Últimamente la definición de “socialismo” ha adquirido connotaciones inciertas y desatado discordias dramáticas, pero en realidad no existe un socialismo verdadero y otro falso, lo que existe son innumerables socialismos de acuerdo a quien lo imagine o aplique. Socialismo es solo una palabra que distintos pensadores políticos le han adjudicado a su interpretación de los parámatros para guiar un gobierno. Detalle: Marx no inventó la palabra socialismo (parece que fue un monje italiano en 1766). Antes, durante y después de Marx, han existido otros fundadores de su propio socialismo. Clave: socialismo puede significar incluso una metodología opuesta a la ideología marxista.
Socialdemócratas o socialcristianos, quienes durante el siglo XX tuvieron una influencia determinante en el establecimiento de la democracia alrededor del mundo, son la demostración de que hay otras corrientes de pensamiento denominadas socialismo que entienden el ejercicio del poder dentro de los valores inalienables de las libertades y derechos individuales. El problema es el comunismo, esa utopía con felicidad absoluta y sin Estado, porque como -“por ahora”- no se puede alcanzar, los comunistas se ven obligados a aplicar, mientras tanto, un gobierno que elimine la propiedad privada e implante una dictadura del proletariado regida por un único partido. Y a esa “transición” la llaman socialismo (en su acepción marxista vale redundar).
La frase: “No, es que eso no es socialismo”, es tan inexacta como acertada. Porque, claro, cada cual tiene su idea de lo que debería ser el “socialismo”. Para los socialdemócratas de los países nórdicos su socialismo ha sido eficientísimo, mientras que el “experimento” soviético fue un fracaso criminal. No tiene nada de malo que un Estado funcional administre los recursos para que haya mejor salud y educación pública. Así que, mi querido lector, no se asuste cuando le mencionen socialismo, prevéngase si descubre que se trata de comunismo.
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