Arte de perder
Poder sentir la muerte como realidad cercana es una forma de ubicarnos, frente a las realidades más seguras que tenemos en nuestro destino
“En cuestión de meses, coronavirus 2019 (Covid-19) ha transformado no solo la forma en que vivimos, sino también la forma en que dejamos este mundo. Médicos y enfermeras se esfuerzan por acompañar a los pacientes quienes mueren solos, y en apoyar a las familias que no pueden seguir las costumbres habituales de la pérdida: reunirse en el hospital, ocuparse de los funerales, recibir las condolencias” (Amrapali Maitra; Medicine and Grief During the COVID-19 Era; The Art of Losing)
“El esposo de Maura Lewinger contrajo Covid-19, pero ella no pudo estar junto a su cama cuando murió. Ella estaba refugiada en otro lugar junto a su hijo. Tuvo que decir adiós a su esposo a través de un celular que sostenía su médico. Así es la muerte en Norteamérica durante la pandemia del Covid-19. Nuestro personal de primera línea son las últimas personas en conexión con los pacientes, mientras que a sus familias se les niega la necesaria cercanía”. (https://www.sfchronicle.com/opinion/openforum/article/Virtual-grieving-Is-there-closure-if-thereis-no-15198399.php )
Alguien comentaba hace poco, con una buena dosis de prudencia, que el Covid-19 nos había traído un baño de humildad. Realidad siempre difícil de aceptar. Especialmente cuando vivimos en una cultura que solo acepta el éxito o la victoria. La muerte es un auténtico contrasentido. Algo que por momentos no encuentra ninguna explicación. No se trata solo de las personas, que mueren por contraer el virus chino. Es toda la multitud de hombres y mujeres, que se han visto privados de la presencia de sus seres queridos en momentos determinantes de la existencia
Virtual
“No le desearía a nadie una pérdida a distancia. Los rituales físicos ofrecen catarsis: vestir el cadáver, encender la velas, esparcir tierra sobre el féretro. Aún así hay maneras de darle sentido a esta forma peculiar de pérdida a distancia, participando en un funeral virtual o manteniendo las costumbres tradicionales, a destiempo o en otro lugar”. (doi:10.1001/jamainternmed.2020.5635).
Ya en otras oportunidades nos hemos referido a la importancia del contacto físico, en momentos de especial intensidad emotiva. En este sentido la presencia del cuerpo aunque sea sin vida, tiene un significado trascendente. Nos ayuda a tomar conciencia de nuestra condición material. Un cadáver no es una persona sin duda, pero tampoco es una cosa. Es interesante hacernos cargo de nuestra masa, peso y volumen, en la era de la virtualidad. Hay coordenadas que no se resuelven al conocer nuestra dirección IP.
Aunque solo sea para extraernos de la absolutización del tiempo, es necesario asumir la muerte como pérdida. Poder sentir la muerte como realidad cercana es una forma de ubicarnos, frente a las realidades más seguras que tenemos en nuestro destino. Sin embargo, existe una gran diferencia en tomar esa posición por propia iniciativa y verse forzado a enfrentarse a ella por la pérdida de seres queridos. Para los que trabajamos en la salud pública, la muerte se ha convertido en un invitado indeseado. Con demasiada frecuencia tenemos que aceptar su compañía. Al tiempo que se nos priva de aquellos a quienes hemos querido atender y servir. Nuestros pacientes.
La indiferencia
La tendencia de la cultura dominante, va en sentido contrario. Hoy en día es muy poco frecuente que se absolutice algo. Tal vez la única excepción, son los propios sentimientos. Pero aunque sea frecuente no dar carácter absoluto a ninguna realidad. La experiencia de la muerte como destino, favorece la necesidad de colocar nuestro punto de vista, nuestra mirada y perspectiva, más allá de la propia y limitada escala de valores. La necesidad del otro y del totalmente Otro, nos lleva a superar la soledad autónoma. La actitud orgullosa. La autosuficiencia necia. La tolerancia vacía. La supremacía vana.
Dentro de formas de vida que cada vez tienden más intensamente, al aislamiento y a la separación. Con una negación tácita de la exigencia comunitaria y social. La pandemia ha significado un llamado de atención sobre la necesidad de estar juntos, especialmente en momentos de gran trance emocional. Demostrando la fecundidad del apoyo familiar y social, en las situaciones límites. No permitir que el egoísmo se entronice como forma de relación, ni la inmanencia como única manera de interioridad aceptada. Ancla para superar el solipsismo que nos cerca. El consejo viene de lejos: “no es bueno que el hombre esté solo”.
“Con la distancia evitando el consuelo comunitario, soportamos ser testigos de esas víctimas a través de rituales privados, ya sea una ducha post guardia para lavar el enorme dolor o un momento de reflexión, aturdido después de atender el teléfono. Finalmente, debemos hacer las paces con la volatilidad de la pérdida y su confusa presencia. En medicina el arte de perder sigue siendo el más difícil de dominar”. (doi:10.1001/jamainternmed.2020.5635)
jagamez@icloud.com
@vidavibra
“El esposo de Maura Lewinger contrajo Covid-19, pero ella no pudo estar junto a su cama cuando murió. Ella estaba refugiada en otro lugar junto a su hijo. Tuvo que decir adiós a su esposo a través de un celular que sostenía su médico. Así es la muerte en Norteamérica durante la pandemia del Covid-19. Nuestro personal de primera línea son las últimas personas en conexión con los pacientes, mientras que a sus familias se les niega la necesaria cercanía”. (https://www.sfchronicle.com/opinion/openforum/article/Virtual-grieving-Is-there-closure-if-thereis-no-15198399.php )
Alguien comentaba hace poco, con una buena dosis de prudencia, que el Covid-19 nos había traído un baño de humildad. Realidad siempre difícil de aceptar. Especialmente cuando vivimos en una cultura que solo acepta el éxito o la victoria. La muerte es un auténtico contrasentido. Algo que por momentos no encuentra ninguna explicación. No se trata solo de las personas, que mueren por contraer el virus chino. Es toda la multitud de hombres y mujeres, que se han visto privados de la presencia de sus seres queridos en momentos determinantes de la existencia
Virtual
“No le desearía a nadie una pérdida a distancia. Los rituales físicos ofrecen catarsis: vestir el cadáver, encender la velas, esparcir tierra sobre el féretro. Aún así hay maneras de darle sentido a esta forma peculiar de pérdida a distancia, participando en un funeral virtual o manteniendo las costumbres tradicionales, a destiempo o en otro lugar”. (doi:10.1001/jamainternmed.2020.5635).
Ya en otras oportunidades nos hemos referido a la importancia del contacto físico, en momentos de especial intensidad emotiva. En este sentido la presencia del cuerpo aunque sea sin vida, tiene un significado trascendente. Nos ayuda a tomar conciencia de nuestra condición material. Un cadáver no es una persona sin duda, pero tampoco es una cosa. Es interesante hacernos cargo de nuestra masa, peso y volumen, en la era de la virtualidad. Hay coordenadas que no se resuelven al conocer nuestra dirección IP.
Aunque solo sea para extraernos de la absolutización del tiempo, es necesario asumir la muerte como pérdida. Poder sentir la muerte como realidad cercana es una forma de ubicarnos, frente a las realidades más seguras que tenemos en nuestro destino. Sin embargo, existe una gran diferencia en tomar esa posición por propia iniciativa y verse forzado a enfrentarse a ella por la pérdida de seres queridos. Para los que trabajamos en la salud pública, la muerte se ha convertido en un invitado indeseado. Con demasiada frecuencia tenemos que aceptar su compañía. Al tiempo que se nos priva de aquellos a quienes hemos querido atender y servir. Nuestros pacientes.
La indiferencia
La tendencia de la cultura dominante, va en sentido contrario. Hoy en día es muy poco frecuente que se absolutice algo. Tal vez la única excepción, son los propios sentimientos. Pero aunque sea frecuente no dar carácter absoluto a ninguna realidad. La experiencia de la muerte como destino, favorece la necesidad de colocar nuestro punto de vista, nuestra mirada y perspectiva, más allá de la propia y limitada escala de valores. La necesidad del otro y del totalmente Otro, nos lleva a superar la soledad autónoma. La actitud orgullosa. La autosuficiencia necia. La tolerancia vacía. La supremacía vana.
Dentro de formas de vida que cada vez tienden más intensamente, al aislamiento y a la separación. Con una negación tácita de la exigencia comunitaria y social. La pandemia ha significado un llamado de atención sobre la necesidad de estar juntos, especialmente en momentos de gran trance emocional. Demostrando la fecundidad del apoyo familiar y social, en las situaciones límites. No permitir que el egoísmo se entronice como forma de relación, ni la inmanencia como única manera de interioridad aceptada. Ancla para superar el solipsismo que nos cerca. El consejo viene de lejos: “no es bueno que el hombre esté solo”.
“Con la distancia evitando el consuelo comunitario, soportamos ser testigos de esas víctimas a través de rituales privados, ya sea una ducha post guardia para lavar el enorme dolor o un momento de reflexión, aturdido después de atender el teléfono. Finalmente, debemos hacer las paces con la volatilidad de la pérdida y su confusa presencia. En medicina el arte de perder sigue siendo el más difícil de dominar”. (doi:10.1001/jamainternmed.2020.5635)
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