El teatro de los espantadizos
Hoy se habla de comedia ligera para referirse a esos culebrones semi-humorísticos o de baja ralea a que ha sido reducido el teatro en el mundo de la política
El mundo de hoy –y este país no exceptúa- es un teatro con unos actores que encajan a la perfección en el sentido de sorna. Teatro es el espectáculo y teatro el lugar donde se escenifica. Cuando un político se inventa un personaje es un actor sorna. La paranoia hoy es calificada, creo, simplemente como un trastorno delirante.
Este es un teatro desordenado, uno donde hay espectáculos simultáneos, que se entreveran ciertamente, pero se supone que esto es una república y no un teatro. Si nadie ha dado con el argumento, los llamados dirigentes se inventan una interpretación extensiva, como chicle pues.
Este mundo de espectadores aplaude a rabiar o se dedica a descubrir arácnidos. Panem et circenses, cabría decir, sólo que el pan está escaso. Muchos protagonistas-manipuladores del teatro gruñen sobre los criterios.
En el Medioevo y en los inicios del Renacimiento lanzaban frutas y verduras sobre los malos actores que no sabían interpretar sus papeles de políticos con pretensiones de liderazgo. Tal vez por ello los italianos inventaron la Commedia, para tomarse un poco las cosas a lo bufón, sólo que la palabra evolucionó hasta llegar al poema y elevarla el Dante a la sublimidad. No era fácil el público que miraba a Shakespeare.
Hoy se habla de comedia ligera para referirse a esos culebrones semi-humorísticos o de baja ralea a que ha sido reducido el teatro en el mundo de la política. La expresión es aplicable a esta degradación monumental que, no se sabe por qué causa, sigue llamándose política nacional.
La palabra política no merecía esta desagradable suerte. Y el público de este teatro se divide entre quienes deliran con el bochorno que se ejecuta sobre las tablas, entre quienes bostezan y se aseguran que las puertas están bien cerradas y quienes se suman a los actores produciendo el efecto de integrar los espectadores a la actuación, vieja aspiración de algún dramaturgo innovador.
No hay la menor duda: este país es un teatro (uso de la palabra siempre como sorna). Hay actores de todo tipo, como el que ve “desestabilización” por todas partes y se llena la boca con palabra falsas -, el que se dedica horas y horas a inventar el argumento que nadie ha entrevisto (este pretende el honorable título de “original”), el que cree que basta un discurso grandilocuente para imponerse sobre alguien que le cante la canción de moda.
Aquí no se puede seguir actuando. Esto no puede seguir siendo un teatro en su sentido más devaluado. La única manera de que esto comience de nuevo es que los espectadores dejen de serlo y se alcen a construir su propio destino, a procurarse dirigentes con sentido de Estado, a plantear lo que derroque el imperio de la sorna. La única manera es que la gente se levante de las butacas y señale al bufón de turno y le diga que aquí queremos estadistas y no actuación. Aquí lo que se necesita es el abandono del bochorno y dejar a los bufones desnudos y solos en medio de la calle. Este país tiene que tomar la decisión de hacerse protagonista de su propio destino.
@tlopezmelendez
Este es un teatro desordenado, uno donde hay espectáculos simultáneos, que se entreveran ciertamente, pero se supone que esto es una república y no un teatro. Si nadie ha dado con el argumento, los llamados dirigentes se inventan una interpretación extensiva, como chicle pues.
Este mundo de espectadores aplaude a rabiar o se dedica a descubrir arácnidos. Panem et circenses, cabría decir, sólo que el pan está escaso. Muchos protagonistas-manipuladores del teatro gruñen sobre los criterios.
En el Medioevo y en los inicios del Renacimiento lanzaban frutas y verduras sobre los malos actores que no sabían interpretar sus papeles de políticos con pretensiones de liderazgo. Tal vez por ello los italianos inventaron la Commedia, para tomarse un poco las cosas a lo bufón, sólo que la palabra evolucionó hasta llegar al poema y elevarla el Dante a la sublimidad. No era fácil el público que miraba a Shakespeare.
Hoy se habla de comedia ligera para referirse a esos culebrones semi-humorísticos o de baja ralea a que ha sido reducido el teatro en el mundo de la política. La expresión es aplicable a esta degradación monumental que, no se sabe por qué causa, sigue llamándose política nacional.
La palabra política no merecía esta desagradable suerte. Y el público de este teatro se divide entre quienes deliran con el bochorno que se ejecuta sobre las tablas, entre quienes bostezan y se aseguran que las puertas están bien cerradas y quienes se suman a los actores produciendo el efecto de integrar los espectadores a la actuación, vieja aspiración de algún dramaturgo innovador.
No hay la menor duda: este país es un teatro (uso de la palabra siempre como sorna). Hay actores de todo tipo, como el que ve “desestabilización” por todas partes y se llena la boca con palabra falsas -, el que se dedica horas y horas a inventar el argumento que nadie ha entrevisto (este pretende el honorable título de “original”), el que cree que basta un discurso grandilocuente para imponerse sobre alguien que le cante la canción de moda.
Aquí no se puede seguir actuando. Esto no puede seguir siendo un teatro en su sentido más devaluado. La única manera de que esto comience de nuevo es que los espectadores dejen de serlo y se alcen a construir su propio destino, a procurarse dirigentes con sentido de Estado, a plantear lo que derroque el imperio de la sorna. La única manera es que la gente se levante de las butacas y señale al bufón de turno y le diga que aquí queremos estadistas y no actuación. Aquí lo que se necesita es el abandono del bochorno y dejar a los bufones desnudos y solos en medio de la calle. Este país tiene que tomar la decisión de hacerse protagonista de su propio destino.
@tlopezmelendez
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