Balzac según Stefan Zweig
Balzac se jactaba de leer en el rostro, en los más mínimos movimientos, en los pliegues de los vestidos de quienes cruzaban a su lado en las calles de París, su género de vida, su profesión...
Su nombre hace estremecer el concepto de narración literaria. Una descripción “balzaciana” significa un relato que delinea cada detalle de una situación o personaje, de manera que el lector puede imaginar un dibujo exacto y casi fotográfico de aquello que el autor trata de representar. La obra de este genio de la literatura francesa no deja de asombrar después de tantos años a los amantes de la lectura, por lo prolífica y cercana a la naturaleza humana que fue. Si alguien conoció a los hombres fue Honoré de Balzac, por eso creó literariamente más de dos mil personajes que fueron sacados de la vida real, en una combinación infinita de caracteres que sólo su capacidad creativa podía mezclar. Generalmente un buen escritor puede pasar a la historia con la autoría de uno o dos libros excepcionales durante toda su vida. Pero Balzac era tan genial que de su pluma salía una obra inigualable cada mes si lo deseaba, o si lo necesitaba para pagar sus deudas. Su ejemplar más conocido: “La Comedia Humana”, es un compendio de decenas de novelas que fotografían la sociedad francesa de su época, colocando el foco del lente en el más mínimo detalle.
Quizás la mejor biografía que se ha escrito sobre Balzac es la del austríaco Stefan Zweig, quien se obsesionó literariamente con el personaje. Zweig admitiría que consideraba su crónica sobre Balzac como la obra cumbre de su vida. Honoré de Balzac nació en mayo del año 1799 en la ciudad francesa de Tours, en el seno de una familia burguesa que mostró un gran desapego por el niño a través de su infancia. Criado por una nodriza hasta los cuatro años y luego enviado a un duro internado hasta terminar la adolescencia, Honoré entra en la Sorbona de París a estudiar derecho. Pero lo suyo no eran las leyes, y contrariando los deseos de su familia se instala en una buhardilla parisina a vivir de la escritura. Al principio firmaba con un pseudónimo y escribía artículos, panfletos, novelas, obras de ciencias naturales y todo lo que le encargaran. Eso apenas le permitía sobrevivir. En esa buhardilla se fue fraguando “una especie de mecánica de las pasiones” que según Zweig permitió a Balzac “arrancar al pecho del hombre las fuerzas elementales, o mejor, esas mil formas poéticas de la verdadera y única fuerza elemental, calentarlas, poniendo a presión la atmósfera en que viven, fustigarlas a ramalazos de sentimientos y emborracharlas con los elíxires del amor y el odio”. Balzac creaba y vivía sus personajes, compartiendo con ellos sus goces y tristezas.
Mención especial merecen los rostros de Balzac. Para él los rasgos faciales eran “una voluntad vital petrificada, un carácter fundido en bronce”. Por eso componía el mundo interior del hombre sobre su cara. “Para Balzac toda cara era una charada que había que descifrar” afirma Zweig. Balzac se jactaba de leer en el rostro, en los más mínimos movimientos, en los pliegues de los vestidos de quienes cruzaban a su lado en las calles de París, su género de vida, su profesión, sus angustias, pasiones y miserias. Jugaba a ser como una especie de Sherlock Holmes de la fisonomía humana, y lo hacía muy bien. Seguramente en esa característica se inspiró Rodin para elaborar su enorme estatua de Balzac, que se encuentra en el cruce de los bulevares Raspail y Montparnasse de París. En ella se representa una mirada “de miedo y de sorpresa del que retorna de un cielo remoto y se ve de súbito precipitado en la olvidada realidad… aquella mirada de un sonámbulo a quien de pronto, con voz estridente, gritan su nombre”. Zweig apunta que en los ochenta volúmenes que dejó escritos Balzac se encierra una época, un mundo, una generación.
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