Sapos y culebras
La lengua es un patrimonio común y en el caso de la nuestra, pues con más razón, ya que, según el Instituto Cervantes, constituye la segunda materna del mundo y la cuarta en el cómputo mundial de hablantes, pero no todos estamos conscientes de esto
La violencia sobre el idioma, las notas disonantes, la jerga gruesa: ¿lo embrutecen?, ¿lo dañan? Analicemos. Podría adelantar que lo llevan más allá de sus propias fronteras, lo fuerzan a buscar nuevos derroteros. Quedarse con lo que hay y sin nuevas exploraciones en todas las orillas, lo petrifican, lo convierten en algo estático y obtuso, y lo condenan tarde o temprano a su extinción. La riqueza de nuestra lengua estriba no solo en que es compartida por millones de personas en distintos continentes, sino en la diversidad que ello representa: giros, neologismos, ensayos lingüísticos y amalgamas dialécticas le otorgan fuerza y dinamismo, y lo impelen a explorar fuera de sus propios linderos y posibilidades.
Ir más allá de lo establecido por la norma podría ser un desafío que, ante la mirada de algunos, condena a la lengua a su pérdida y transformación, pero otros nos sentimos motivados a hacerlo como muestra de su plasticidad, de cambio permanente, de reto frente a los tiempos y las circunstancias. Cuando leemos el Quijote nos topamos con frases, expresiones y hasta páginas enteras de disonancias con respecto al “ahora”, lo que significa evolución (como mejora), que es inherente a la vida misma, y la lengua es una de sus expresiones.
Ir más allá de lo establecido por la norma podría ser un desafío que, ante la mirada de algunos, condena a la lengua a su pérdida y transformación, pero otros nos sentimos motivados a hacerlo como muestra de su plasticidad, de cambio permanente, de reto frente a los tiempos y las circunstancias. Cuando leemos el Quijote nos topamos con frases, expresiones y hasta páginas enteras de disonancias con respecto al “ahora”, lo que significa evolución (como mejora), que es inherente a la vida misma, y la lengua es una de sus expresiones.
Esos más de cuatro siglos que nos separan de la obra máxima de las letras españolas, son muestra de su latir, porque en ese ir y venir nos hemos topado con una lengua capaz de reinventarse, de extender sus propios territorios, de metamorfosearse al extremo de la ruptura con el pasado (sin olvidar sus raíces), pero que no significa pérdida, ni daño, ni mucho menos derrota, sino las pulsaciones de una lengua viva, que lucha por abrir trochas, que busca con curiosidad asomarse a la oscuridad y al vacío, sin tener que dejar por ello su esencia primigenia y su impronta de ser lo que en verdad es: una extraordinaria herramienta de comunicación, un instrumento que hace inteligible el paso del tiempo y sus complejos avatares.
Esa disonancia entre el ayer y el ahora es, precisamente, el vaso comunicante entre ambos, lo que posibilita recomponer en el presente lo que se dijo en otrora (con diferente lenguaje), y que hoy ya no resulta incomprensible gracias precisamente (y volviendo al caso del Quijote) al ejercicio literario, a su permeabilidad y atajos (figuras retóricas), al cambio epocal traducido en nuevas formas (no así el espíritu) y convencionalismos. El hoy es el ayer, pero bajo una mirada distinta, que permite articular sin mayores traumas todo aquello que dibuja el espíritu de lo humano.
La lengua expresa y da sentido a la existencia, es ella, no solo el mecanismo de articulación entre los momentos (presente y pasado), sino que recompone los hiatos propios de la experiencia civilizatoria; de allí su importancia capital; de allí su huella perenne, pero también busca proyectarse en el hipotético futuro y tiende puentes con lo que ha de venir. Empero, ya para entonces no será la misma, su propia dinámica y elasticidad la llevan a reinventarse, a ser lo que por la fuerza de las circunstancias tendrá que ser, y en esta realimentación halla su destino.
Es por ello, que la literatura ha de ser en todo caso exploradora de abismos, osada en sus formas expresivas, sagaz en cuanto a sus fisonomías y maneras, y que busque siempre ir más allá para así otear nuevos horizontes. No hablo, como ha de suponerse, de un mero ejercicio rompedor de moldes per se, que solo busque la mirada instantánea y la moda con fines crematísticos, sino de una manera de mecerse en el vacío: siempre intentando expandir los linderos de lo posible.
Es la literatura un termómetro que permite determinar la fuerza, la belleza y la eficacia de la lengua en la que está escrita, y es por esto que su vitalidad y preciosismo lo serán también para las claves lingüísticas que subyacen tras cada vocablo, frase y oración, de allí el enorme compromiso autoral frente a su lengua, porque ella tiende puentes con el habla cotidiana (como también lo hacen los medios y los artilugios tecnológicos del presente), y se realimenta a su vez de ella, y en este complejo juego dialógico, imperceptible para el común, pero de potente efecto persuasivo y modificador, se organizan y consolidan las bases civilizatorias.
La lengua es un patrimonio común y en el caso de la nuestra, pues con más razón, ya que, según el Instituto Cervantes, constituye la segunda materna del mundo y la cuarta en el cómputo mundial de hablantes, pero no todos estamos conscientes de esto, y es una lástima, porque ella podría erigirse en mecanismo de conjunción y no solo de disyunción, y la vida cambiaría enormemente, haciendo del día a día una fuente permanente de crecimiento y de disfrute en medio de las normales diferencias personales y culturales.
Podemos lanzar aquí y allá barrabasadas, altisonancias y maledicencias (“echar sapos y culebras por la boca” es una expresión que ya aparece en el diccionario de Esteban Terreros de 1787), y esto puede que enriquezca la lengua con inusitados giros y neologismos propios de cada localidad (los hay interesantísimos, sin lugar a dudas), solo que la comunicación se bloquea al extremo de la inquina y del odio, al ser proferidos sin ton ni son en cualquier instante, sin mediar el juicio y bajo la égida del cerebro reptil.
Como se desprende, nuestra lengua alcanza insospechados territorios de belleza, riqueza léxica e ingenio, incluso con el lenguaje grueso y malsonante, y nosotros somos co-creadores de tales portentos. Ahora bien, por ingeniosas que sean las palabrotas, no dejan de serlo.
rigilo99@gmail.com
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