A control remoto
El Gabo by Netflix
Prudente expectativa genera la adaptación de “Cien años de soledad” en formato de serie, obra de un autor desfavorecido por el cine en otros de sus textos
La mayoría de las adaptaciones cinematográficas de obras de Gabriel García Márquez, hay que decirlo, han estado, en líneas generales, marcadas por la decepción, tanto por parte de la crítica como de la inmensa legión de devotos seguidores y lectores impenitentes del escritor colombiano. De allí que se hayan levantado prudentes expectativas en torno al reciente anuncio de la plataforma Netflix de que convertirá, no en película para la gran pantalla, sino en una serie de televisión, su obra cumbre, Cien años de soledad, precisamente la que el ganador del Premio Nobel de Literatura siempre se negó a ceder para que fuese versionada al cine. Quizá temía que la cinta no estuviera, una vez más, a la altura que merecía, o que el realismo mágico, poderosa síntesis de patente realidad con la más desatada y exótica fantasía, sería literalmente imposible de trasladar al lenguaje del séptimo arte. Por otra parte, creía que no podía hacerse con las limitaciones de tiempo de un largometraje, o que producirla en un idioma diferente al español no le haría justicia.
“En los últimos tres o cuatro años, el nivel, el prestigio y el éxito de las series limitadas y crecientes han crecido mucho”, así justifica el hijo del Gabo, el cineasta Rodrigo García, la decisión de su familia de vender los derechos de Cien años de soledad, de cuya adaptación será productor ejecutivo junto a su hermano Gonzalo. “Netflix fue uno de los primeros en demostrar que las personas están más dispuestas que nunca a ver series que se producen en idiomas extranjeros con subtítulos. Todo lo que parece ser un problema que ya no es un problema”.
El reto no deja de ser ambicioso, aunque lleno de riesgos, dado los resultados poco satisfactorios de otras de sus obras en la gran pantalla. Sólo se ha librado del vapuleo de la crítica El coronel no tiene quien le escriba (1999), dirigida por el mexicano Arturo Ripstein, aunque tampoco con demasiada acogida. A otras como Crónica de una muerte anunciada (1987), del italiano Francesco Rosi, se la tildó de “bastante floja”, para no hablar de la frialdad con la que fueron recibidas Del amor y otros demonios (2010), de la costarricense Hilda Hidalgo o El amor en los tiempos del cólera (2007), del británico Mike Newell. Críticas feroces obtuvieron igualmente Un señor muy viejo con unas alas enormes (1988), del argentino Fernando Birri; La mala hora (2004), del brasilero Ruy Guerra y Memoria de mis putas tristes (2012), del danés Henning Carlsen, que pasó total y absolutamente inadvertida.
Todo esto paradójicamente ha ocurrido con la obra de un escritor que siempre mantuvo una estrecha relación con el cine y que inclusive quiso ser director, para lo cual se matriculó en 1955 en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma; fundó en 1986 la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños, en Cuba; escribió notables crónicas y críticas cinematográficas para publicaciones de Colombia y otros países latinoamericanos e inclusive participó en la elaboración de los guiones de varias obras suyas adaptadas al cine.
Pese a ser uno de los autores más adaptados, el resultado en la gran pantalla de las obras de García Márquez ha quedado muy lejos de la extraordinaria calidad de sus textos. ¿Logrará Netflix romper esta tendencia con Cien años de soledad en formato serial?
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