Noé
Seguramente cuando todo vuelva a la normalidad y retorne la paloma con su rama de olivo, ha de encontrarnos transformados, más ricos y, sin duda, empoderados.
En estos días cierto amigo establecía, jocosamente, el paralelismo entre la situación por la que atravesamos y el Diluvio Universal. Permanecemos confinados, como lo estuvieron Noé y sus animales en el Arca. En buena medida, nuestra esperanza de salvación deriva del encierro y, finalmente, se trata de una situación transitoria.
El Génesis nos relata cómo, tras el diluvio, el Arca se posó sobre el monte Ararat. Poco a poco las aguas se fueron retirando de la tierra hasta que comenzaron a verse las cimas de las montañas.
Noé soltó una paloma en tres oportunidades. La primera vez no encontró un lugar donde posarse, y regresó al arca. La segunda vez volvió, trayendo en su pico una ramita de olivo recién cortada. Así Noé se dio cuenta de que las aguas habían bajado hasta dejar la tierra al descubierto. La tercera vez, ya no volvió.
Todo pasa. Por imposible que nos parezca, llegará un día en que las medidas de aislamiento se vayan levantando, y se vaya reanudando la interacción con otros. No sabemos lo que vamos a encontrar fuera del arca, pero es muy importante decidir cómo vamos a ser nosotros para entonces.
Considerada en diferentes culturas como símbolo de fidelidad, pureza y paz, en el cristianismo la paloma suele representar un canal entre el mundo terrenal y el espiritual. Algo similar sucedía entre los fenicios, quienes empleaban la misma palabra para referirse al ave y al sacerdote. Entre los romanos, estaba asociada a la diosa Venus.
Debido a la capacidad que tanto el macho como la hembra de esta especie tienen para producir leche con la que alimentar a sus pichones, son consideradas también símbolo de la maternidad.
Sin embargo, en la novela a la que voy a referirme la paloma es simplemente un fenómeno inesperado, aleatorio, como hubiera podido ser, por ejemplo, el coronavirus.
La paloma, del escritor alemán Patrick Süskind, publicada originalmente en 1987, se desarrolla a lo largo de las 24 horas que conforman un día cualquiera en la vida de Jonathan Noel, un vigilante de banco que reside en París.
En la vida de Noel no hay lugar para la improvisación o lo inesperado: todo se encuentra planificado y se repite con la precisión de una coreografía, una y otra vez, en cada jornada. Pero una mañana un evento sorpresivo viene a romper su rutina. Cuando se dispone a salir, descubre un inesperado visitante: una paloma, un animal que se le antoja un bicho repugnante, se ha apostado frente a su puerta y le obstruye el paso. Este incidente nimio cobrará en su cabeza dimensiones aterradoras.
La necesidad de encontrar una salida alternativa para no tener que atravesar el umbral en el que está situada la paloma constituye apenas el primero de los trastornos que experimentará Noel durante un día del que, en paralelo, saldrá fortalecido, al comprobar que es capaz de resolver cualquier imprevisto y que puede disfrutar de nuevas experiencias.
Hay quien ha asimilado La Paloma a obras como El capote de Gógol, Bartleby de Melville o La metamorfosis de Kafka, en las que los protagonistas efectúan una toma de conciencia de sí mismos.
Quiero creer que, de manera semejante, saldremos enriquecidos de esta situación fortuita que nos ha distanciado de nuestra zona de confort.
Nos hemos visto obligados a sortear obstáculos, a buscar nuevas formas de comunicarnos, a explorar nuevas actividades, a liberar capacidades, todo lo cual redundará en hacer de nosotros personas más sabias. Seguramente cuando todo vuelva a la normalidad y retorne la paloma con su rama de olivo, ha de encontrarnos transformados, más ricos y, sin duda, empoderados.
Linda.dambrosiom@gmail.com
El Génesis nos relata cómo, tras el diluvio, el Arca se posó sobre el monte Ararat. Poco a poco las aguas se fueron retirando de la tierra hasta que comenzaron a verse las cimas de las montañas.
Noé soltó una paloma en tres oportunidades. La primera vez no encontró un lugar donde posarse, y regresó al arca. La segunda vez volvió, trayendo en su pico una ramita de olivo recién cortada. Así Noé se dio cuenta de que las aguas habían bajado hasta dejar la tierra al descubierto. La tercera vez, ya no volvió.
Todo pasa. Por imposible que nos parezca, llegará un día en que las medidas de aislamiento se vayan levantando, y se vaya reanudando la interacción con otros. No sabemos lo que vamos a encontrar fuera del arca, pero es muy importante decidir cómo vamos a ser nosotros para entonces.
Considerada en diferentes culturas como símbolo de fidelidad, pureza y paz, en el cristianismo la paloma suele representar un canal entre el mundo terrenal y el espiritual. Algo similar sucedía entre los fenicios, quienes empleaban la misma palabra para referirse al ave y al sacerdote. Entre los romanos, estaba asociada a la diosa Venus.
Debido a la capacidad que tanto el macho como la hembra de esta especie tienen para producir leche con la que alimentar a sus pichones, son consideradas también símbolo de la maternidad.
Sin embargo, en la novela a la que voy a referirme la paloma es simplemente un fenómeno inesperado, aleatorio, como hubiera podido ser, por ejemplo, el coronavirus.
La paloma, del escritor alemán Patrick Süskind, publicada originalmente en 1987, se desarrolla a lo largo de las 24 horas que conforman un día cualquiera en la vida de Jonathan Noel, un vigilante de banco que reside en París.
En la vida de Noel no hay lugar para la improvisación o lo inesperado: todo se encuentra planificado y se repite con la precisión de una coreografía, una y otra vez, en cada jornada. Pero una mañana un evento sorpresivo viene a romper su rutina. Cuando se dispone a salir, descubre un inesperado visitante: una paloma, un animal que se le antoja un bicho repugnante, se ha apostado frente a su puerta y le obstruye el paso. Este incidente nimio cobrará en su cabeza dimensiones aterradoras.
La necesidad de encontrar una salida alternativa para no tener que atravesar el umbral en el que está situada la paloma constituye apenas el primero de los trastornos que experimentará Noel durante un día del que, en paralelo, saldrá fortalecido, al comprobar que es capaz de resolver cualquier imprevisto y que puede disfrutar de nuevas experiencias.
Hay quien ha asimilado La Paloma a obras como El capote de Gógol, Bartleby de Melville o La metamorfosis de Kafka, en las que los protagonistas efectúan una toma de conciencia de sí mismos.
Quiero creer que, de manera semejante, saldremos enriquecidos de esta situación fortuita que nos ha distanciado de nuestra zona de confort.
Nos hemos visto obligados a sortear obstáculos, a buscar nuevas formas de comunicarnos, a explorar nuevas actividades, a liberar capacidades, todo lo cual redundará en hacer de nosotros personas más sabias. Seguramente cuando todo vuelva a la normalidad y retorne la paloma con su rama de olivo, ha de encontrarnos transformados, más ricos y, sin duda, empoderados.
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