Espacio publicitario

Narrar la existencia

La literatura es el campo de lo posible, sin ella la vida sería chata y triste, y es por ello que la inventamos desde los mismos albores de la civilización, porque complementa nuestras vidas, las hace más ricas y vivibles

  • RICARDO GIL OTAIZA

09/02/2023 05:03 am

Quienes narramos nos entregamos con afán, si se quiere, a una actividad absurda, porque contamos cuestiones que muchas veces “no se han visto” en la propia realidad, eso que llamamos fantasía, pero nos preguntamos, no sin razones poderosas: ¿acaso la vida no supera a la más afiebrada de las fantasías?, y es así, la vida no calca a la literatura, es la literatura que en su búsqueda por salirle a la tangente a la cotidianidad, se hace eco de ella, la muestra en su máxima expresión “creativa”, y pareciera mentira cuando lo contamos, cuando mostramos las truculentas acciones de los personajes, y éstos se presentan como figuras caricaturizadas, relativizadas, exentas de un rostro humano, pero nos equivocamos, relatamos, como diría Vargas Llosa, la verdad de las mentiras, pero esas mentiras son extensión de una realidad no tan solapada, tal vez oculta por delicadas túnicas, y cuando las removemos, nos asombra, se nos muestra en toda su crudeza, salta de la página y nos agarra por el cuello, nos interpela, se escapa de nuestras manos y se va por los caminos del mundo.

Contamos la vida literaturizada, envuelta en ciertos ropajes, pero es esencia del hombre y de la mujer, de sus avatares y vicisitudes, pero también de su gozo y disfrute, y el resultado es una trampa mortal, porque mientras más nos empeñamos en recrearla y echamos el todo por el todo, con figuras retóricas, con argucias de todo tipo, y hasta con desatinos, más nos acercamos a su hechura y perfilamos así su rostro, y es precisamente esto lo que ha permitido que el hecho literario se eternice, trascienda las barreras del tiempo y del espacio, y sea requerido por ávidos lectores que buscan mirarse en esa páginas como quien se observa en un espejo, y aunque no lo sepan, o intenten hacerse los locos, sienten que son atrapados por imágenes especulares, que se reconocen en aquello, que los dibuja a la perfección, que los sumerge en sus propias aguas, y llega así el gozo, el disfrute y también el horror, y todo ello es humano, ¿qué duda cabe?, y responde a sus pulsiones interiores, a ese magma profundo que emerge sin más y los lleva por los oscuros territorios del Ser.

Narrar es referir la existencia en toda su completitud, y quien acomete esta dura y entretenida tarea, se erige así en un demiurgo, en hacedor de mundos, en constructor de sueños, y esto nos estimula, nos hace creer que somos dueños de vastos territorios, nos sentimos soberanos de reinos inexistentes pero que a la vez reflejan viejas, nuevas o posibles realidades, y nada escapa a sus designios, cada cosa es terreno abonado, la palabra se adueña de todo y cuenta, recrea, articula y moldea, y en ese afán totalizador nos hace sus esclavos, sentimos que ella es la vida misma porque nos nombra, nos identifica, nos muestra artificios que son en sí la propia vida, y ella nos atrapa, nos hace referentes de nosotros mismos, y en esa dinámica extraordinaria y terrible a la vez, nos convertimos en sus más grandes aliados y cómplices, y ya nada será posible entonces sin su influjo y sin su égida, porque se transforma en nuestra propia medida y nos reconocemos así en parte y todo de la narración: en sujetos y objetos de la creación literaria.

¿Qué es narrar, entonces, si en ello no se nos va la vida misma? Cuando leemos el Quijote nos reímos de los desvaríos de los personajes, sentimos que todo aquello es un absurdo artificio, pero al mismo tiempo nos internamos en sus agrestes territorios, somos testigos, nos emocionamos y nos conmovemos, y hasta sentimos empatía por el inaudito hidalgo pueblerino transformado de pronto en caballero, que pretende resolver entuertos, que transita por las disparatadas veredas de la locura, pero es esa locura y sus inauditas situaciones las que nos atrapan, sin ellas los personajes perderían su encanto y su gracia, y cerraríamos el libro al carecer de ese gancho que nos empuja con fuerza a proseguir, a ver qué más sucederá, cómo resolverá sus aventuras y hazañas, y nos internamos en sus sendas y lo aupamos, y nos entristecen sus avatares, y nos alegran sus triunfos, y todo es posible gracias al pacto que como lectores hacemos con el autor, de creer a pie juntillas todo aquello, a entrar en nuestro propio desvarío, a reconocernos en una naturaleza humana ganada a lo más grotesco y esperpéntico que podamos imaginar, porque en el fondo así somos nosotros, del ridículo y lo estrafalario pasamos sin más, y por arte de magia, a la lógica de la existencia, y es en este punto en el que se da el choque y el despertar abrupto en el “ahora”, con sus no tan sutiles matices y claroscuros.

La literatura es el campo de lo posible, sin ella la vida sería chata y triste, y es por ello que la inventamos desde los mismos albores de la civilización, porque complementa nuestras vidas, las hace más ricas y vivibles, nos interna por trochas que nos llevan a comprender que sus finas estratagemas son precisamente el encanto, y queremos creerlo, y así lo convenimos, y nos transportamos a otros mundos, y nos perdemos en la imaginación, y hacemos de lo leído y escuchado parte de la razón de ser de lo que nos rodea, y del pasado también, porque lo recreamos y podemos vivirlo, porque nos conmueve y toca en nosotros teclas que nos hominizan, porque quien se recrea en una tragedia saca sus propias lecciones, y se abre camino para que no se repita la historia.

rigilo99@gmail.com
Siguenos en Telegram, Instagram, Facebook y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones
-

Espacio publicitario

Espacio publicitario

Espacio publicitario

DESDE TWITTER

EDICIÓN DEL DÍA

Espacio publicitario

Espacio publicitario