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Ronald Reagan y el Esequibo

La diplomacia sigue siendo más rentable que la guerra. Ronald Reagan, más allá de sus discursos duros, sabía que los verdaderos líderes no buscan imponer, sino convencer

  • ALEJANDRO J. SUCRE

27/04/2025 05:07 am

Si Ronald Reagan estuviera hoy en el Salón Oval, observando la creciente tensión entre Venezuela y Guyana por el Esequibo, probablemente mantendría su tradicional calma, tomaría su café negro y recordaría una de sus máximas: “La paz no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de manejarlo por medios pacíficos.”

Y es que la disputa por el Esequibo —ese vasto territorio amazónico en reclamación por Venezuela desde hace más de un siglo— ha escalado peligrosamente. A partir de 2015, con el hallazgo de gigantescos yacimientos petroleros en sus aguas por parte de ExxonMobil, la controversia ha adquirido una dimensión geopolítica. Venezuela denuncia que se explota petróleo en una zona no delimitada, mientras Guyana, respaldada por Washington, avanza en sus concesiones sin mirar atrás.

Hoy más que nunca, el Caribe necesita liderazgo sereno. Y si algo supo hacer Reagan fue defender los intereses de su país sin incendiar la región.
Ronald Reagan fue un defensor férreo de los intereses estadounidenses, pero también un estratega. Intervino en Granada para evitar una guerra civil promovida por el comunismo, pero nunca invadió Nicaragua o Cuba. Prefería el aislamiento estratégico, la disuasión, y —cuando era útil— la diplomacia firme.

Frente al Esequibo, probablemente diría: “Estados Unidos debe proteger a sus empresas, pero sin desconocer la historia ni empujar a América Latina a otro conflicto inútil.”

Y eso nos deja tres enseñanzas claras. Una disputa histórica no se borra con petróleo. Venezuela no improvisó su reclamo. Desde el Laudo Arbitral de 1899 —impugnado como nulo por pruebas históricas y diplomáticas— hasta el Acuerdo de Ginebra de 1966, el Esequibo ha sido un tema de Estado. No es de Maduro, ni de Chávez, ni de un partido. Es un reclamo que atraviesa gobiernos, generaciones y visiones.

Cuando Exxon perfora en esas aguas, lo hace en una zona sin delimitación definitiva, y eso requiere un grado de prudencia que hoy brilla por su ausencia. Reagan probablemente pediría a Exxon y a la administración estadounidense actuar como constructores de paz, no como aceleradores del conflicto. Un error de cálculo puede ser más costoso que cualquier barril.

El derecho internacional no es una herramienta selectiva. La Corte Internacional de Justicia ha asumido competencia sobre la disputa, a pedido de Guyana, sin la participación voluntaria de Venezuela. Reagan, que defendía las instituciones, también fue escéptico cuando sentía que estas eran utilizadas con sesgo.

Y en este punto, tal vez Reagan haría una pregunta incómoda pero honesta:

“¿Acaso fue menos controversial la anexión de Texas y California en el siglo XIX? Estados Unidos también resolvió sus disputas territoriales con firmeza, pero luego ofreció a esos territorios inversión, ciudadanía, democracia y desarrollo.”

“Si nosotros construimos una gran nación en base a la expansión territorial, ¿por qué negarle a otra nación el derecho de discutir su territorio con el mismo espíritu de negociación, respeto y propósito pacífico? O es el Esequibo una nueva extensión de los EEUU?”

Reagan insistiría en retomar la vía política del Acuerdo de Ginebra: negociación directa, con mediación si es necesario, y quizás fórmulas creativas como fideicomisos binacionales, zonas de desarrollo conjunto o acuerdos de explotación compartida mientras se resuelve la soberanía.

América Latina necesita petróleo… pero sobre todo estabilidad. Guyana tiene derecho a desarrollarse. Venezuela tiene derecho a ser escuchada y a su territorio. Exxon tiene derecho a proteger su inversión. Pero ninguno de esos derechos puede ejercerse a costa de la estabilidad regional.

Venezuela está debilitada y su economía sancionada. Guyana, aunque pequeña, se fortalece con su crecimiento petrolero y el respaldo de potencias. Pero una guerra entre dos países vecinos, motivada por recursos, sería un retroceso regional de proporciones históricas.

Reagan, con visión hemisférica, propondría lo que siempre promovió: libertad con responsabilidad, inversión con reglas claras, y defensa de intereses con respeto mutuo.

El riesgo actual: la lógica del "todo o nada". Ni la narrativa del nacionalismo militar, ni la prepotencia extractivista del lobby petrolero deben dominar la escena. No podemos permitir que el siglo XXI repita esos errores.

La región debe apostar por un mecanismo práctico de salida: Apertura de un proceso de negociación política real, con mediación internacional. Promoción de un esquema de desarrollo compartido hasta que la CIJ o que una solución bilateral defina el estatus del Esequibo.

La diplomacia sigue siendo más rentable que la guerra. Ronald Reagan, más allá de sus discursos duros, sabía que los verdaderos líderes no buscan imponer, sino convencer. El Esequibo no es solo un mapa: es una prueba para Venezuela, para Guyana, para Exxon y para Estados Unidos.

¿Elegiremos la arrogancia de los barriles o la sabiduría de los acuerdos?. Si Reagan estuviera hoy en Caracas, en Georgetown o en Washington, probablemente nos dejaría una advertencia y una esperanza: “No se puede construir un mundo libre sobre el terreno de una disputa sin resolver. Pero cuando dos naciones deciden hablar, siempre hay espacio para la paz.”

@alejandrojsucre
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