comerciales y un programa de radio, de 8 a 9 de la noche los días lunes, que conduzco por una emisora digital, Radio Pangea, que se escucha en el mundo entero por internet, pero no aquí en los automóviles, porque además de ser digital, o precisamente por ello, no está metida en la parrilla de las emisoras locales. Pero estoy allí con entusiasmo. No se gana dinero, pero me mantiene en contacto con el público.
-No ha sido fácil la vida aquí para los que llegan -prosigue-. Me he encontrado gente, de Venezuela y otros países, que me saluda con afecto, que me ha llegado a decir que son químicos y cortan césped, ingenieros electrónicos y montan cauchos, médicos que hacen lectura de exámenes médicos siendo urólogos o cardiólogos, pues sacar una reválida aquí es costoso y por ello les resulta difícil hacerla. Los que sí han encontrado un buen espacio son los profesionales del petróleo, ingenieros químicos y geólogos, pero no así los demás. Un cantante como Ricardo Montaner da un concierto y debe esperar 10 a 12 meses para hacer otro. Trabajan en otros países, pero aquí no.
-¿Y a qué lo atribuye?
-Esto no deja de ser un pueblo grande. No es Nueva York, Los Ángeles o Bogotá. Lo de aquí es trabajar, dormir y trabajar, de lunes a sábado. Se vive muy al día y hay que laborar duro para afrontar el costo de la vida, que es altísimo. Miami es la tercera ciudad más costosa de Estados Unidos, después de Nueva York y Los Ángeles. Un amigo intelectual me dijo que Miami es como un juego de monopolio, pintadita y bonita, con las casas igualitas, arregladitas y adornadas, pero no es una metrópoli. No hay un movimiento teatral importante, ni de cine, ni de literatura; existen, pero no de envergadura, no tienen esa magia. No hay cosas como en su momento fue el Ateneo de Caracas, que era un foco de cultura. Aquí eso no existe.
-¿Lo más reciente que ha hecho en televisión?
-Grabé un capítulo para la serie Decisiones e hice para un grupo mexicano una miniserie llamada Sombras, que irá seguramente en Netflix. Carlos Mata hace algo en México con Telemundo, pero el de allá es un mercado muy difícil, porque protegen mucho sus productos y antes de darle espacio a otro venezolano piensan en un mexicano, quizás por cuestión de costos. En estos 19 años de tan bajo perfil de trabajo no tengo vigencia en México. Me recuerdan, pero todo cambia y las directrices y toma de decisiones están en manos de gente joven que ni sabe quién es quién. A ellos les interesa son los temas que tocan la droga, la guerrilla, pareciera que la palabra amor y romance es como una ofensa. A través de ese filtro una Delia Fiallo no cuenta.
-¿Cómo evalúa sus 50 años artísticos?
-Con un profundo agradecimiento hacia el público, los periodistas, los críticos, directores, productores y escritores. Agradezco mi profesión y todo lo que ocurrió en ella. Pero tengo que dar el paso a la aceptación: las cosas cambian y se transforman. Siento que mi profesión, siendo hermosa, es un club que requiere muchos sacrificios para mantenerse activo, ser selectivo, respetar la opinión de los demás, ser un buen ejemplo como figura pública. Creo que los artistas deben tener otra profesión, porque lanzarse a la piscina siendo nada más artista es un grave peligro, ya que puedes caer en una zona devastadora y peligrosa y quedar en la ruina. Es una profesión de alto riesgo en ese sentido. En mi caso, fui afortunado al estar en el momento preciso con las personas adecuadas. Puedo mencionar a Daniel Farías, que siempre estuvo dispuesto a defender la profesión desde la parte humana, cuando hoy se defiende solo la parte económica.
-¿Sus telenovelas que más recuerda?
-Las Amazonas (1985), de César Miguel Rondón, fue una telenovela que me marcó, que tuvo éxito en Venezuela y otros muchos países. Tengo que agradecerle parte de la fama internacional que tengo. Lo mismo puedo decir de La mujer perfecta (2010), de Leonardo Padrón, ambas de Venevisión. De RCTV recuerdo especialmente La inolvidable (1996), de Kiko Olivieri, una gran novela de época, con un elenco maravilloso. Entre las 42 telenovelas que hice destaco igualmente Cambio de piel (1997), también en Radio Caracas Televisión, versión de La dama de rosa, de José Ignacio Cabrujas, firmada por Perla Farías. Te he mencionado las cuatro que más me conmovieron como artista.
-¿Algún trabajo suyo en las tablas que reivindique?
-De mis inicios en el Teatro Universitario de la UCV, recuerdo el Romeo y Julieta que hicimos bajo la dirección de Nicolás Curiel y posteriormente, en otros escenarios y siendo yo muy joven, Asia y el lejano oriente, de Isaac Chocrón y Los ángeles terribles, de Román Chalbaud, que montó el Ateneo de Caracas en 1967 y donde trabajé con América Alonso y Luis Abreu. Más adelante, y en el campo de la comedia, logré hacer obras para mí memorables, como Juego de niños, del dramaturgo español Víctor Ruiz Iriarte.
-¿Qué extraña de Caracas?
-Extraño el calor de la ciudad, no la temperatura, sino el de la gente. Llegas a Madrid, Buenos Aires y la ciudad tiene un aroma, es como algo que la define; Caracas es así y estando uno fuera de ella lo percibe, pues posee un sello muy distintivo. Ya el solo hecho de contemplar el Ávila la identifica de una manera especial. Recuerdo el bullicio, el colorido, la dinámica de la avenida Urdaneta, de la avenida Sucre, de Las Mercedes. En esa dinámica observo lo amigable del venezolano y lo respetuoso que es en lo personal, porque cuando se torna colectivo esa característica desaparece. Esa actitud bonita la extraño, el humor del pueblo, siempre hay una posibilidad de poder reírse. La comida también la añoro. Lo que no me gusta es esa cierta venezolanidad que se manifiesta desde la pedantería, la arrogancia y la viveza criolla. Eso me desagrada.
-¿Qué piensa de lo que ocurre en Venezuela?
-Opinar de lo que sucede en Venezuela es muy difícil. Escucho en la radio a periodistas serios que hablan del tema y con las noticias que recibo me siento muy desesperanzado. El presidente Guaidó ha surgido como una esperanza de cambio y renovación, pero observo desde la distancia que esa circunstancia cada vez se aleja más. También percibo que el gobierno ilegítimo ha logrado echar sus raíces de manera profunda en los escenarios donde le convenía hacerlo y ha logrado construir un sistema político y económico sembrado por Fidel Castro, el papá de comunismo en Latinoamérica. Venezuela era un país apetecible, dinero era lo que necesitaba Fidel para sobrevivir a su fracaso y allí encontró al “hado madrino” para lograrlo. Detrás consiguió a millones de venezolanos que, inconformes con la democracia de entonces, apoyaron lo que después resultó una traición.
-¿Estamos en un callejón sin salida?
-Una vez que Chávez logró sembrar sus intenciones, su imagen de caudillo justiciero se acrecentó en un pueblo que a partir de entonces se acostumbró a recibir las migajas, esas que los gobiernos populistas utilizan para mantener a las fieras a raya mientras ellos roban. La crisis no solo es humanitaria, sino personal, de valores. Venezuela se transformó en una especie de hotel gigantesco donde la gente duerme y come a duras penas.
-Pero Venezuela tiene hoy más apoyo internacional que nunca…
-Pienso que las sanciones impulsadas por Guaidó, de la mano de la comunidad internacional, son válidas y justificadas. Tanta gente joven que ha muerto en la calle gritando libertad y todavía no la hemos logrado, por unos militares que sencillamente no lo han permitido. Por ahora seguimos teniendo a un pueblo amordazado y humillado. No creo que el cambio esté a la vuelta de la esquina, pero de ocurrir así habrá que ver cómo solucionamos la actitud ciudadana, acostumbrada a un esquema de dádivas absurdo e intolerable. Allá hay un problema de educación terrible.
-¿Desde cuándo no va?
-Hace seis años que no voy. Y no está en mis planes ir, no por mí, sino por mi hijo, Miguel Eduardo, que llegó de 5 años aquí, donde creció, estudió y se graduó en ciencias políticas en la Universidad de Gainesville. Por otro lado, mi hija Magaly Andreína, que tuve en mi matrimonio con Mirtha Pérez, trabaja como ejecutiva de un banco en proyectos de crecimiento. Y Leonardo, mi otro hijo, termina su universidad. ¿Para qué ir a un país que le cierra todas las posibilidades a la gente joven? Por dignidad no puedo sumarme a semejante sinvergüenzura.
Desde entonces solo vino tres veces más a cumplir compromisos laborales, luego de los cuales se regresaba. “Hice para RCTV un remake del dramático La venganza (2003), que no tuvo éxito, y luego grabé para Venevisión Natalia del mar (2011) y la telenovela de Leonardo Padrón La mujer perfecta (2010), haciendo pareja con Maritza Román, un maravilloso trabajo donde encarnaba a un psiquiatra que se enamora de una muchacha mucho más joven que él”.
El actor, quien cumple 50 años de carrera, aunque en los últimos 19 solo ha participado en seis telenovelas, sorprendió recientemente al medio artístico cuando, vía Instagram, anunció que le habían diagnosticado cáncer de próstata y que se recupera de una operación que por tal motivo le hicieron en Estados Unidos. Se lo detectaron durante un chequeo regular que se hizo en Miami con su médico, el urólogo venezolano Ariel Kauffman.
-Procedió a examinarme y descubrió que tenía cáncer en la próstata. Él no se alarmó e hizo todo lo que había que hacer. Estoy en la fase de radiaciones para erradicar por completo las células cancerígenas . Agradezco a Dios el haber salido airoso de la operación y aprovecho para agradecer a mi familia y a todas las personas que me apoyaron. Me siento con ganas de seguir luchando, estoy profundamente agradecido de Estados Unidos, de mis amigos, de la gente que se me ha acercado. Las oraciones que ustedes puedan regalarme se las voy a agradecer de corazón.
-¿Ha encontrado suficientes oportunidades de trabajo en Miami?
-Hay un gran volumen de producción en español, pero no en Miami. Venevisión Internacional cerró y dejaron de hacerse las tres telenovelas al año que allí se generaban. Solo quedó Telemundo, que ahora hace sus producciones en el exterior, principalmente en México. Desde hace seis años hacen productos sobre temas de narcos, drogas y guerrilla, parecen la página roja de un diario. Por otra parte, los convenios de producción que mantienen con Colombia y México han propiciado que se nos cierre el camino a los venezolanos. En Los Ángeles sí hay mucha producción, pero en inglés, lo cual es una limitación para muchos de nosotros.
-¿Y en teatro?
-Solamente queda el teatro como refugio de actores, productores y directores, sobre todo los microteatros, pero no dan dinero. Otras salas le han dado cabida a espectáculos venezolanos de muy buen nivel, como el de Piaf con Mariaca Semprún, pero teatro como tal, local, como en Madrid, como lo tuvo Caracas y lo tienen en Chile y Argentina, en Miami no se da; y cuando ello ocurre no produce abundante ganancia como para dedicarse a ello. En cuanto al cine, es casi inexistente en este mercado, por lo que el actor tampoco puede vivir de eso.
-¿Ha visto muy reducida su actividad?
-He tenido poco trabajo como actor, aunque sí algunos comerciales y un programa de radio, de 8 a 9 de la noche los días lunes, que conduzco por una emisora digital, Radio Pangea, que se escucha en el mundo entero por internet, pero no aquí en los automóviles, porque además de ser digital, o precisamente por ello, no está metida en la parrilla de las emisoras locales. Pero estoy allí con entusiasmo. No se gana dinero, pero me mantiene en contacto con el público.
-No ha sido fácil la vida aquí para los que llegan -prosigue-. Me he encontrado gente, de Venezuela y otros países, que me saluda con afecto, que me ha llegado a decir que son químicos y cortan césped, ingenieros electrónicos y montan cauchos, médicos que hacen lectura de exámenes médicos siendo urólogos o cardiólogos, pues sacar una reválida aquí es costoso y por ello les resulta difícil hacerla. Los que sí han encontrado un buen espacio son los profesionales del petróleo, ingenieros químicos y geólogos, pero no así los demás. Un cantante como Ricardo Montaner da un concierto y debe esperar 10 a 12 meses para hacer otro. Trabajan en otros países, pero aquí no.
-¿Y a qué lo atribuye?
-Esto no deja de ser un pueblo grande. No es Nueva York, Los Ángeles o Bogotá. Lo de aquí es trabajar, dormir y trabajar, de lunes a sábado. Se vive muy al día y hay que laborar duro para afrontar el costo de la vida, que es altísimo. Miami es la tercera ciudad más costosa de Estados Unidos, después de Nueva York y Los Ángeles. Un amigo intelectual me dijo que Miami es como un juego de monopolio, pintadita y bonita, con las casas igualitas, arregladitas y adornadas, pero no es una metrópoli. No hay un movimiento teatral importante, ni de cine, ni de literatura; existen, pero no de envergadura, no tienen esa magia. No hay cosas como en su momento fue el Ateneo de Caracas, que era un foco de cultura. Aquí eso no existe.
-¿Lo más reciente que ha hecho en televisión?
-Grabé un capítulo para la serie Decisiones e hice para un grupo mexicano una miniserie llamada Sombras, que irá seguramente en Netflix. Carlos Mata hace algo en México con Telemundo, pero el de allá es un mercado muy difícil, porque protegen mucho sus productos y antes de darle espacio a otro venezolano piensan en un mexicano, quizás por cuestión de costos. En estos 19 años de tan bajo perfil de trabajo no tengo vigencia en México. Me recuerdan, pero todo cambia y las directrices y toma de decisiones están en manos de gente joven que ni sabe quién es quién. A ellos les interesa son los temas que tocan la droga, la guerrilla, pareciera que la palabra amor y romance es como una ofensa. A través de ese filtro una Delia Fiallo no cuenta.
-¿Cómo evalúa sus 50 años artísticos?
-Con un profundo agradecimiento hacia el público, los periodistas, los críticos, directores, productores y escritores. Agradezco mi profesión y todo lo que ocurrió en ella. Pero tengo que dar el paso a la aceptación: las cosas cambian y se transforman. Siento que mi profesión, siendo hermosa, es un club que requiere muchos sacrificios para mantenerse activo, ser selectivo, respetar la opinión de los demás, ser un buen ejemplo como figura pública. Creo que los artistas deben tener otra profesión, porque lanzarse a la piscina siendo nada más artista es un grave peligro, ya que puedes caer en una zona devastadora y peligrosa y quedar en la ruina. Es una profesión de alto riesgo en ese sentido. En mi caso, fui afortunado al estar en el momento preciso con las personas adecuadas. Puedo mencionar a Daniel Farías, que siempre estuvo dispuesto a defender la profesión desde la parte humana, cuando hoy se defiende solo la parte económica.
-¿Sus telenovelas que más recuerda?
-Las Amazonas (1985), de César Miguel Rondón, fue una telenovela que me marcó, que tuvo éxito en Venezuela y otros muchos países. Tengo que agradecerle parte de la fama internacional que tengo. Lo mismo puedo decir de La mujer perfecta (2010), de Leonardo Padrón, ambas de Venevisión. De RCTV recuerdo especialmente La inolvidable (1996), de Kiko Olivieri, una gran novela de época, con un elenco maravilloso. Entre las 42 telenovelas que hice destaco igualmente Cambio de piel (1997), también en Radio Caracas Televisión, versión de La dama de rosa, de José Ignacio Cabrujas, firmada por Perla Farías. Te he mencionado las cuatro que más me conmovieron como artista.
-¿Algún trabajo suyo en las tablas que reivindique?
-De mis inicios en el Teatro Universitario de la UCV, recuerdo el Romeo y Julieta que hicimos bajo la dirección de Nicolás Curiel y posteriormente, en otros escenarios y siendo yo muy joven, Asia y el lejano oriente, de Isaac Chocrón y Los ángeles terribles, de Román Chalbaud, que montó el Ateneo de Caracas en 1967 y donde trabajé con América Alonso y Luis Abreu. Más adelante, y en el campo de la comedia, logré hacer obras para mí memorables, como Juego de niños, del dramaturgo español Víctor Ruiz Iriarte.
-¿Qué extraña de Caracas?
-Extraño el calor de la ciudad, no la temperatura, sino el de la gente. Llegas a Madrid, Buenos Aires y la ciudad tiene un aroma, es como algo que la define; Caracas es así y estando uno fuera de ella lo percibe, pues posee un sello muy distintivo. Ya el solo hecho de contemplar el Ávila la identifica de una manera especial. Recuerdo el bullicio, el colorido, la dinámica de la avenida Urdaneta, de la avenida Sucre, de Las Mercedes. En esa dinámica observo lo amigable del venezolano y lo respetuoso que es en lo personal, porque cuando se torna colectivo esa característica desaparece. Esa actitud bonita la extraño, el humor del pueblo, siempre hay una posibilidad de poder reírse. La comida también la añoro. Lo que no me gusta es esa cierta venezolanidad que se manifiesta desde la pedantería, la arrogancia y la viveza criolla. Eso me desagrada.
-¿Qué piensa de lo que ocurre en Venezuela?
-Opinar de lo que sucede en Venezuela es muy difícil. Escucho en la radio a periodistas serios que hablan del tema y con las noticias que recibo me siento muy desesperanzado. El presidente Guaidó ha surgido como una esperanza de cambio y renovación, pero observo desde la distancia que esa circunstancia cada vez se aleja más. También percibo que el gobierno ilegítimo ha logrado echar sus raíces de manera profunda en los escenarios donde le convenía hacerlo y ha logrado construir un sistema político y económico sembrado por Fidel Castro, el papá de comunismo en Latinoamérica. Venezuela era un país apetecible, dinero era lo que necesitaba Fidel para sobrevivir a su fracaso y allí encontró al “hado madrino” para lograrlo. Detrás consiguió a millones de venezolanos que, inconformes con la democracia de entonces, apoyaron lo que después resultó una traición.
-¿Estamos en un callejón sin salida?
-Una vez que Chávez logró sembrar sus intenciones, su imagen de caudillo justiciero se acrecentó en un pueblo que a partir de entonces se acostumbró a recibir las migajas, esas que los gobiernos populistas utilizan para mantener a las fieras a raya mientras ellos roban. La crisis no solo es humanitaria, sino personal, de valores. Venezuela se transformó en una especie de hotel gigantesco donde la gente duerme y come a duras penas.
-Pero Venezuela tiene hoy más apoyo internacional que nunca…
-Pienso que las sanciones impulsadas por Guaidó, de la mano de la comunidad internacional, son válidas y justificadas. Tanta gente joven que ha muerto en la calle gritando libertad y todavía no la hemos logrado, por unos militares que sencillamente no lo han permitido. Por ahora seguimos teniendo a un pueblo amordazado y humillado. No creo que el cambio esté a la vuelta de la esquina, pero de ocurrir así habrá que ver cómo solucionamos la actitud ciudadana, acostumbrada a un esquema de dádivas absurdo e intolerable. Allá hay un problema de educación terrible.
-¿Desde cuándo no va?
-Hace seis años que no voy. Y no está en mis planes ir, no por mí, sino por mi hijo, Miguel Eduardo, que llegó de 5 años aquí, donde creció, estudió y se graduó en ciencias políticas en la Universidad de Gainesville. Por otro lado, mi hija Magaly Andreína, que tuve en mi matrimonio con Mirtha Pérez, trabaja como ejecutiva de un banco en proyectos de crecimiento. Y Leonardo, mi otro hijo, termina su universidad. ¿Para qué ir a un país que le cierra todas las posibilidades a la gente joven? Por dignidad no puedo sumarme a semejante sinvergüenzura.
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