Una visión desde Nietzsche
El momento presente de nuestra historia nos obliga a releer y analizar a este polémico filólogo y filósofo alemán ante este aparente replanteamiento de un peligroso nihilismo que impregna este momento de metamorfosis global
Friedrich Wilhelm Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844 en la pequeña ciudad de Röcken, en Prusia; fue el primogénito de Karl Ludwing, pastor alemán luterano, quien curiosamente nació en el mismo año que Richard Wagner, 1813, siendo Wagner después uno de los pocos, entrañables y significativos amigos de este peculiar y fascinante filósofo alemán, que paradójicamente renegaba su nacionalidad prusiana e intentaba justificar una ascendencia nobiliaria polaca que al día de hoy no ha podido ser demostrada.
Nietzsche es un escéptico de la verdad objetiva, esta posición la expuso desde joven en un opúsculo titulado Sobre la verdad y la mentira. Su teoría de la verdad tiene un fundamento subjetivista, pragmatista y relativista, por eso con vehemencia declara: “Todo lo que sirve y se ordena a la exaltación de la vida será verdadero, y lo contrario error y mentira”. Para él no hay verdades absolutas, no hay un mundo más allá de las apariencias, la cosa en sí, las sustancias, etc. son simples mentiras inscritas como errores en la historia.
Nietzsche es un escéptico de la verdad objetiva, esta posición la expuso desde joven en un opúsculo titulado Sobre la verdad y la mentira. Su teoría de la verdad tiene un fundamento subjetivista, pragmatista y relativista, por eso con vehemencia declara: “Todo lo que sirve y se ordena a la exaltación de la vida será verdadero, y lo contrario error y mentira”. Para él no hay verdades absolutas, no hay un mundo más allá de las apariencias, la cosa en sí, las sustancias, etc. son simples mentiras inscritas como errores en la historia.
A diferencia de la felicidad en Schopenhauer que se centra en evitar el dolor inherente e ineludible a la vida humana, que es impuesto por una voluntad ciega, irreverente, salvaje, y caprichosa que gobierna los designios de la vida; en cambio Nietzsche parece acercarse a una prosecución del devenir humano en Hobbes apegado a una voluntad de poder, que se transforma hacia una voluntad de dominio, que resulta ser el estado de naturaleza en su apogeo.
Los viajes de Nietzsche significaron mucho en su vida y obra. A comienzos de 1879, Friedrich Nietzsche interrumpe sus clases en la Universidad de Basilea. En junio llega la renuncia definitiva a los estudios en teología. La enfermedad impide que pueda dedicar su vida a la docencia. Negocia con la universidad una pensión de jubilación, que se le concede: tres mil francos anuales. A partir de entonces, hasta su internamiento en una institución psiquiátrica suiza en 1889, llevará una vida errante por Europa. Durante una década se paseará nuestro filósofo por Suiza, Francia, Italia y Alemania, buscando climas favorables para que sus dolencias, agravados por unos memorables dolores de cabeza, no fuesen un freno para su genio. Un genio, un pathos, que irá desparramando en una brillante y desgarradora obra filosófica y literaria.
Friedrich Nietzsche es una persona profundamente atormentada: machacado por una enfermedad recurrente que no lo deja tranquilo, que lleva a cuestas un buen puñado de relaciones fallidas (con su familia, con Wagner y Cosima, por poner los ejemplos más destacados) y que, además, se reafirma en detestar la civilización, la cultura y la religión en la que le ha tocado existir.
Otro factor que incide en la formación del pensamiento filosófico de Nietzsche fue la antigua cultura griega, en especial la presocrática. A partir de Platón la filosofía se fundaba en supuestos que ya no eran válidos, para encontrar filósofos capaces de enfrentarse a sus problemas sin presupuesto alguno, era imprescindible retrotraerse hasta Sócrates, Pitágoras y Heráclito. El pensador consideraba como la Europa de su tiempo se caracterizaba por el “nihilismo”: los valores y sus significados habían dejado de tener sentido, y la filosofía daba vueltas en un universo inexplicable.
De las escuelas presocráticas, Nietzsche elige aquellas que reflejan de un modo más poderoso la personalidad del filósofo, una entonación personal. Tales, Anaximandro, Heráclito, Parménides, Anaxágoras, Empédocles, Demócrito, son todos pensadores en los cuales el carácter estaría ligado a su pensamiento porque no conocen el artificio académico. En ellos tampoco existe el desdoblamiento moderno entre el amor a la libertad y la belleza, por un lado, y la voluntad de verdad, por el otro, que sólo se pregunta por el valor de la vida. Con Platón el filósofo ya ha sido desterrado de la polis griega (sin duda, Nietzsche alude a la condena a muerte de Sócrates) y empieza algo nuevo, mixto: la doctrina de las Ideas consiste en una mezcla de elementos socráticos, pitagóricos, entre otros.
El eterno devenir de Heráclito se convertirá en Nietzsche en el eterno retorno. Nietzsche rechaza “el más allá” y la doctrina cristiana de la vida y felicidad eterna, pero conoce al ser humano y por eso sabe que este tiene la “voluntad de eternizarse”. Por eso en La canción de la embriaguez (Así habló Zaratustra) exclama: “Toda alegría quiere eternidad de todas las cosas… quiere la profunda eternidad”. Para Nietzsche existe exclusivamente una vida terrena en un mundo signado por el tiempo. ¿Cómo entonces, integrar la eternidad en el tiempo? El autor reclama como núcleo central de su doctrina y explicación de las realidades últimas al devenir, asintiendo la idea de Heráclito. El eterno retorno de las cosas. La vida en su totalidad está en este mundo como reflejo de la eternidad.
Ahora bien, esta vida del presente, tendremos que vivirla en una serie de infinitas oportunidades, con sus dolores y alegrías. Zaratustra lo anuncia como mensajero del eterno retorno, un eterno fluir de las cosas, una rueda que gira sin cesar, un ciclo repetitivo en todos sus aspectos. El profeta en la obra Así habló Zaratustra, nos dice, “Nosotros ya hemos existido una infinidad de veces, y todas las cosas con nosotros”. No se trata de una vida nueva o mejor, sino la misma vida. Así se constituye el devenir como una rotación sobre su propio eje de eternos acontecimientos iguales que se repiten una y otra vez.
Empleando la terminología de Schopenhauer describe en la obra Así habló Zaratustra la teoría de cómo todas las acciones están regidas por el deseo de poder. Con esa “voluntad de poder” intenta ofrecer una imagen de una posible realidad exenta de soporte metafísico. La voluntad de poder como meta ha existido en todas las culturas; en sus formas de comportamiento, es decir en sus diversas moralidades. La razón de estas diferencias se formaliza en el hecho de que la moralidad es voluntad de poder, no solo sobre otros, sino, de poder sobre uno mismo.
El momento presente de nuestra historia nos obliga a releer y analizar a este polémico filólogo y filósofo alemán ante este aparente replanteamiento de un peligroso nihilismo que impregna este momento de metamorfosis global.
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