Efectos de la pandemia y temporalidad
La temporalidad como secuencia a la cual hay que ordenar, como ciclos vitales que se repiten, o como oportunidades que se presentan súbitamente se refiere a lo conveniente, lo requerido
Stephen Hawking, el famoso físico británico, pasó a ser mundialmente conocido por su libro Historia del tiempo (1988). En la ‘Conclusión’ Hawking dice que “los científicos han estado demasiado ocupados con el desarrollo de nuevas teorías que describen cómo es el universo” mientras que los filósofos, “cuya ocupación es preocuparse acerca del por qué…no han podido avanzar al paso de las teorías científicas… No obstante, si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para todos”. Esta es una idea absolutamente relevante para un país cuando aborda la constitución de un futuro sustentable que depende, como nos ha enseñado el Covid-19, de concebir la temporalidad de un modo diferente: se trata de abordar, a la vez, los por qué y los cómo para conformar el devenir.
Los griegos hacían referencia a varios dioses y entidades divinas (como las Horas) para comprender la temporalidad y esos arquetipos fueron latinizados por los romanos. El tiempo secuencial, cuya marcha es inexorable, es regido por Cronos, representado como un hombre maduro que ha atesorado sabiduría con la edad, pero que ha sido capaz de todo para obtener y mantener el poder con objetivos claros y el trabajo persistente para alcanzarlos. Engullía a sus hijos para que no lo destronaran; finalmente es Zeus (Júpiter) quien lo sustituye como regente del Cosmos, repartiéndolo entre sus hermanos Poseidón (Neptuno) y Hades (Plutón). Zeus representa un orden por instauración del equilibrio en la secuencia temporal establecida por Cronos (Saturno).
Aión (Eón) es el dios de la temporalidad humana, no de la cósmica. Sus arquetipos son un niño y un anciano (el niño está contento con simplemente estar y el anciano con haber realizado una misión). No es un dios que propone objetivos, sino el sentido del tiempo eterno que se repite en los ciclos de la vida que permiten orientar la experiencia. Aión nos hace evaluar lo aprendido y lo realizado a partir de nuestras fortalezas. Permite, según Jung (1951) integrar al yo mediante los procesos que articulan consciente e inconsciente.
La tercera divinidad de la temporalidad es Kairós, hijo de Zeus y de Tyché (la suerte, denominada como fortuna en Roma). No es un dios, sino un daimón, un duende. Es representado como un joven muy bello con pies alados, un adolescente con la cabeza calva con excepción de un largo mechón. Es el dios de la oportunidad que viene súbitamente y hay que saber aprovechar. Dado que es de naturaleza caprichosa, Kairós representa los momentos coyunturales que hay que saber aprovechar. Requiere de saber evaluar la situación en la cual estamos, identificar las oportunidades y saber actuar en consonancia a ellas.
La temporalidad como secuencia a la cual hay que ordenar, como ciclos vitales que se repiten, o como oportunidades que se presentan súbitamente se refiere a lo conveniente, lo requerido, las condiciones de posibilidad y las competencias que necesita una Nación para saber-hacer, poder-hacer, querer-hacer, deber-hacer. Estas cuatro dicotomías son las aristas constitutivas del obrar para conformar el devenir: conocimiento práctico, competencias desarrolladas, voluntad y acción ética-moral.
Un país requiere de cuido consciente y de conocimiento convergidos hacia la constitución del futuro. Ambos se articulan mediante una aspiración, una visión compartida. Le dice el Tiempo al Libertador en Mi Delirio sobre El Chimborazo: “Observa-me dijo-, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado; di la verdad a los hombres”.
@juliaalcibiades juliaalcibiades@gmail.com
Los griegos hacían referencia a varios dioses y entidades divinas (como las Horas) para comprender la temporalidad y esos arquetipos fueron latinizados por los romanos. El tiempo secuencial, cuya marcha es inexorable, es regido por Cronos, representado como un hombre maduro que ha atesorado sabiduría con la edad, pero que ha sido capaz de todo para obtener y mantener el poder con objetivos claros y el trabajo persistente para alcanzarlos. Engullía a sus hijos para que no lo destronaran; finalmente es Zeus (Júpiter) quien lo sustituye como regente del Cosmos, repartiéndolo entre sus hermanos Poseidón (Neptuno) y Hades (Plutón). Zeus representa un orden por instauración del equilibrio en la secuencia temporal establecida por Cronos (Saturno).
Aión (Eón) es el dios de la temporalidad humana, no de la cósmica. Sus arquetipos son un niño y un anciano (el niño está contento con simplemente estar y el anciano con haber realizado una misión). No es un dios que propone objetivos, sino el sentido del tiempo eterno que se repite en los ciclos de la vida que permiten orientar la experiencia. Aión nos hace evaluar lo aprendido y lo realizado a partir de nuestras fortalezas. Permite, según Jung (1951) integrar al yo mediante los procesos que articulan consciente e inconsciente.
La tercera divinidad de la temporalidad es Kairós, hijo de Zeus y de Tyché (la suerte, denominada como fortuna en Roma). No es un dios, sino un daimón, un duende. Es representado como un joven muy bello con pies alados, un adolescente con la cabeza calva con excepción de un largo mechón. Es el dios de la oportunidad que viene súbitamente y hay que saber aprovechar. Dado que es de naturaleza caprichosa, Kairós representa los momentos coyunturales que hay que saber aprovechar. Requiere de saber evaluar la situación en la cual estamos, identificar las oportunidades y saber actuar en consonancia a ellas.
La temporalidad como secuencia a la cual hay que ordenar, como ciclos vitales que se repiten, o como oportunidades que se presentan súbitamente se refiere a lo conveniente, lo requerido, las condiciones de posibilidad y las competencias que necesita una Nación para saber-hacer, poder-hacer, querer-hacer, deber-hacer. Estas cuatro dicotomías son las aristas constitutivas del obrar para conformar el devenir: conocimiento práctico, competencias desarrolladas, voluntad y acción ética-moral.
Un país requiere de cuido consciente y de conocimiento convergidos hacia la constitución del futuro. Ambos se articulan mediante una aspiración, una visión compartida. Le dice el Tiempo al Libertador en Mi Delirio sobre El Chimborazo: “Observa-me dijo-, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado; di la verdad a los hombres”.
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