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El género ensayístico

El ensayo no promete lo que no puede entregarnos: una verdad concluyente, porque ella es escurridiza en un mundo cambiante, y porque de darse sería antinómica frente a un proceso de permanente construcción de espacios, que nos sirvan de argumento para continuar ensayando. De allí su huella civilizatoria y su importancia en nuestros días

  • RICARDO GIL OTAIZA

06/05/2018 05:00 am

El ensayo es un género “moderno”, que busca desentrañar de los intersticios del pensamiento aquello que nos acerque, que nos aproxime, que nos haga tocar aunque sea de manera tangencial una realidad. Cuando leemos los ensayos de Montaigne, su creador, vemos con asombro la versatilidad de unas páginas seguras, pero que zigzaguean a la vez; unas páginas que desvelan situaciones y artificios, pero que también ocultan con la intención de que sean quienes se topen con ellas quienes descubran en su interioridad (en su trama sutil) todo aquello que anida como “verdad”. En realidad el ensayo, más que la “verdad”, intenta desde sus finos mecanismos de relojería, hurgar en todo aquello que nos pueda acercar o dar atisbos de situaciones y de hechos para que seamos nosotros (los lectores) quienes tengamos la última palabra. Por ello, el ensayo merodea, avanza, retrocede, se aproxima, se aleja, envuelve y se desentiende a su vez, sin que esto constituya problema alguno en la conquista de su fin último: sembrar en nosotros el deseo de continuar en la búsqueda, de ser los artífices de un “algo” velado que vendrá a nosotros por múltiples caminos.

 

Gracias a esa plasticidad del género ensayístico se ha ido amoldando a las necesidades y requerimientos de una sociedad compleja, que busca con ansias derroteros que le ayuden a dirimir la incertidumbre atávica para avanzar sin tropiezos en la conquista de su destino. Si bien nuestros tiempos son distintos a los de Montaigne, y hoy estamos empeñados en el rompimiento con las raíces que de alguna manera nos atan al pasado, la búsqueda humana sigue siendo la misma: el Ser y sus eternas preguntas existenciales, lo que nos empuja, no sin desenfado, a seguir indagando más allá de nuestras propias posibilidades tempo-espaciales. En otras palabras: el género ensayístico se reinventa a cada instante; busca profundizar sin ansias conclusivas en la materia humana, sin que ello represente una verdad acabada en sí misma. Quien ensaya se lanza a una aventura y sabe que ha de llegar a un punto en medio de la nada, pero no sabe qué será (ni siquiera si le será útil), sólo que estos “hallazgos” constituyen por sí mismos puntos de encuentros y de desencuentros consigo mismo (y su realidad) en medio de una vastedad inexplorada. Es precisamente este aspecto el que nos interesa de este género, ya que no impone camisas de fuerza ni corsés metódicos: solo quien avanza en medio de la oscuridad del profundo abismo puede percatarse del peligro que lo asecha. 


No es pues inaudita la fuerza que ha ido tomando el género ensayístico en las últimas décadas, ya que su razón de ser es verse cara a cara con una realidad inexplorada e insospechada, y poder avanzar en medio de las sombras hasta toparse con un destino. La incertidumbre posmoderna es caldo nutricio del género, ya que de esta manera se ve impelido a desplegar con mayor fuerza sus remos, en busca de azarosos puertos que puedan servirle de excusas para una llegada. Solo que cuando el ensayista cree haber llegado y el lector cree cercana la “verdad prometida”, es cuando más camino se tiene por delante, y nuevos horizontes se despliegan frente a ellos, empujándolos sin remedio a continuar sus travesías e indagaciones en medio de renovados “peligros”. Sin más, el ensayo no promete lo que no puede entregarnos: una verdad concluyente, porque ella es escurridiza en un mundo cambiante, y porque de darse sería antinómica frente a un proceso de permanente construcción de espacios, que nos sirvan de argumento para continuar ensayando. De allí su huella civilizatoria y su importancia en nuestros días.  


@GilOtaiza


rigilo99@hotmail.com

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