La verdad en Santo Tomás
En el fondo la verdad puede ser una sola, pero en la forma y en el tiempo parece haber varias verdades o semejanzas de verdades. Como en el rostro del espejo...
Durante la Edad Media, tan injustamente tratada por la historia superficial, al contrario de lo que se piensa vivieron unos intelectuales brillantes, quienes generaron muchísimo conocimiento y arrojaron luces grandiosas para la humanidad. No fue una época tan oscura como se dice. Sólo que las mentes sobresalientes hacían vida en las universidades y los conventos, y no existían medios de comunicación para propagar sus experiencias a la población en general. Uno de los hombres que más iluminó el medioevo, y contribuyó a definir las bases del pensamiento moderno en occidente fue Santo Tomás de Aquino. Santo Tomás está considerado como el más grande pensador medieval. En conjunto con San Agustín han sido los filósofos más notables de la Iglesia Católica, cada uno en una época distinta.
Tomás nació durante el año 1225 en el castillo de Roccasseca, al sur este de Roma, en el seno de una familia noble formada por nueve hermanos. Hijo menor del Conde de Aquino, su niñez la pasó estudiando en la abadía de Montecasino, y al llegar a la adolescencia lo enviaron a la universidad de Nápoles. Pronto descubrió su vocación sacerdotal y decidió unirse a la orden de los Predicadores o Dominicos, pese a la oposición de su padre. Tan grande fue el conflicto que lo encerraron por un tiempo en el castillo familiar, como si fuera un preso. Un día se escapó por una ventana y se fue a París, donde culminó sus estudios y fue aceptado como profesor. También investigó en la universidad de Colonia, y allí profundizó su conocimiento de la obra de Aristóteles.
Santo Tomás vivió unos 850 años después que San Agustín, y pudo lograr la compatibilidad de la fe católica con el pensamiento aristotélico, así como Agustín de Hipona hizo siglos atrás con el cristianismo y Platón. Tomás de Aquino fue también profesor en Roma y Nápoles, y un prolífico escritor que nos dejó muchas obras extraordinarias, elaboradas sobre todo mientras fue profesor de teología en París. Murió a los 49 años en la abadía de Fossanuova, cerca de su pueblo natal, cuando se dirigía al II Concilio de Lyon convocado por el papa Gregorio X. Tomás tenía que intervenir en ese concilio en el cual se decidió el sistema de elección papal, se resolvió la disputa entre Alfonso X de Castilla “El Sabio” y Rodolfo I de Habsburgo, para decidir quien debía ser el emperador del Sacro Imperio Romano, y se firmó la unión entre las iglesias Ortodoxa Griega y la Católica Romana. San Buenaventura, el negociador de ese asunto por parte de la iglesia romana, murió en las sesiones.
Uno de los libros de Santo Tomás que más estudios y discusiones académicas ha generado es el llamado “Sobre la verdad”, un trabajo universitario que realizó con sus estudiantes en La Sorbona por el año de 1256. En esa obra, la cual contiene mucho más de filosofía que de teológía, se recoge el producto de 3 años de defensas de tesis de grado relacionadas con el concepto de la verdad. El mecanismo era el siguiente: El tutor de la tesis designaba a varios estudiantes para oponerse con sus argumentos a lo expuesto en el trabajo de grado, y el autor de la tesis tenía que responder y defender sus planteamientos con demostraciones convincentes. Al finalizar la discusión erudita, Tomás de Aquino proponía ciertas soluciones. El libro es un compendio de las preguntas controvertidas sobre la verdad que aparecieron en esas defensas de tesis, sumadas al valor agregado que aportó Santo Tomás con sus soluciones a las objeciones.
Para Santo Tomás, la verdad se logra cuando el conocimiento se adecúa a la realidad. La verdad forma parte de lo necesario para alcanzar la felicidad, o la bienaventuranza como él la llamaba. Lo que pasa, decía el santo, es que la verdad es difícil de alcanzar porque el hombre es fácil de engañar. Tomás de Aquino busca, sin contradecir a San Agustín en la unicidad de la verdad divina, probar que el hombre puede acceder por él mismo a la verdad sin tener que recurrir a la iluminación de razones eternas. El hombre ejercita su conocimiento si con él se abre a la verdad.
Tomás en su libro menciona varias veces Los Soliloquios de San Agustín, para quien “la verdad es eso que es”. Santo Tomás agrega que la verdad se encuentra en el intelecto mucho más que en las cosas, y cita a Aristóteles en el libro VI de “Metafísica”: “El bien y el mal están en las cosas, pero lo verdadero y lo falso están en el intelecto”. Pero el intelecto divide y compone, y además hay muchas cosas que nuestro intelecto no conoce.
En la cuarta pregunta, sobre si hay una única verdad, aparece el tiempo como una clave escondida. Cita a San Anselmo de Canterbury cuando dice que “la verdad se relaciona a las cosas verdaderas como el tiempo a las cosas temporales”. La pregunta lleva adosada la división entre intelecto divino e intelecto humano, que podría permitir que hubiera varias verdades. El santo la soluciona afirmando que hay un solo intelecto: el divino, por lo tanto una sola verdad. Admite que puede haber muchas semejanzas a la verdad, como la semejanza a un rostro en un espejo, pero dice que la verdad pertenece al alma en el sentido no corporal.
En el libro hay muchas otras preguntas como sobre la eternidad de la verdad, si ella es inamovible, si hay una verdad primera, si buscamos la verdad en los sentidos, y si buscamos las cosas falsas en los sentidos o en el intelecto. Lo cierto es que las respuestas de Santo Tomás a esas preguntas y contradicciones, resultaron un aporte invalorable al concepto de la verdad en el pensamiento occidental.
Aparte del tema divino, que la teología sabe satisfacer mejor, la clave del tiempo nos ayuda a resolver por razones utilitarias el dilema de la verdad en el mundo de hoy. En el fondo la verdad puede ser una sola, pero en la forma y en el tiempo parece haber varias verdades o semejanzas de verdades. Como en el rostro del espejo. Cada persona con su intelecto ve las mismas cosas de diferente manera. Cada uno de nosotros entonces cree tener una visión de la verdad. De su verdad, que no es la verdad verdadera. Podemos ser fácilmente engañados como dice Santo Tomás. Eso nos lleva a tener una gran humildad intelectual y a decir como decía Sócrates: “yo sólo sé que no sé nada”.
alvaromont@gmail.com
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