El fanatismo según Voltaire
Los falsos profetas de nuestra época encantan a las masas hacia su perdición. La idolatría, la intolerancia y la imposición por la fuerza siguen siendo un mal humano tal y como lo era en el siglo XVIII...
François-Marie Arouet, conocido como Voltaire, fue un hombre de letras francés nacido en el año 1694, que pasó a la historia por ser uno de los pensadores más representativos de la Ilustración y un gran defensor de la razón humana frente a la injusticia. La tolerancia era su norte y pese a su eterno rechazo a las prácticas religiosas, aceptaba su valor siempre y cuando no cayera en los extremos. Voltaire no comulgaba con ningún fanatismo que “es una enfermedad que se adquiere como la viruela”, y pensaba que los excesos doctrinarios eran una prueba segura de equivocaciones. Reflexionó sobre el tema profusamente, así como el de la tolerancia también.
Hay una obra de Voltaire llamada “El fanatismo o Mahoma” que fue escrita durante el año 1736 en el castillo de Cirey, propiedad de la marquesa de Chatelet. Y fue representada al público muy pocas veces debido a la censura. La primera de ellas en el teatro de la “Ancienne Comédie” de la ciudad de Lile en el año 1741 y luego en París. En esa pieza éste gran pensador de la Ilustración denunciaba el comportamiento abusivo de los jerarcas de la religión, utilizando a Mahoma a título demostrativo pero refiriéndose realmente a los jefes de la iglesia católica de aquél entonces. Producto de su época, Voltaire reprobaba mucho más el fanatismo y la intolerancia religiosa de los hombres poderosos que aquél del pueblo. Seguramente si el filósofo viviera en nuestros tiempos, ante tanta evolución y disipación de la concentración del poder, hubiera ampliado su mirada de reproche hacia las anárquicas masas intolerantes.
La trama que utiliza Voltaire para dramatizar su crítica a los abusos se desarrolla en los siguientes términos: Mahoma se dispone a ocupar La Meca, ciudad que el jeque Zofir gobernaba con prudencia y justicia. Como Zofir no se rinde, Mahoma instiga a un esclavo llamado Selim para matar al jeque, asegurándole falsamente que el mandatario desea poseer a su enamorada la esclava Palmira. Selim no quiere matar al anciano gobernante, pero sigue fielmente las órdenes de Mahoma porque cree ciegamente en la religión. Resulta que el profeta era quien ansiaba secretamente quedarse con la bella Palmira, y por supuesto deseaba también someter a la ciudad. Con la promesa de que liberada La Meca Palmira sería suya Selim, a pesar de lo que le dicta su conciencia, apuñala al anciano jeque quien agonizando le confiesa que es su padre y también el de Palmira. El fiel asesino en su consternación y arrepentimiento al sentirse burlado va contra Mahoma levantando al pueblo para vengarse. Sin embargo Selim es envenenado por el profeta, quien lo detestaba por ser el enamorado de Palmira. Al final Mahoma tampoco se queda con ella, porque impotente ve a la bella esclava quitándose la vida con el mismo puñal con el que mataron a su padre.
Voltaire, un hombre que aún siendo antirreligioso respetaba la figura de Mahoma, prefirió utilizar a esos personajes pese a que su objetivo era criticar al clero francés. Él era muy astuto y deseaba ser admitido en la Academia Francesa, lo cual ocurrió un tiempo después. Como esa institución tenía una fuerte influencia de la iglesia en esa época, nunca lo hubieran admitido si hubiera criticado al Papa o al arzobispo de París. Por cierto el Papa de ese entonces era Benedicto XIV, un hombre muy culto, por lo que Voltaire le envió su obra con una correspondencia muy halagadora que el Santo Pontífice respondió amablemente. El filósofo celebró en ese momento la infalibilidad del Papa.
Lo sustantivo de las ideas de Voltaire, independientemente de los personajes que utilizó para dar forma a su obra, es que la intolerancia de cualquier tipo va en contra de la naturaleza humana y de la libertad de pensamiento. “El pueblo, ciego y débil, ha nacido para ser presa de los grandes hombres, para oírlos, creerlos, deslumbrándose al brillo de su gloria, y con sumisa faz obedecerlos”. Voltaire caricaturiza en esta pieza una situación real de fanatismo ciego, que el filósofo rechazaba abiertamente. No creía en líderes mesiánicos: “Los fanáticos salen del templo llenos de Dios que les agita, y difunden el pavor y la ilusión por toda la tierra; se reparten el mundo”. Y se lamentaba de la ingenuidad de las masas que seguían apasionadamente a cualquier persona: “Basta que un pueblo encantado vaya detrás de algunos impostores, para que la seducción multiplique los prodigios y para que se extravíe todo el mundo”. El fanatismo, según Voltaire, proviene de una mala práctica social, de seguir a líderes embaucadores con malas intenciones disfrazadas de amor. El pensador se enfocó en el fanatismo religioso, pero los mismos razonamientos aplican para el fanatismo político o doctrinario.
Todos hemos visto cómo en el mundo actual los fanáticos siguen rampantes haciendo estragos, e imponiendo por la fuerza sus ideas a los demás. Observamos asombrados desde el asalto al Pentágono hasta un cruento golpe de estado en Birmania, pasando por el secuestro de cientos de estudiantes en escuelas africanas, atentados suicidas en iglesias de Indonesia, linchamiento a ciudadanos de origen chino en Nueva York, o el reclutamiento de niños para engrosar las filas de grupos irregulares en nuestras fronteras. Los falsos profetas de nuestra época encantan a las masas hacia su perdición. La idolatría, la intolerancia y la imposición por la fuerza siguen siendo un mal humano, tal y como lo era en el siglo XVIII cuando Voltaire escribió su obra. Reflexionemos para preguntarnos si el fanatismo sigue contaminando como un virus a nuestra sociedad más cercana, y sigamos luchando contra los extremos que nunca contienen ni la verdad ni las soluciones a la convivencia humana.
Hay una obra de Voltaire llamada “El fanatismo o Mahoma” que fue escrita durante el año 1736 en el castillo de Cirey, propiedad de la marquesa de Chatelet. Y fue representada al público muy pocas veces debido a la censura. La primera de ellas en el teatro de la “Ancienne Comédie” de la ciudad de Lile en el año 1741 y luego en París. En esa pieza éste gran pensador de la Ilustración denunciaba el comportamiento abusivo de los jerarcas de la religión, utilizando a Mahoma a título demostrativo pero refiriéndose realmente a los jefes de la iglesia católica de aquél entonces. Producto de su época, Voltaire reprobaba mucho más el fanatismo y la intolerancia religiosa de los hombres poderosos que aquél del pueblo. Seguramente si el filósofo viviera en nuestros tiempos, ante tanta evolución y disipación de la concentración del poder, hubiera ampliado su mirada de reproche hacia las anárquicas masas intolerantes.
La trama que utiliza Voltaire para dramatizar su crítica a los abusos se desarrolla en los siguientes términos: Mahoma se dispone a ocupar La Meca, ciudad que el jeque Zofir gobernaba con prudencia y justicia. Como Zofir no se rinde, Mahoma instiga a un esclavo llamado Selim para matar al jeque, asegurándole falsamente que el mandatario desea poseer a su enamorada la esclava Palmira. Selim no quiere matar al anciano gobernante, pero sigue fielmente las órdenes de Mahoma porque cree ciegamente en la religión. Resulta que el profeta era quien ansiaba secretamente quedarse con la bella Palmira, y por supuesto deseaba también someter a la ciudad. Con la promesa de que liberada La Meca Palmira sería suya Selim, a pesar de lo que le dicta su conciencia, apuñala al anciano jeque quien agonizando le confiesa que es su padre y también el de Palmira. El fiel asesino en su consternación y arrepentimiento al sentirse burlado va contra Mahoma levantando al pueblo para vengarse. Sin embargo Selim es envenenado por el profeta, quien lo detestaba por ser el enamorado de Palmira. Al final Mahoma tampoco se queda con ella, porque impotente ve a la bella esclava quitándose la vida con el mismo puñal con el que mataron a su padre.
Voltaire, un hombre que aún siendo antirreligioso respetaba la figura de Mahoma, prefirió utilizar a esos personajes pese a que su objetivo era criticar al clero francés. Él era muy astuto y deseaba ser admitido en la Academia Francesa, lo cual ocurrió un tiempo después. Como esa institución tenía una fuerte influencia de la iglesia en esa época, nunca lo hubieran admitido si hubiera criticado al Papa o al arzobispo de París. Por cierto el Papa de ese entonces era Benedicto XIV, un hombre muy culto, por lo que Voltaire le envió su obra con una correspondencia muy halagadora que el Santo Pontífice respondió amablemente. El filósofo celebró en ese momento la infalibilidad del Papa.
Lo sustantivo de las ideas de Voltaire, independientemente de los personajes que utilizó para dar forma a su obra, es que la intolerancia de cualquier tipo va en contra de la naturaleza humana y de la libertad de pensamiento. “El pueblo, ciego y débil, ha nacido para ser presa de los grandes hombres, para oírlos, creerlos, deslumbrándose al brillo de su gloria, y con sumisa faz obedecerlos”. Voltaire caricaturiza en esta pieza una situación real de fanatismo ciego, que el filósofo rechazaba abiertamente. No creía en líderes mesiánicos: “Los fanáticos salen del templo llenos de Dios que les agita, y difunden el pavor y la ilusión por toda la tierra; se reparten el mundo”. Y se lamentaba de la ingenuidad de las masas que seguían apasionadamente a cualquier persona: “Basta que un pueblo encantado vaya detrás de algunos impostores, para que la seducción multiplique los prodigios y para que se extravíe todo el mundo”. El fanatismo, según Voltaire, proviene de una mala práctica social, de seguir a líderes embaucadores con malas intenciones disfrazadas de amor. El pensador se enfocó en el fanatismo religioso, pero los mismos razonamientos aplican para el fanatismo político o doctrinario.
Todos hemos visto cómo en el mundo actual los fanáticos siguen rampantes haciendo estragos, e imponiendo por la fuerza sus ideas a los demás. Observamos asombrados desde el asalto al Pentágono hasta un cruento golpe de estado en Birmania, pasando por el secuestro de cientos de estudiantes en escuelas africanas, atentados suicidas en iglesias de Indonesia, linchamiento a ciudadanos de origen chino en Nueva York, o el reclutamiento de niños para engrosar las filas de grupos irregulares en nuestras fronteras. Los falsos profetas de nuestra época encantan a las masas hacia su perdición. La idolatría, la intolerancia y la imposición por la fuerza siguen siendo un mal humano, tal y como lo era en el siglo XVIII cuando Voltaire escribió su obra. Reflexionemos para preguntarnos si el fanatismo sigue contaminando como un virus a nuestra sociedad más cercana, y sigamos luchando contra los extremos que nunca contienen ni la verdad ni las soluciones a la convivencia humana.
alvaromont@gmail.com
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