Amantes y elefantes
Los monarcas son figuras simbólicas que representan la historia y no son democráticamente escogidos, ni gobiernan, lo que hacen poderes electos. Se les respeta como a las catedrales o las ruinas que recuerdan un pasado común
Aborda en la Vía del Trittone, frente a Piazza Barberini y le pide al taxista, quien resulta también venezolano, lo lleve a una trattoría cerca del Coliseo. Para congraciarse con el conductor, al pasar frente, le habla de las maravillas de esas ruinas y sus significaciones. Luego de un silencio chicha, el taxista responde- “¿Sabes pana? Yo lo que quiero es que tumben esa m… y hagan un estacionamiento para que mejore el tráfico”.
Pablo Iglesias y su novia se fijaron la modesta misión de abolir la monarquía, el capitalismo y los sexos en España. Pero hicieron una encuesta y están iracundos porque las mujeres prefieren la penetración a masturbarse y la secretaria de Estado, Rodríguez Pam, cuestiona indignada tal aberración. Con apenas 35 escaños sobre 349, Podemos amenaza las instituciones, hace aprobar una irónica ley en defensa de la mujer que ha liberado 700 abusadores sexuales y para justificarse acusan a los “jueces fachas”, cuando mayoría de la judicatura son mujeres. En ese panorama descerebrado de gobierno, rezo porque Felipe VI siga ahí duro. No es fácil la revolución porque para liquidar monarquías, en Europa saltó más sangre que en las obras completas de Sam Peckinpah. Comenzó cuando Robespierre quita la cabeza del pobre Luis XVI y treinta o cuarenta mil más. El asesinato de los zares Nicolás y Alejandra y toda su familia, vino con la primera guerra mundial, la revolución bolchevique y luego 8 millones de bajas de la guerra civil en Rusia.
La república de Weimar surgió de la derrota alemana en la misma primera guerra, y, en Italia, esta vez la segunda guerra produjo 400 mil cadáveres de italianos para que hubiera república en 1946 en Italia. Los españoles fracasaron en 1936, al costo de entre 600 mil y un millón de vidas, pero Podemos piensa que no fue una mala inversión. Hablan de “crisis de la monarquía” con argumentos de bachillerato. Hace diez años terminan tres reinados. Beatriz de Holanda abdica a favor de su hijo Guillermo, precisamente en el aniversario de la Casa Real. En julio de ese año, Alberto II de Bélgica en su hijo Felipe, por estropicios de imagen al salir esqueletos del clóset, su amante de larguísima data con una hija ya mayor, y varios problemitas fiscales. En 2014 Juan Carlos de Borbón, justamente vapuleado, traspasa el trono al príncipe Felipe. Durante los 2000 surgió un rolloso republicanismo entre académicos malentretenidos y políticos radicales, que identificaban república con “virtud” y demás viejas pendejadas que aterrizaban en la pavosidad extrema.
Salvador Ginés, Victoria Camp, Giacomo Marramao y varios otros, nos hacían deducir que Siria o Irán son virtuosos, frente a las oscurantistas monarquías de Holanda o Inglaterra sin explicar por qué. Este jacobinismo de ociosos, trasnochados “repúblicos” (rima disonante con “ridículos”) proponía versiones locales de Cicerón o Catilina. Se viven malos momentos en las casas reales cuando se evidencia que son seres humanos, como las andanzas legendarias de Carolina de Mónaco, Lady “D”, Juan Carlos. William y Kate Middleton se divorcian este mayo. La asoleada Meghan piensa que “el show debe continuar” mientras se vendan entradas y libros. Isabel II desapareció educadamente sin aclarar sospechas de que era un cyborg. Cuestionan la monarquía “por no ser democrática”, pero ignoran Cuba y Corea del Norte, nuevas realezas, no regidas por la constitución sino por la revolución. Gran Bretaña, Holanda, Noruega, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Liechtenstein, Mónaco, Luxemburgo son bienestar de la humanidad, sociedades con altas calidades de vida, democracia y libertad personal.
Las diez monarquías constitucionales tienen abrumador respaldo popular, en promedio 70%, salvo Noruega donde llega a 93% y los líderes democráticos de izquierda, centro y derecha, respaldan sus instituciones y no quieren reparar lo que funciona bien. España sale de la lista por un gobierno atolondrado, aunque la idea de Iglesias, amputar la monarquía como un apéndice séptico, luce sin destino. Seguramente sueña que, en vez de rey, España tuviera un ayatolá. Quienes nos traen mundos nuevos, menosprecian el proceso histórico de formación de la democracia y cultivan la idea de que un hombre o un partido con las doctrinas correctas y la disposición, deben cambiar abruptamente la vida de todos. Sería tan necio reimplantar la monarquía en Alemania como eliminarla en los Países Bajos. El edificio político construido en miles de años y que cristalizó la vida libre y democrática, no se sustituirá al gusto de utopías, y sin falta producen las conocidas desgracias colectivas de las que aún el mundo no termina de recuperarse.
Los recontra tatarabuelos reales plantaron las semillas y eso es un símbolo de veneración colectiva. Los monarcas son figuras simbólicas que representan la historia y no son democráticamente escogidos, ni gobiernan, lo que hacen poderes electos. Se les respeta como a las catedrales o las ruinas que recuerdan un pasado común, pero están sometidos a la ley, como cualquier otro ciudadano en un país decente, aun cuando mi amigo el conductor quería tumbar el Coliseo. Y mantienen la cohesión social. Fuera de las confrontaciones políticas, la corona es un campo de respeto compartido, de unidad en la pluralidad. El título real en Bélgica no es “rey de Bélgica” sino “rey de los belgas” y es el tejido conjuntivo entre valones y flamencos. Los que quieren volver al radicalismo revolucionario de 1936, podrían inflar en España una turbulencia y no le sacan los perros de encima a la memoria de Juan Carlos. No es contra la monarquía sino contra la unidad de España.
Cicerón escribió que la Constitución romana era la civilización porque “se basaba en el genio de muchos hombres y no de uno solo, y no en una generación sino durante muchos siglos y muchas generaciones”. Pero algunos quieren que también tumben esa porquería. ¿Tiene algo que ver la corona en el deterioro del ambiente político español o es producto de que el gobierno quiere obligar a todos los ciudadanos a ser mujeres? ¿Es que Alemania, Grecia e Italia no ofrecen complicaciones por ser repúblicas? La crisis política española tiene una explicación clara. Sánchez es un político con gran habilidad, pero en manos fundamentalistas, dilapida por sus malas compañías los éxitos de González, Aznar y Rajoy en 30 años, que hicieron del país una estrella del desarrollo, “el tigre europeo”. Luego expansión populista del gasto público, falta de reformas internas, dañan la prosperidad y vino el colapso de librito: un estado que gasta más de lo que ingresa, la burbuja inmobiliaria, la crisis bancaria, entre 2008 y 2014, y pasó lo de siempre: las políticas socialistas duran mientras se acaban los reales.
Emergieron los “indignados” y la amenaza la unidad nacional, la democracia, la monarquía, con los nacionalistas catalanes, Esquerra Republicana, y el Partido Nacionalista Vasco. Valor y lucidez tuvo Juan Carlos en los momentos cruciales: el golpe de Tejero, la entrada del país en la Comunidad Europea, y durante los casi cuarenta años de apoyo a decisiones que permitieron el progreso. Pero también tenía hormonas hiperquinéticas y exagerada propensión por amantes y elefantes. Biógrafa de su esposa cuenta ¡1500 novias!, de todas las generaciones, desde Sarita Montiel hasta la bella y brillante Corinna zu Sayn-Wittgenstein, pasando por Lady “D”. Cazó paquidermos, fue cegato ante los negocios de la infanta y las agallas de su yerno, faltas castigadas con la abdicación y el descrédito.
Pero el camarada Iglesias, quiere hacer ver que la monarquía tiene algo que ver porque sí, con los problemas de España, un móvil estratégico: sacarle un naipe al castillo de la democracia para que se caiga. En las elecciones podrían impedir que se llegue de nuevo a las “dos Españas” que no pueden convivir, porque a ellos no les da la gana. Aprovechan la dependencia de Sánchez, e imponen la demencia. Por fortuna González, Aznar y Rajoy están en plenitud de capacidades y ante una nueva prueba. González lanzó hace años la idea de un “gobierno de concentración nacional” con el PSOE y el PP. Hoy Vox parece que será una presencia polémica e importante, sobre todo si se desplaza al centro.
@carlosraulher
Pablo Iglesias y su novia se fijaron la modesta misión de abolir la monarquía, el capitalismo y los sexos en España. Pero hicieron una encuesta y están iracundos porque las mujeres prefieren la penetración a masturbarse y la secretaria de Estado, Rodríguez Pam, cuestiona indignada tal aberración. Con apenas 35 escaños sobre 349, Podemos amenaza las instituciones, hace aprobar una irónica ley en defensa de la mujer que ha liberado 700 abusadores sexuales y para justificarse acusan a los “jueces fachas”, cuando mayoría de la judicatura son mujeres. En ese panorama descerebrado de gobierno, rezo porque Felipe VI siga ahí duro. No es fácil la revolución porque para liquidar monarquías, en Europa saltó más sangre que en las obras completas de Sam Peckinpah. Comenzó cuando Robespierre quita la cabeza del pobre Luis XVI y treinta o cuarenta mil más. El asesinato de los zares Nicolás y Alejandra y toda su familia, vino con la primera guerra mundial, la revolución bolchevique y luego 8 millones de bajas de la guerra civil en Rusia.
La república de Weimar surgió de la derrota alemana en la misma primera guerra, y, en Italia, esta vez la segunda guerra produjo 400 mil cadáveres de italianos para que hubiera república en 1946 en Italia. Los españoles fracasaron en 1936, al costo de entre 600 mil y un millón de vidas, pero Podemos piensa que no fue una mala inversión. Hablan de “crisis de la monarquía” con argumentos de bachillerato. Hace diez años terminan tres reinados. Beatriz de Holanda abdica a favor de su hijo Guillermo, precisamente en el aniversario de la Casa Real. En julio de ese año, Alberto II de Bélgica en su hijo Felipe, por estropicios de imagen al salir esqueletos del clóset, su amante de larguísima data con una hija ya mayor, y varios problemitas fiscales. En 2014 Juan Carlos de Borbón, justamente vapuleado, traspasa el trono al príncipe Felipe. Durante los 2000 surgió un rolloso republicanismo entre académicos malentretenidos y políticos radicales, que identificaban república con “virtud” y demás viejas pendejadas que aterrizaban en la pavosidad extrema.
Salvador Ginés, Victoria Camp, Giacomo Marramao y varios otros, nos hacían deducir que Siria o Irán son virtuosos, frente a las oscurantistas monarquías de Holanda o Inglaterra sin explicar por qué. Este jacobinismo de ociosos, trasnochados “repúblicos” (rima disonante con “ridículos”) proponía versiones locales de Cicerón o Catilina. Se viven malos momentos en las casas reales cuando se evidencia que son seres humanos, como las andanzas legendarias de Carolina de Mónaco, Lady “D”, Juan Carlos. William y Kate Middleton se divorcian este mayo. La asoleada Meghan piensa que “el show debe continuar” mientras se vendan entradas y libros. Isabel II desapareció educadamente sin aclarar sospechas de que era un cyborg. Cuestionan la monarquía “por no ser democrática”, pero ignoran Cuba y Corea del Norte, nuevas realezas, no regidas por la constitución sino por la revolución. Gran Bretaña, Holanda, Noruega, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Liechtenstein, Mónaco, Luxemburgo son bienestar de la humanidad, sociedades con altas calidades de vida, democracia y libertad personal.
Las diez monarquías constitucionales tienen abrumador respaldo popular, en promedio 70%, salvo Noruega donde llega a 93% y los líderes democráticos de izquierda, centro y derecha, respaldan sus instituciones y no quieren reparar lo que funciona bien. España sale de la lista por un gobierno atolondrado, aunque la idea de Iglesias, amputar la monarquía como un apéndice séptico, luce sin destino. Seguramente sueña que, en vez de rey, España tuviera un ayatolá. Quienes nos traen mundos nuevos, menosprecian el proceso histórico de formación de la democracia y cultivan la idea de que un hombre o un partido con las doctrinas correctas y la disposición, deben cambiar abruptamente la vida de todos. Sería tan necio reimplantar la monarquía en Alemania como eliminarla en los Países Bajos. El edificio político construido en miles de años y que cristalizó la vida libre y democrática, no se sustituirá al gusto de utopías, y sin falta producen las conocidas desgracias colectivas de las que aún el mundo no termina de recuperarse.
Los recontra tatarabuelos reales plantaron las semillas y eso es un símbolo de veneración colectiva. Los monarcas son figuras simbólicas que representan la historia y no son democráticamente escogidos, ni gobiernan, lo que hacen poderes electos. Se les respeta como a las catedrales o las ruinas que recuerdan un pasado común, pero están sometidos a la ley, como cualquier otro ciudadano en un país decente, aun cuando mi amigo el conductor quería tumbar el Coliseo. Y mantienen la cohesión social. Fuera de las confrontaciones políticas, la corona es un campo de respeto compartido, de unidad en la pluralidad. El título real en Bélgica no es “rey de Bélgica” sino “rey de los belgas” y es el tejido conjuntivo entre valones y flamencos. Los que quieren volver al radicalismo revolucionario de 1936, podrían inflar en España una turbulencia y no le sacan los perros de encima a la memoria de Juan Carlos. No es contra la monarquía sino contra la unidad de España.
Cicerón escribió que la Constitución romana era la civilización porque “se basaba en el genio de muchos hombres y no de uno solo, y no en una generación sino durante muchos siglos y muchas generaciones”. Pero algunos quieren que también tumben esa porquería. ¿Tiene algo que ver la corona en el deterioro del ambiente político español o es producto de que el gobierno quiere obligar a todos los ciudadanos a ser mujeres? ¿Es que Alemania, Grecia e Italia no ofrecen complicaciones por ser repúblicas? La crisis política española tiene una explicación clara. Sánchez es un político con gran habilidad, pero en manos fundamentalistas, dilapida por sus malas compañías los éxitos de González, Aznar y Rajoy en 30 años, que hicieron del país una estrella del desarrollo, “el tigre europeo”. Luego expansión populista del gasto público, falta de reformas internas, dañan la prosperidad y vino el colapso de librito: un estado que gasta más de lo que ingresa, la burbuja inmobiliaria, la crisis bancaria, entre 2008 y 2014, y pasó lo de siempre: las políticas socialistas duran mientras se acaban los reales.
Emergieron los “indignados” y la amenaza la unidad nacional, la democracia, la monarquía, con los nacionalistas catalanes, Esquerra Republicana, y el Partido Nacionalista Vasco. Valor y lucidez tuvo Juan Carlos en los momentos cruciales: el golpe de Tejero, la entrada del país en la Comunidad Europea, y durante los casi cuarenta años de apoyo a decisiones que permitieron el progreso. Pero también tenía hormonas hiperquinéticas y exagerada propensión por amantes y elefantes. Biógrafa de su esposa cuenta ¡1500 novias!, de todas las generaciones, desde Sarita Montiel hasta la bella y brillante Corinna zu Sayn-Wittgenstein, pasando por Lady “D”. Cazó paquidermos, fue cegato ante los negocios de la infanta y las agallas de su yerno, faltas castigadas con la abdicación y el descrédito.
Pero el camarada Iglesias, quiere hacer ver que la monarquía tiene algo que ver porque sí, con los problemas de España, un móvil estratégico: sacarle un naipe al castillo de la democracia para que se caiga. En las elecciones podrían impedir que se llegue de nuevo a las “dos Españas” que no pueden convivir, porque a ellos no les da la gana. Aprovechan la dependencia de Sánchez, e imponen la demencia. Por fortuna González, Aznar y Rajoy están en plenitud de capacidades y ante una nueva prueba. González lanzó hace años la idea de un “gobierno de concentración nacional” con el PSOE y el PP. Hoy Vox parece que será una presencia polémica e importante, sobre todo si se desplaza al centro.
@carlosraulher
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