Nadia Ghulam: “Ninguna lucha es fácil. Contar mi historia es doloroso”
La autora, nacida en Kabul en 1985 y hoy refugiada en Barcelona, España, se ha convertido en la voz desesperada de Afganistán
Nadia Ghulam sobrevivió a un bombardeo cuando tenía ocho años (1991), durante la guerra civil afgana. Para sobrevivir y ayudar a su familia se hizo pasar por su hermano muerto durante diez años. Gracias a una periodista logró salir de su país y llegó hace quince años (2006) a España.
Visiblemente afectada por el sufrimiento de su pueblo y de su familia, Ghulam atiende, vía Zoom, desde su casa en Barcelona, con pocas horas de sueño, casi sin comer y agotada por tantas entrevistas. En algún momento de la conversación se quiebra, llora. Hasta la fecha ha publicado dos novelas que retratan sus vivencias, El secreto de mi turbante (2010) y La primera estrella de la noche (2016); un libro de relatos, Cuentos que me curaron (2014), y un libro infantil, El país de los pájaros sin alas (2021).
-Tenía ocho años cuando cayó una bomba en su casa. Antes de aquel hecho que marcó su vida, ¿qué recuerda de su infancia?
-Existen en los cuentos que me contaba mi madre. Mis recuerdos de infancia los desapareció la guerra.
-Usted ha contado en varias entrevistas que para ayudar a su familia tuvo disfrazarse de niño. ¿Cómo logró escapar de su país?
-Estuve diez años disfrazada de chico, pero siempre mi inspiración fue estudiar, así que aprendí un poco de inglés y era la traductora de muchos extranjeros y periodistas que iban a mi país a entrevistarme y a escribir sus artículos. Muchos me prometieron su ayuda, pero desaparecían. Un día llegó la periodista española Mònica Bernabé Fernández, le sorprendió mucho mi historia y me ayudó.
-En este lado del mundo, Latinoamérica, es muy complejo entender lo que está ocurriendo en Afganistán, más aún cuando vivimos en una época llena de fake news. ¿Cómo podría explicar la situación de su país y lo que representan los talibanes?
-Te voy a resumir un poco la historia de lo que vi y viví en mi propia piel. Cuando yo nací mi país estaba ocupado por los rusos y Estados Unidos financió a los líderes de cada etnia de mi país para que lucharan contra ellos; esta guerra duró catorce años. Una vez que los rusos se fueron, los líderes de estas etnias dividieron mi país y dentro de eso se generó una guerra civil que destruyó la vida de muchas personas que se han refugiado en Pakistán, Irán, Alemania y otros países del mundo. Los niños que se quedaron huérfanos, fueron recogidos de las calles y los llevaron a unas escuelas religiosas llamadas “madrasas” y fueron educados para defender a su país y sobre todo a la religión con la promesa de que al asesinar a un número determinado de personas llegarían al Paraíso a reencontrarse con sus padres y su familia, creciendo así con una mentalidad radical. A estos niños los llamaron “talibanes”, que luego se convirtieron en hombres salvajes. En fin, en nombre de Alá han hecho toda clase de barbaridades. Todo esto le sirvió a Estados Unidos para intervenir por veinte años mi país porque Osama bin Laden estaba allí, un señor árabe que no pertenecía a mi cultura.
“Lo que me duele de todo esto -prosigue- es que los afganos estamos sufriendo y muriendo, otra vez estamos lanzándonos al mar o cayéndonos de los aviones para salvarnos. Por eso le pido a la comunidad internacional que si quiere ayudar a mi país no mande armas ni militares, que no elimine las ayudas humanitarias; y si no quieren que estas ayudas caigan en manos de los talibanes, hoy hay personas preparadas en Europa que conocemos de nuestro pueblo y podemos hacerles llegar esas ayudas”.
-Lo que cuenta refleja lo peligroso del extremismo religioso.
-En realidad, lo peligroso es la ignorancia. En mi país estos cincuenta años de guerra han hecho que el pueblo no tenga educación y así es muy fácil manipularlo.
-Uno de los debates que ha generado esta nueva crisis en Afganistán es la condición de las mujeres y las posturas del feminismo al respecto.
-El contexto, la cultura y las necesidades pueden cambiar tu mirada hacia el feminismo; por ejemplo, si a una persona la ponen a elegir entre la muerte o quedarse en casa, decide quedarse en casa para seguir viviendo y cuidar a su familia e hijos. Pocas personas son como yo, que dicen: “¡Mátame! ¡Déjame libre!”. Primero es el derecho a vivir y después lo demás. ¿Qué miedos tenemos hoy las mujeres afganas? El mundo se preocupa por nuestra burka, pero esa no es nuestra preocupación principal, antes teníamos una esperanza de estudiar y tener trabajo, ahora no. Después vendrá la preocupación por la libertad de expresión y vestirse como uno quiere. Ahora la preocupación es la guerra civil, setenta por ciento de población no va a tener trabajo, la guerra destruyó nuestra industria, nuestros campos. La comunidad internacional debe apoyar a las mujeres afganas, sean activistas o no porque no todas tienen que ser activistas, y ellas a su vez podrán ayudar a sus primas o amigas.
-En su caso, ¿eligió ser activista?
-Ninguna lucha es fácil. Contar mi historia es doloroso, pero es un ejemplo para otras mujeres. Yo nunca he dejado mi fuerza ni en los peores momentos de mi vida. Siempre estoy cayendo y me levanto. Estos días he vivido en un pozo muy negro, caí en depresión, llevo una semana sin dormir, como poco, doy diez entrevistas al día para que el mundo sepa lo que está pasando en mi país. También estoy apoyando a cuarenta y cinco personas, entre niños y mujeres, que están detrás de mi proyecto, la mayoría en Kabul, estoy en contacto, les digo que estoy de su lado porque cuando yo vivía en el régimen talibán me sentía sola, no solo por estar vestida como hombre, también de familiares y amigos porque no podía compartir lo que estaba sufriendo. Las mujeres de mi familia no podían entender mi dolor, para ellas, yo salía en mi bicicleta mientras ellas se quedaban en casa; y sí, tenía cierta libertad, pero a qué costo, podía ser lapidada si me descubrían. Mi lucha es muy difícil, la gente no puede imaginar mi dolor, tengo heridas físicas, visibles en mi cara, pero en estos días he revivido todas mis heridas psicológicas. Mi corazón está sangrando.
-Algo que preocupa es la xenofobia, ¿qué le puede decir a los países que recibirán a los refugiados afganos?
-Es una de mis preocupaciones. Salir de una guerra y enfrentamos a la discriminación y el rechazo. La gente de Afganistán no está bien psicológicamente por los traumas que genera una guerra. Ahora mi país está sufriendo, pero no es una mierda.
-¿Quiere volver a Afganistán?
-Es mi sueño. Espero que este mensaje llegue a los talibanes: todas las mujeres que salimos del país volveremos con nuestros conocimientos, volveremos con nuestros lápices, no con armas.
-Aún su familia está en Afganistán.
-Mi padre y mi madre no pueden venir y para ellos es muy difícil. Mi madre es muy inteligente, a pesar de que es analfabeta, ella me pidió que sacara a las mujeres jóvenes de mi familia, mis primas, para que tuvieran un futuro, para que sean libres.
-Y finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Nadia Ghulam?
-Con esperanza. Que seamos útiles y capaces de formar a las nuevas generaciones de mujeres y ojalá pronto poder regresar juntas a nuestro país.
@DulceMRamosR
Visiblemente afectada por el sufrimiento de su pueblo y de su familia, Ghulam atiende, vía Zoom, desde su casa en Barcelona, con pocas horas de sueño, casi sin comer y agotada por tantas entrevistas. En algún momento de la conversación se quiebra, llora. Hasta la fecha ha publicado dos novelas que retratan sus vivencias, El secreto de mi turbante (2010) y La primera estrella de la noche (2016); un libro de relatos, Cuentos que me curaron (2014), y un libro infantil, El país de los pájaros sin alas (2021).
-Tenía ocho años cuando cayó una bomba en su casa. Antes de aquel hecho que marcó su vida, ¿qué recuerda de su infancia?
-Existen en los cuentos que me contaba mi madre. Mis recuerdos de infancia los desapareció la guerra.
-Usted ha contado en varias entrevistas que para ayudar a su familia tuvo disfrazarse de niño. ¿Cómo logró escapar de su país?
-Estuve diez años disfrazada de chico, pero siempre mi inspiración fue estudiar, así que aprendí un poco de inglés y era la traductora de muchos extranjeros y periodistas que iban a mi país a entrevistarme y a escribir sus artículos. Muchos me prometieron su ayuda, pero desaparecían. Un día llegó la periodista española Mònica Bernabé Fernández, le sorprendió mucho mi historia y me ayudó.
-En este lado del mundo, Latinoamérica, es muy complejo entender lo que está ocurriendo en Afganistán, más aún cuando vivimos en una época llena de fake news. ¿Cómo podría explicar la situación de su país y lo que representan los talibanes?
-Te voy a resumir un poco la historia de lo que vi y viví en mi propia piel. Cuando yo nací mi país estaba ocupado por los rusos y Estados Unidos financió a los líderes de cada etnia de mi país para que lucharan contra ellos; esta guerra duró catorce años. Una vez que los rusos se fueron, los líderes de estas etnias dividieron mi país y dentro de eso se generó una guerra civil que destruyó la vida de muchas personas que se han refugiado en Pakistán, Irán, Alemania y otros países del mundo. Los niños que se quedaron huérfanos, fueron recogidos de las calles y los llevaron a unas escuelas religiosas llamadas “madrasas” y fueron educados para defender a su país y sobre todo a la religión con la promesa de que al asesinar a un número determinado de personas llegarían al Paraíso a reencontrarse con sus padres y su familia, creciendo así con una mentalidad radical. A estos niños los llamaron “talibanes”, que luego se convirtieron en hombres salvajes. En fin, en nombre de Alá han hecho toda clase de barbaridades. Todo esto le sirvió a Estados Unidos para intervenir por veinte años mi país porque Osama bin Laden estaba allí, un señor árabe que no pertenecía a mi cultura.
“Lo que me duele de todo esto -prosigue- es que los afganos estamos sufriendo y muriendo, otra vez estamos lanzándonos al mar o cayéndonos de los aviones para salvarnos. Por eso le pido a la comunidad internacional que si quiere ayudar a mi país no mande armas ni militares, que no elimine las ayudas humanitarias; y si no quieren que estas ayudas caigan en manos de los talibanes, hoy hay personas preparadas en Europa que conocemos de nuestro pueblo y podemos hacerles llegar esas ayudas”.
-Lo que cuenta refleja lo peligroso del extremismo religioso.
-En realidad, lo peligroso es la ignorancia. En mi país estos cincuenta años de guerra han hecho que el pueblo no tenga educación y así es muy fácil manipularlo.
-Uno de los debates que ha generado esta nueva crisis en Afganistán es la condición de las mujeres y las posturas del feminismo al respecto.
-El contexto, la cultura y las necesidades pueden cambiar tu mirada hacia el feminismo; por ejemplo, si a una persona la ponen a elegir entre la muerte o quedarse en casa, decide quedarse en casa para seguir viviendo y cuidar a su familia e hijos. Pocas personas son como yo, que dicen: “¡Mátame! ¡Déjame libre!”. Primero es el derecho a vivir y después lo demás. ¿Qué miedos tenemos hoy las mujeres afganas? El mundo se preocupa por nuestra burka, pero esa no es nuestra preocupación principal, antes teníamos una esperanza de estudiar y tener trabajo, ahora no. Después vendrá la preocupación por la libertad de expresión y vestirse como uno quiere. Ahora la preocupación es la guerra civil, setenta por ciento de población no va a tener trabajo, la guerra destruyó nuestra industria, nuestros campos. La comunidad internacional debe apoyar a las mujeres afganas, sean activistas o no porque no todas tienen que ser activistas, y ellas a su vez podrán ayudar a sus primas o amigas.
-En su caso, ¿eligió ser activista?
-Ninguna lucha es fácil. Contar mi historia es doloroso, pero es un ejemplo para otras mujeres. Yo nunca he dejado mi fuerza ni en los peores momentos de mi vida. Siempre estoy cayendo y me levanto. Estos días he vivido en un pozo muy negro, caí en depresión, llevo una semana sin dormir, como poco, doy diez entrevistas al día para que el mundo sepa lo que está pasando en mi país. También estoy apoyando a cuarenta y cinco personas, entre niños y mujeres, que están detrás de mi proyecto, la mayoría en Kabul, estoy en contacto, les digo que estoy de su lado porque cuando yo vivía en el régimen talibán me sentía sola, no solo por estar vestida como hombre, también de familiares y amigos porque no podía compartir lo que estaba sufriendo. Las mujeres de mi familia no podían entender mi dolor, para ellas, yo salía en mi bicicleta mientras ellas se quedaban en casa; y sí, tenía cierta libertad, pero a qué costo, podía ser lapidada si me descubrían. Mi lucha es muy difícil, la gente no puede imaginar mi dolor, tengo heridas físicas, visibles en mi cara, pero en estos días he revivido todas mis heridas psicológicas. Mi corazón está sangrando.
-Algo que preocupa es la xenofobia, ¿qué le puede decir a los países que recibirán a los refugiados afganos?
-Es una de mis preocupaciones. Salir de una guerra y enfrentamos a la discriminación y el rechazo. La gente de Afganistán no está bien psicológicamente por los traumas que genera una guerra. Ahora mi país está sufriendo, pero no es una mierda.
-¿Quiere volver a Afganistán?
-Es mi sueño. Espero que este mensaje llegue a los talibanes: todas las mujeres que salimos del país volveremos con nuestros conocimientos, volveremos con nuestros lápices, no con armas.
-Aún su familia está en Afganistán.
-Mi padre y mi madre no pueden venir y para ellos es muy difícil. Mi madre es muy inteligente, a pesar de que es analfabeta, ella me pidió que sacara a las mujeres jóvenes de mi familia, mis primas, para que tuvieran un futuro, para que sean libres.
-Y finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Nadia Ghulam?
-Con esperanza. Que seamos útiles y capaces de formar a las nuevas generaciones de mujeres y ojalá pronto poder regresar juntas a nuestro país.
@DulceMRamosR
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