El fin de un mundo
El nuevo mundo es un entramado complicado de dimensiones donde juegan desde las técnicas de producción hasta las estructura políticas que crujen y las nuevas que se asoman
Un mundo termina, no cabe duda, y otro está en proceso de conformación. Debemos recurrir al pensador neomarxista Robert Fossaert (“El mundo del siglo XXI”) para dejar claro que el fin de un mundo no es un Apocalipsis. Como este autor bien lo dice “un mundo significa un período de la historia del sistema mundial formado por el conjunto de países interactuantes”. Este nuevo mundo que se asoma no es más que una acumulación en proceso de modificación de todos los mundos anteriores que se sucedieron o coexistieron.
El nuevo mundo es un entramado complicado de dimensiones donde juegan desde las técnicas de producción hasta las estructura políticas que crujen y las nuevas que se asoman, desde el multiculturalismo hasta la conformación de una economía mundial, desde la caída del paradigma de que las relaciones internacionales solo podían darse entre Estados hasta el asomo de este nuevo mundo donde puede hablarse de los mundos en plural.
El hombre de este nuevo mundo está marcado por los viejos paradigmas, lo que Alvin Ward Gouldner (“La crisis de la sociología occidental”) llama la “realidad personal”. Esto es, las ideas prevalecientes en el mundo que hemos conocido, en el cual hemos vivido. El hombre de la transición enfrenta el desafío de comprender las formas emergentes con convicciones pasadas. En buena medida se reproduce en él la dualidad de lo emergente, dado que vive, y procura aumentar, una interiorización aldeana y una ansiosa búsqueda del nivel mundial. El hombre vivía sujeto a su nación, al Estado que le daba –al menos teóricamente– protección envolvente. La existencia de otros como él en otra cultura y en otro mundo organizado la suplantaba con el estudio o con el viaje, pero ahora se enfrenta o a una auténtica pluralidad de mundos en el cual deberá ejercer una democracia en proceso de invención.
Ya no habrá mundos autárquicos como los que describe Fossaert volcados hacia adentro, apenas transformados por el comercio lejano. Hay que insistir en el recurso de la “reflexividad”, tan necesaria al hombre de esta transición, en la necesidad de una profundización en el “sí mismo”. Los intelectuales deben pensar sobre su propio pensamiento y la sociología criticarse sobre su propia razón de ser.
teodulolopezm@outlook.com
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