En el hogar de los dioses
La férrea disciplina en la creación literaria es el mejor camino para toparse con la inspiración, y ya con ambas de la mano el texto brota, fluye, se derrama en el papel o en la pantalla, y así ya es muy difícil que nos abandone...
Siempre he creído que el tiempo hay que aprovecharlo y no soy de los que se quedan mirando al cielo por largo rato a ver si oteo un ovni. Tal vez por esta filosofía de vida, exigente sin duda alguna, he podido concretar muchos sueños (aunque, como es lógico suponer, otros duermen en el tintero). Algunos me preguntan cómo hago para leer y escribir tanto, que de dónde saco el tiempo que a ellos no les alcanza ni para descansar, y mi respuesta, prefabricada desde la prehistoria de mi vida, es que tengo una disciplina que me impele a sentarme a producir a pesar de las circunstancias. Es decir, hago lo que tengo que hacer sin detenerme a considerar ni remotamente una excusa para no hacerlo (y miren que las hay: cansancio, fatiga, pereza, dolor de cabeza, el dominó, las cervezas, etc.). Este texto está siendo escrito una semana antes de su publicación, cuando todavía mis asiduos lectores (pocos, siempre me he quejado) se encuentran leyendo el del hoy. Como no escribo para una página de sucesos, que requiere el día a día y la actualidad, pues no tengo mayores problemas, y me cocino en mi propia leña (nunca tan literal como hoy para muchos venezolanos) con bastante tiempo de anticipación.
Este año, que será recordado por su imprevisibilidad, nos trajo la pandemia china y su pesado confinamiento, que pareciera no tener fin. He dicho “pesado confinamiento”, porque no es nada grato el tener que estar encerrados horas y horas en las casas sin posibilidades de interactuar y sin tener sobre nuestras cabezas la espada de Damocles del bendito (por no decir lo contrario) Covid-19, y sin esa cosquilla y ese temor a ser contagiados, sobre todo en quienes somos medios maniáticos (hipocondríacos) y que por asomar la cabeza en la ventana ya nos comienza un picor en la garganta, y ya, caemos abatidos de los nervios. Bueno, me fui del tema: toda esta digresión es para decirles que en el confinamiento extremé mi disciplina de trabajo y siento que todo este año (que pasó en un abrir y cerrar de ojos) leí y escribí como nunca en mi vida; como un auténtico poseso de la palabra impresa.
En esa odisea personal e íntima que implica la actividad literaria, leí sopotocientos libros y escribí decenas de textos para la prensa nacional, para revistas, para eventos académicos, y terminé varios libros que tenía pendientes (cuatro en total: Pronto llega octubre (memorias), Para no perder la cordura (artículos y ensayos), La mirada que me contempla (diarios) y El chico que leía a Borges poemas de amor y otros cuentos). Como si todo esto no fuera poco, regresé al género poético, que no trajinaba desde hacía mucho tiempo, y ya tengo escritos 28 poemas, que deberán llegar a 50. No sé si logre el poemario este año, porque el proceso es lento y mesurado, requiere afinar el oído y la pluma, y todo ello implica una dedicación suprema. Escribir textos poéticos no es nada fácil, máxime si lo que queremos es que sean poesía (ya que muchos se dan a la tarea de escribir supuestos poemas, pero los textos no llegan a rezumar el don de la poesía). Luego de escritos los poemas viene el proceso de la reescritura, de la revisión, de la lectura en voz alta y de la necesaria poda (suelo quitar mucho en mis revisiones, en lugar de agregar). Si después de todo esto me convenzo de que no logré poetizar mis poemas (en realidad cualquier persona puede escribir poemas, pero no así poesía y la distancia es cualitativa; es el arte en sí), de que el esfuerzo de cada mañana con el primer tinto del día fue en vano, pues, bye, bye, para el cesto de la papelera, y a otra cosa. No sería la primera vez que lo haga tanto con prosa como con poesía (claro, no es lo ideal, ni deja una grata sensación mental y espiritual, pero es la mejor manera de romper con el círculo vicioso de un texto inacabado e inalcanzable).
Cuando miro lo andado, me asombro, porque el pequeño avance de cada día se traduce a la larga en un objetivo alcanzado. Muchos autores suelen afirmar que la literatura es cuestión de musa, y que lo demás es por añadidura. No lo comparto. Si me apuran, podría decir que es al revés: la cuestión es disciplina y esfuerzo, trabajo denodado y sudor, y si la fulana musa decide hacerse presente y nos acompaña a lo largo del camino, mucho mejor. Es más, por experiencia propia puedo afirmar, y sin equívoco, que la férrea disciplina en la creación literaria (y en todas las artes supongo) es el mejor camino para toparse con la inspiración, y ya con ambas de la mano el texto brota, fluye, se derrama en el papel o en la pantalla, y así ya es muy difícil que nos abandone antes de tiempo, porque la disciplina y la inspiración se nutren, se realimentan, se amalgaman, se recrean en una suerte de vorágine creativa que nos saca de la realidad para instalarnos en el terreno del desvarío y de lo metafísico. Y cuando estamos allí, en esa cima, y oteamos lo alcanzado, como lo hacían los dioses en el monte Olimpo, la dicha y el gozo se apoderan de nosotros y nada podrá borrar esa sensación de plenitud que podría ser, ni más ni menos, una de las formas del paraíso prometido.
@GilOtaiza
@RicardoGilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
rigilo99@gmail.com
Este año, que será recordado por su imprevisibilidad, nos trajo la pandemia china y su pesado confinamiento, que pareciera no tener fin. He dicho “pesado confinamiento”, porque no es nada grato el tener que estar encerrados horas y horas en las casas sin posibilidades de interactuar y sin tener sobre nuestras cabezas la espada de Damocles del bendito (por no decir lo contrario) Covid-19, y sin esa cosquilla y ese temor a ser contagiados, sobre todo en quienes somos medios maniáticos (hipocondríacos) y que por asomar la cabeza en la ventana ya nos comienza un picor en la garganta, y ya, caemos abatidos de los nervios. Bueno, me fui del tema: toda esta digresión es para decirles que en el confinamiento extremé mi disciplina de trabajo y siento que todo este año (que pasó en un abrir y cerrar de ojos) leí y escribí como nunca en mi vida; como un auténtico poseso de la palabra impresa.
En esa odisea personal e íntima que implica la actividad literaria, leí sopotocientos libros y escribí decenas de textos para la prensa nacional, para revistas, para eventos académicos, y terminé varios libros que tenía pendientes (cuatro en total: Pronto llega octubre (memorias), Para no perder la cordura (artículos y ensayos), La mirada que me contempla (diarios) y El chico que leía a Borges poemas de amor y otros cuentos). Como si todo esto no fuera poco, regresé al género poético, que no trajinaba desde hacía mucho tiempo, y ya tengo escritos 28 poemas, que deberán llegar a 50. No sé si logre el poemario este año, porque el proceso es lento y mesurado, requiere afinar el oído y la pluma, y todo ello implica una dedicación suprema. Escribir textos poéticos no es nada fácil, máxime si lo que queremos es que sean poesía (ya que muchos se dan a la tarea de escribir supuestos poemas, pero los textos no llegan a rezumar el don de la poesía). Luego de escritos los poemas viene el proceso de la reescritura, de la revisión, de la lectura en voz alta y de la necesaria poda (suelo quitar mucho en mis revisiones, en lugar de agregar). Si después de todo esto me convenzo de que no logré poetizar mis poemas (en realidad cualquier persona puede escribir poemas, pero no así poesía y la distancia es cualitativa; es el arte en sí), de que el esfuerzo de cada mañana con el primer tinto del día fue en vano, pues, bye, bye, para el cesto de la papelera, y a otra cosa. No sería la primera vez que lo haga tanto con prosa como con poesía (claro, no es lo ideal, ni deja una grata sensación mental y espiritual, pero es la mejor manera de romper con el círculo vicioso de un texto inacabado e inalcanzable).
Cuando miro lo andado, me asombro, porque el pequeño avance de cada día se traduce a la larga en un objetivo alcanzado. Muchos autores suelen afirmar que la literatura es cuestión de musa, y que lo demás es por añadidura. No lo comparto. Si me apuran, podría decir que es al revés: la cuestión es disciplina y esfuerzo, trabajo denodado y sudor, y si la fulana musa decide hacerse presente y nos acompaña a lo largo del camino, mucho mejor. Es más, por experiencia propia puedo afirmar, y sin equívoco, que la férrea disciplina en la creación literaria (y en todas las artes supongo) es el mejor camino para toparse con la inspiración, y ya con ambas de la mano el texto brota, fluye, se derrama en el papel o en la pantalla, y así ya es muy difícil que nos abandone antes de tiempo, porque la disciplina y la inspiración se nutren, se realimentan, se amalgaman, se recrean en una suerte de vorágine creativa que nos saca de la realidad para instalarnos en el terreno del desvarío y de lo metafísico. Y cuando estamos allí, en esa cima, y oteamos lo alcanzado, como lo hacían los dioses en el monte Olimpo, la dicha y el gozo se apoderan de nosotros y nada podrá borrar esa sensación de plenitud que podría ser, ni más ni menos, una de las formas del paraíso prometido.
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