La cruz de Lorena
La decisiva mayoría democrática dentro de esa Asamblea es la fuerza principal de la oposición venezolana ante el mundo. Defendámosla y conservémosla
Ganada la Segunda Guerra, Winston Churchill dijo que “de todas las cruces que tuve que cargar, la más pesada fue la cruz de Lorena” – emblema de Charles De Gaulle - por los constantes enfrentamientos entre facciones de franceses que luchaban junto a los aliados, disputándose hasta quién entraría de primero a París liberado.
En severos trances como el que hoy también enfrenta Venezuela todo tipo de elemento convive en oposición, y siendo variopinta la multitud de factores con enemigo común es impepinable que surja todo tipo conflicto subalterno entre tantos y tan disímiles actores y aspirantes.
Por eso conviene mantener el foco en las cosas realmente importantes, pues, como dijo Confucio: “Cuando el sabio señala a la luna, el necio mira el dedo”.
Lo esencial es que, tras 20 años de lucha, el movimiento democrático venezolano está hoy representado por una institución colectiva y diversa: La soberana Asamblea Nacional, reconocida por legitima por casi 60 países, que además reconocen su ejercicio interino del Poder Ejecutivo ante la descarada usurpación de una dictadura ya derrotada en muchos frentes.
Es vital para el régimen aniquilar la Asamblea a como dé lugar, utilizando todos los medios desde la fuerza hasta el descrédito para demoler la mayoría opositora. Por eso nadie se debe sorprender si recurre a esa sinuosa corrupción que es característica esencial de su “modus operandi” y base de su sustento político. Con desenmascarar y neutralizar ese desafío, basta.
Tras todo lo ocurrido la pasada semana, la pieza fundamental de legitimidad reconocida por la mayor parte del mundo democrático sigue siendo ese mismo Poder Legislativo, que además ejerce de poder ejecutivo interino en la medida de sus limitadas posibilidades.
Su presidencia la ostenta desde enero un joven legislador, que no buscó el cargo - lo aceptó cuando tocaba; y que con impresionante hombría asumió los riesgos y retos de esa doble representación, con demostrada humildad para corregir entuertos sobre la marcha.
No es candidato, caudillo, ni mesías infalible –tampoco es un títere- es apenas un discreto y valiente joven que enarbola la bandera de la institucionalidad democrática venezolana frente a una mafia sin escrúpulos de género alguno. Merece respeto.
La decisiva mayoría democrática dentro de esa Asamblea es la fuerza principal de la oposición venezolana ante el mundo. Defendámosla y conservémosla. ¿Qué la Asamblea no es perfecta? Desde luego que no, pero recordemos que lo perfecto es el peor enemigo de lo bueno, y no formemos parte de otra pesada cruz de Lorena.
En severos trances como el que hoy también enfrenta Venezuela todo tipo de elemento convive en oposición, y siendo variopinta la multitud de factores con enemigo común es impepinable que surja todo tipo conflicto subalterno entre tantos y tan disímiles actores y aspirantes.
Por eso conviene mantener el foco en las cosas realmente importantes, pues, como dijo Confucio: “Cuando el sabio señala a la luna, el necio mira el dedo”.
Lo esencial es que, tras 20 años de lucha, el movimiento democrático venezolano está hoy representado por una institución colectiva y diversa: La soberana Asamblea Nacional, reconocida por legitima por casi 60 países, que además reconocen su ejercicio interino del Poder Ejecutivo ante la descarada usurpación de una dictadura ya derrotada en muchos frentes.
Es vital para el régimen aniquilar la Asamblea a como dé lugar, utilizando todos los medios desde la fuerza hasta el descrédito para demoler la mayoría opositora. Por eso nadie se debe sorprender si recurre a esa sinuosa corrupción que es característica esencial de su “modus operandi” y base de su sustento político. Con desenmascarar y neutralizar ese desafío, basta.
Tras todo lo ocurrido la pasada semana, la pieza fundamental de legitimidad reconocida por la mayor parte del mundo democrático sigue siendo ese mismo Poder Legislativo, que además ejerce de poder ejecutivo interino en la medida de sus limitadas posibilidades.
Su presidencia la ostenta desde enero un joven legislador, que no buscó el cargo - lo aceptó cuando tocaba; y que con impresionante hombría asumió los riesgos y retos de esa doble representación, con demostrada humildad para corregir entuertos sobre la marcha.
No es candidato, caudillo, ni mesías infalible –tampoco es un títere- es apenas un discreto y valiente joven que enarbola la bandera de la institucionalidad democrática venezolana frente a una mafia sin escrúpulos de género alguno. Merece respeto.
La decisiva mayoría democrática dentro de esa Asamblea es la fuerza principal de la oposición venezolana ante el mundo. Defendámosla y conservémosla. ¿Qué la Asamblea no es perfecta? Desde luego que no, pero recordemos que lo perfecto es el peor enemigo de lo bueno, y no formemos parte de otra pesada cruz de Lorena.
aherreravaillant@yahoo.com
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