¿Dónde estamos?
En resumen: no esperamos cambios políticos a corto plazo, ni por presión, ni por negociación y sí proyectamos más deterioro económico y desequilibrios empobrecedores...
En este momento, no vemos una estrategia clara, ni en los países más duros a favor de las sanciones y el aislamiento, ni en los que apuestan por la negociación política como medio para solventar la crisis.
Ambas tendencias han perdido su confianza en que su estrategia pueda funcionar, lo que los desmotiva y hace que el interés por el tema vaya disminuyendo de manera global, algo que puede empeorar con el recrudecimiento de los conflictos recientes en los países árabes.
En el caso de las posiciones radicales, esto no significa que podamos ver una flexibilización a corto plazo. Interpreto que el gobierno norteamericano se queda preso de su decisión de sancionar y aislar. Se convirtió (o siempre era) en un tema de política interna americana, vinculada a su impacto en el estado de Florida y la votación latina, fundamental para la reelección del presidente Trump. Esto hace pensar que la posición se va a seguir radicalizando en el discurso y en la acción sancionatoria. Sin embargo, la posibilidad real de que se avance en una acción más radical, que involucre intervenciones unilaterales o multilaterales, como se pretende hacer ver con la aprobación del TIAR, es un discurso para crear una “amenaza creíble”, que es increíble.
Con respecto a los aliados de la negociación política, sus esperanzas estaban puestas en las acciones de los negociadores de Noruega. Pero las probabilidades de llegar a algo substancial en este campo eran remotas desde el principio, a menos que hubiera una conexión militar subterránea, que presionara los resultados negociados. Y esa conexión no existe, por ahora.
En el plano económico, hasta los desequilibrios son precarios. El país está afectado por el modelo primitivo revolucionario y ahora amplificado por las sanciones generales, que si bien no parecen sacar gobiernos, si empeoran la capacidad económica empresarial y la calidad de vida de la población.
La caída de producción local rompe récords históricos. El consumo está en el piso, aunque la dualización genera una especie de burbuja en los segmentos medios y elevados de ingresos. El problema es que el resto de la población, sin acceso a divisas, depende de políticas públicas, que van cayendo en cobertura en los últimos meses. El gobierno intenta suplir con productos nacionales las bolsas y cajas de comida que antes importaba, pero sin divisas en efectivo, ni capacidad para transferir, su oferta a los productores locales es pagar en bolívares, lo cual tiende a disparar el circulante, afectando la estabilidad artificial de la moneda. El pago a proveedores, incluyendo petroleros, desata la devaluación y la respuesta ha sido anunciar una indexación al dólar de los créditos locales, intentando pulverizar la posibilidad de que estos créditos sean utilizados para comprar divisas. La realidad es que la presión devaluacionista poco tiene que ver con ese financiamiento y lo que hace esta nueva dolarización crediticia es anunciar el fin del crédito y poner a la banca y al sector privado en precaria situación para surfear la crisis.
En resumen: no esperamos cambios políticos a corto plazo, ni por presión, ni por negociación y sí proyectamos más deterioro económico y desequilibrios empobrecedores. Lamentablemente, Venezuela vuelve a demostrar el dicho que indica que los países, como la gente, suelen agotar todas las estupideces previas, antes de llegar a la negociación efectiva. Pero esa negociación necesaria no se parece en nada a la negociación parcial entre el gobierno y las minorías opositoras, con cero probabilidad de éxito, con la que se pretende rellenar, perceptualmente, el vacío que deja el fracaso de las negociaciones entre los actores claves para desanudar el entuerto.
luisvleon@gmail.com
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