Escenarios de guerra mundial
China emerge con fuerza. Estados Unidos declina. El escenario más probable de una guerra mundial por venir sería entre ambos y tendría, en su origen, un carácter regional
China emerge con fuerza. Estados Unidos declina. El escenario más probable de una guerra mundial por venir sería entre ambos y tendría, en su origen, un carácter regional. El punto de partida sería, en efecto, una confrontación por el control de la región del Asia-Pacífico. A partir de allí, cualquier configuración de factores resultaría sin embargo posible. No es bajo el riesgo de que un conflicto de esta naturaleza adquiriese carácter global y escalase a nivel nuclear.
China aspira a jugar un papel hegemónico en los mares del Este y del Sur de China, cuya proyección alcanzaría hasta la primera cadena de grandes islas (Japón, Filipinas, etc.). Sus aspiraciones llegan incluso hasta la segunda cadena de grandes islas, regadas por el Pacífico abierto y que incluirían a las islas Marianas, propiedad de Estados Unidos. De manera más modesta, pero también más inmediata, desearía hacer del Mar del Sur de China el equivalente a lo que el Mar Caribe ha sido para Estados Unidos desde finales del siglo XIX. Todo lo anterior se enmarcaría dentro de un espacio sino-céntrico que englobaría a las naciones-Estados del Asia-Pacífico.
Varias razones confluyen a sustentar este deseo chino. En primer lugar, su creciente viabilidad militar. Gracias a la cercanía física, a su potente tecnología militar asimétrica (en las que armas de costo modesto pueden destruir a portaviones o a satélites, cuyos costos alcanzarían a múltiples millardos de dólares), a su alto desarrollo ciber militar y a su posicionamiento armado en una extensa red de islas, China evoluciona aceleradamente hacia el control del teatro de operaciones. En segundo lugar, su superioridad económica sobre Estados Unidos crecerá a pasos agigantados en las próximas décadas. Se calcula que en el 2040 el porcentaje de bienes y servicios producidos por la economía estadounidense será del 11% del global, mientras que el de China alcanzará al 30%. De acuerdo a las proyecciones, para 2050 el PIB chino duplicará o incluso podría llegar a triplicar al de Estados Unidos. En tercer lugar, China que fue potencia dominante en esa parte del mundo por miles de años, y que vio alterada esa posición luego de un siglo de humillaciones por parte de potencias foráneas, considera llegado el momento de reestablecer el equilibrio natural de las cosas.
Para evitar una guerra, Estados Unidos debería estar dispuesto a tres cosas. Uno, abdicar a su liderazgo en esa parte del mundo. Dos, desentenderse de las importantes alianzas militares que lo atan al mismo. Tres, asumir el costo sobre su prestigio y preeminencia mundial de las ondas expansivas que de allí derivarían. Ello, a no dudarlo, luce en extremo cuesta arriba. Rubricar explícitamente la propia decadencia no es algo fácil. Sin embargo, más difícil aún sería que Pekín aceptase un papel de subordinación permanente en su esfera de influencia histórica, cuando su fortaleza le brinda la oportunidad de revertir la situación. Xi Jinping ha indicado ya a sus fuerzas armadas que deben prepararse para la guerra. Ambas partes se encuentran así en callejones sin salida y en curso de colisión directo. La guerra podría surgir dos vías. Propiciada por el más poderoso que va en vías declive. Ello configuraría la clásica Trampa de Tucídides. Alternativamente, propiciada por la potencia en ascenso frustrada por que se le cierra el paso. Ello configuraría la llamada Teoría de Transición de Poder.
Un conflicto de esta naturaleza podría no sólo desenvolverse dentro del ámbito del armamento convencional, sino que podría circunscribirse a un marco regional. De hacerse inevitable la guerra, ello sería duda lo deseable. El mayor riesgo de que esto no ocurriese vendría determinado por la búsqueda de alianzas. Estas últimas complicarían considerablemente la situación, expandiendo no sólo la dimensión geográfica involucrada sino elevando el riesgo de pasar al umbral nuclear. La entrada de Rusia al conflicto representaría la peor de las hipótesis planteadas.
Lamentablemente, la conformación de un eje Pekín-Moscú luce probable en caso de guerra. Por un lado, China seguramente brindaría todo tipo de incentivos a Rusia con el propósito de abrir un segundo frente que la aliviase del pleno impacto de las fuerzas estadounidenses. Por otro lado, Rusia encontraría sus propios incentivos en las cuentas que tiene pendiente con un Occidente que la ha humillado grandemente desde el colapso de la URSS, así como en la agenda geopolítica expansiva que aquel le limita. Esta agenda incluiría la reconstitución de una parte de su viejo espacio de influencia, considerado como fundamental para limitar la penetración a sus espacios interiores. Una entrada en escena de Moscú en el conflicto, aparejaría a la vez la de la OTAN. Ello no sólo le daría a este un carácter global, sino que elevaría el riesgo de dar el salto hacia lo nuclear. Sin embargo, más allá de Rusia, el problema de las alianzas es que en Asia casi todos parecieran tener cuentas por resarcirse de algún vecino.
altohar@hotmail.com
China aspira a jugar un papel hegemónico en los mares del Este y del Sur de China, cuya proyección alcanzaría hasta la primera cadena de grandes islas (Japón, Filipinas, etc.). Sus aspiraciones llegan incluso hasta la segunda cadena de grandes islas, regadas por el Pacífico abierto y que incluirían a las islas Marianas, propiedad de Estados Unidos. De manera más modesta, pero también más inmediata, desearía hacer del Mar del Sur de China el equivalente a lo que el Mar Caribe ha sido para Estados Unidos desde finales del siglo XIX. Todo lo anterior se enmarcaría dentro de un espacio sino-céntrico que englobaría a las naciones-Estados del Asia-Pacífico.
Varias razones confluyen a sustentar este deseo chino. En primer lugar, su creciente viabilidad militar. Gracias a la cercanía física, a su potente tecnología militar asimétrica (en las que armas de costo modesto pueden destruir a portaviones o a satélites, cuyos costos alcanzarían a múltiples millardos de dólares), a su alto desarrollo ciber militar y a su posicionamiento armado en una extensa red de islas, China evoluciona aceleradamente hacia el control del teatro de operaciones. En segundo lugar, su superioridad económica sobre Estados Unidos crecerá a pasos agigantados en las próximas décadas. Se calcula que en el 2040 el porcentaje de bienes y servicios producidos por la economía estadounidense será del 11% del global, mientras que el de China alcanzará al 30%. De acuerdo a las proyecciones, para 2050 el PIB chino duplicará o incluso podría llegar a triplicar al de Estados Unidos. En tercer lugar, China que fue potencia dominante en esa parte del mundo por miles de años, y que vio alterada esa posición luego de un siglo de humillaciones por parte de potencias foráneas, considera llegado el momento de reestablecer el equilibrio natural de las cosas.
Para evitar una guerra, Estados Unidos debería estar dispuesto a tres cosas. Uno, abdicar a su liderazgo en esa parte del mundo. Dos, desentenderse de las importantes alianzas militares que lo atan al mismo. Tres, asumir el costo sobre su prestigio y preeminencia mundial de las ondas expansivas que de allí derivarían. Ello, a no dudarlo, luce en extremo cuesta arriba. Rubricar explícitamente la propia decadencia no es algo fácil. Sin embargo, más difícil aún sería que Pekín aceptase un papel de subordinación permanente en su esfera de influencia histórica, cuando su fortaleza le brinda la oportunidad de revertir la situación. Xi Jinping ha indicado ya a sus fuerzas armadas que deben prepararse para la guerra. Ambas partes se encuentran así en callejones sin salida y en curso de colisión directo. La guerra podría surgir dos vías. Propiciada por el más poderoso que va en vías declive. Ello configuraría la clásica Trampa de Tucídides. Alternativamente, propiciada por la potencia en ascenso frustrada por que se le cierra el paso. Ello configuraría la llamada Teoría de Transición de Poder.
Un conflicto de esta naturaleza podría no sólo desenvolverse dentro del ámbito del armamento convencional, sino que podría circunscribirse a un marco regional. De hacerse inevitable la guerra, ello sería duda lo deseable. El mayor riesgo de que esto no ocurriese vendría determinado por la búsqueda de alianzas. Estas últimas complicarían considerablemente la situación, expandiendo no sólo la dimensión geográfica involucrada sino elevando el riesgo de pasar al umbral nuclear. La entrada de Rusia al conflicto representaría la peor de las hipótesis planteadas.
Lamentablemente, la conformación de un eje Pekín-Moscú luce probable en caso de guerra. Por un lado, China seguramente brindaría todo tipo de incentivos a Rusia con el propósito de abrir un segundo frente que la aliviase del pleno impacto de las fuerzas estadounidenses. Por otro lado, Rusia encontraría sus propios incentivos en las cuentas que tiene pendiente con un Occidente que la ha humillado grandemente desde el colapso de la URSS, así como en la agenda geopolítica expansiva que aquel le limita. Esta agenda incluiría la reconstitución de una parte de su viejo espacio de influencia, considerado como fundamental para limitar la penetración a sus espacios interiores. Una entrada en escena de Moscú en el conflicto, aparejaría a la vez la de la OTAN. Ello no sólo le daría a este un carácter global, sino que elevaría el riesgo de dar el salto hacia lo nuclear. Sin embargo, más allá de Rusia, el problema de las alianzas es que en Asia casi todos parecieran tener cuentas por resarcirse de algún vecino.
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