María Antonieta de Stefan Zweig
La historia utilizó al infortunio para arrojar a María Antonieta fuera de sí misma, transformándola de una niña mimada y una adolescente coronada, a una mujer madura con una grandeza de alma extraordinaria
En estos días, cuando compartimos una obra sobre Sigmund Freud, un brillante profesor de derecho de la UCV, Adalberto Urbina, me comentaba que Stefan Zweig era uno de sus autores favoritos. Casualmente, unos días antes también conversamos sobre Zweig con Verónica Valero, extraordinaria odontóloga que pertenece a un club de lectura interesantísimo. En ambos casos, la admiración por las biografías escritas por ese intelectual austríaco fue el tema de nuestros diálogos.
Mención aparte en esas semblanzas merece la de la mujer más famosa de la Revolución Francesa: María Antonieta Josefa Johana de Austria, esposa del rey Luis XVI, quien fue llevado a la guillotina, poniendo fin a una de las monarquías absolutas más sólidas de Europa. En estas páginas de El Universal, mencionamos hace unos años la mirada que Stefan Zweig echó sobre la vida de esta mujer aparentemente muy fatua, quien resultó engrandecerse hasta límites insospechados en la tragedia.
A los 12 años, María Antonieta fue prometida por su madre al heredero de la corona de Francia, con quien se casó sin ni siquiera conocerlo, a los 14 años. Cuatro años después se convirtió en la reina de Francia más acusada, y posteriormente más defendida de la historia. Sus acusadores le asignaron todos los vicios posibles, y sus defensores en la posteridad la catalogaron como la reina mártir.
Para ayudarnos a ver la tumultuosa vida de María Antonieta en una forma menos apasionada, hay que leer la biografía que Stefan Zweig escribió sobre ella. Zweig en su obra, el autor desmitifica al personaje, convirtiéndolo en una mujer de carne y hueso, de “carácter tipo medio; ni demasiado inteligente, ni demasiado necia; ni fuego, ni hielo; sin especial tendencia hacia el bien, y sin la menor inclinación hacia el mal”. Sin embargo, María Antonieta fue, porque así lo quiso el destino, la protagonista de uno de los dramas más emocionantes de la historia de Francia. Las tragedias no se nutren solamente de héroes y heroínas, también surgen de lo trágico “cuando a una naturaleza de término medio, o quizás débil, le toca en suerte un inmenso destino”
Bajo esta mirada, María Antonieta, sin la Revolución Francesa, seguramente habría continuado viviendo tranquilamente una vida “como han vivido millones de mujeres de todos los tiempos; habría bailado, charlado, amado, reído, se habría adornado, habría parido hijos, y, por último, se habría tendido dulcemente en un lecho para morir, sin haber vivido realmente según el espíritu del mundo de su tiempo” Zweig anota con agudeza que las mujeres y los hombres extraordinarios, esos que tienen temple de héroes, están conscientes de sus enormes capacidades y desean transformar el destino. Son responsables de sus sufrimientos, porque los ofrecen para lograr ser unos protagonistas destacados de la historia. Pero los personajes normales, esos que forman el común denominador de la humanidad, no cargan adentro ninguna intención de hacer historia, no quieren llevar bajo sus hombros esa responsabilidad. Prefieren vivir una vida pacífica, lo más felizmente posible, y sin sobresaltos.
El destino entonces lanzó a María Antonieta, esa mujer corriente, con el alma tibia ni buena ni mala, que era incapaz de medir sus capacidades, por encima de su normalidad, sacándola del camino trivial, para llevarla a un torbellino trágico que la convirtió en la reina más notoria que tuvo Francia. La historia utilizó al infortunio para arrojar a María Antonieta fuera de sí misma, transformándola de una niña mimada y una adolescente coronada, a una mujer madura con una grandeza de alma extraordinaria. “Es en la desgracia donde más se siente lo que uno es”, dijo la reina poco antes de morir guillotinada en la plaza de La Concordia.
Esa fatalidad implacable de su vida, que la que arrojó desde su palacio con cien habitaciones en Versalles, a una celda miserable en la “Conciergerie” de París, que le cambió un trono real por un patíbulo, que la bajó de una carroza dorada a la carreta del verdugo, desveló toda la grandeza que estaba soterrada en su alma, y que nunca hubiéramos podido ver sin el infortunio que la acompañó. María Antonieta supo, al final de su vida, combinar la mayor desdicha con una férrea entereza.
Concluye Zweig que esa conciencia hizo crecer su carácter más allá de sí misma, y que en las últimas horas de su vida María Antonieta alcanzó por fin su verdadera magnitud trágica, “llegando a ser tan grande como su destino”. Lean la biografía de María Antonieta, escrita por Stefan Zweig, para que se deleiten con una buena lectura y una vida llena de contrastes.
@montenegroalvaro
Mención aparte en esas semblanzas merece la de la mujer más famosa de la Revolución Francesa: María Antonieta Josefa Johana de Austria, esposa del rey Luis XVI, quien fue llevado a la guillotina, poniendo fin a una de las monarquías absolutas más sólidas de Europa. En estas páginas de El Universal, mencionamos hace unos años la mirada que Stefan Zweig echó sobre la vida de esta mujer aparentemente muy fatua, quien resultó engrandecerse hasta límites insospechados en la tragedia.
A los 12 años, María Antonieta fue prometida por su madre al heredero de la corona de Francia, con quien se casó sin ni siquiera conocerlo, a los 14 años. Cuatro años después se convirtió en la reina de Francia más acusada, y posteriormente más defendida de la historia. Sus acusadores le asignaron todos los vicios posibles, y sus defensores en la posteridad la catalogaron como la reina mártir.
Para ayudarnos a ver la tumultuosa vida de María Antonieta en una forma menos apasionada, hay que leer la biografía que Stefan Zweig escribió sobre ella. Zweig en su obra, el autor desmitifica al personaje, convirtiéndolo en una mujer de carne y hueso, de “carácter tipo medio; ni demasiado inteligente, ni demasiado necia; ni fuego, ni hielo; sin especial tendencia hacia el bien, y sin la menor inclinación hacia el mal”. Sin embargo, María Antonieta fue, porque así lo quiso el destino, la protagonista de uno de los dramas más emocionantes de la historia de Francia. Las tragedias no se nutren solamente de héroes y heroínas, también surgen de lo trágico “cuando a una naturaleza de término medio, o quizás débil, le toca en suerte un inmenso destino”
Bajo esta mirada, María Antonieta, sin la Revolución Francesa, seguramente habría continuado viviendo tranquilamente una vida “como han vivido millones de mujeres de todos los tiempos; habría bailado, charlado, amado, reído, se habría adornado, habría parido hijos, y, por último, se habría tendido dulcemente en un lecho para morir, sin haber vivido realmente según el espíritu del mundo de su tiempo” Zweig anota con agudeza que las mujeres y los hombres extraordinarios, esos que tienen temple de héroes, están conscientes de sus enormes capacidades y desean transformar el destino. Son responsables de sus sufrimientos, porque los ofrecen para lograr ser unos protagonistas destacados de la historia. Pero los personajes normales, esos que forman el común denominador de la humanidad, no cargan adentro ninguna intención de hacer historia, no quieren llevar bajo sus hombros esa responsabilidad. Prefieren vivir una vida pacífica, lo más felizmente posible, y sin sobresaltos.
El destino entonces lanzó a María Antonieta, esa mujer corriente, con el alma tibia ni buena ni mala, que era incapaz de medir sus capacidades, por encima de su normalidad, sacándola del camino trivial, para llevarla a un torbellino trágico que la convirtió en la reina más notoria que tuvo Francia. La historia utilizó al infortunio para arrojar a María Antonieta fuera de sí misma, transformándola de una niña mimada y una adolescente coronada, a una mujer madura con una grandeza de alma extraordinaria. “Es en la desgracia donde más se siente lo que uno es”, dijo la reina poco antes de morir guillotinada en la plaza de La Concordia.
Esa fatalidad implacable de su vida, que la que arrojó desde su palacio con cien habitaciones en Versalles, a una celda miserable en la “Conciergerie” de París, que le cambió un trono real por un patíbulo, que la bajó de una carroza dorada a la carreta del verdugo, desveló toda la grandeza que estaba soterrada en su alma, y que nunca hubiéramos podido ver sin el infortunio que la acompañó. María Antonieta supo, al final de su vida, combinar la mayor desdicha con una férrea entereza.
Concluye Zweig que esa conciencia hizo crecer su carácter más allá de sí misma, y que en las últimas horas de su vida María Antonieta alcanzó por fin su verdadera magnitud trágica, “llegando a ser tan grande como su destino”. Lean la biografía de María Antonieta, escrita por Stefan Zweig, para que se deleiten con una buena lectura y una vida llena de contrastes.
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