Escritor en primera persona
Tengo en mente una nueva novela: busco el tono y el ritmo; cuestiones que no son fáciles. En cualquier momento llegará la chispa, el fogonazo, la llama inspiradora que baje la abstracción a la página. ¡Así será!
Hoy la tecnología nos permite a los escritores tener a la mano las impresiones de los lectores, algo impensable hace varias décadas cuando daba mis primeros pasos en este duro oficio. A lo sumo, aspiraba a recibir los comentarios de los lectores locales cuando me encontraba con ellos en el mercado, en la calle o en algún evento, y me daba por satisfecho con aquella pequeña interacción. Recuerdo que algunos se las ingeniaban para tener mi número telefónico, y de manera osada me llamaban para expresarme sus pareceres, aunque siempre con la inquietud de no recibir de mi parte alguna mala respuesta al estar de alguna manera “violentando” mi espacio personal. Cuestión que nunca hice; todo lo contrario: agradecía con emoción el que se dieran a la tarea de llamarme y de manifestarme su satisfacción por lo leído, o para decirme que disentían en algunos, o en todos los aspectos.
Gracias a las telecomunicaciones hoy es muy fácil recibir de los lectores sus opiniones en caliente, bien por la magia del WhatsApp, o por las redes sociales. Debo agradecer, y no me canso de hacerlo, los múltiples comentarios que recibo cada día, siempre con inmenso cariño y un halo de agradecimiento por el trabajo realizado. Con mis últimas entregas han sido varios los lectores que me han pedido que hable de mi experiencia como escritor: les interesa saber cómo fueron mis inicios y qué me ha impulsado a internarme en el vasto mundo de la palabra escrita a pesar de los vendavales y las tormentas interiores.
Soy escritor desde hace muchos años (unos treinta y cinco), aunque con menos tiempo publicando. Mis primeros pinitos en la prensa los di en un periódico local llamado El Vigilante, cuyo lema era “El decano de la prensa merideña”. De ahí salté a otros, hasta llegar al diario Frontera (de Mérida también), en donde llevo treinta años publicando. De la prensa regional pasé a El Universal como colaborador sin columna fija. Una muy breve temporada publiqué en El Nacional, y luego regresé al primero, en donde llevo unos veinticinco años con intermitencias en la periodicidad y en el tamaño de los textos, hasta llegar a las dos columnas que mantengo hoy con disciplina monástica. Recuerdo que le enviaba por fax los artículos al editor Miguel Maita, hasta que inventaron esa maravilla llamada correo electrónico, que muy pronto incorporó en sus ofertas los archivos adjuntos y adiós a la trascripción y a las largas colas en CANTV para que me pasaran mis cuartillas por aquel tedioso y odioso aparatico, que a veces se dañaba y se le iba a uno toda una mañana en vanos intentos de que nos dieran el fulano tono.
En El Vigilante publiqué mis primeros cuentos con ilustraciones de mi esposa. Sin embargo, desde los 25 años me interné en la escritura de una novela que titulé La bendición final, y que fue fallida. El texto terminé lanzándolo al cesto de la papelera, pero sin yo saberlo mi esposa lo rescató y lo guardó durante varios años. Un día me lamenté de aquella tontería, y mi alegría fue inmensa cuando mi esposa fue al estante en donde lo había guardado y me lo entregó. Como lo había escrito en máquina portátil, pagué para que lo transcribieran en un disquete con las intenciones de reescribirlo, pero luego de varios intentos infructuosos guardé el dispositivo y me olvidé del asunto. El año pasado regresé a él y lo leí con cabeza fría, y este año terminé la reescritura y ahora sí estoy satisfecho con lo alcanzado. Conserva el título y los ímpetus y sueños de mi juventud.
Compilé mis primeros cuentos publicados en la prensa y aparecieron por el Consejo de Publicaciones de la ULA en un bello tomo que titulé Paraíso olvidado (1996). Un año antes salió por el mismo sello universitario mi novela Espacio sin límite. Ambos libros con buena crítica local y nacional. Guardo gran cariño por estos dos tomos. A partir de entonces fueron apareciendo año tras año mis libros: más cuentos, más novelas (Una línea indecisa, que ha sido estudiada en Venezuela y en España; Sabía que era inmortal, que saldrá de nuevo en edición digital), incursioné en la poesía, también en el ensayo, en la crítica literaria, en el pensamiento complejo (epistemología), en la temática de la educación superior (universitaria). Publiqué varios libros sobre plantas medicinales y medicina natural que se vendieron como pan caliente, me adentré en el tema de la felicidad con un libro que me ha dado grandes satisfacciones: Ser felices para siempre, que no podría catalogarlo de autoayuda, sino de reflexión filosófica y hasta espiritual.
Con respecto a la poesía quiero precisar que he publicado dos poemarios: Corriente profunda (1998) y Manual del vencedor (2001). Pasó mucho tiempo sin acercarme al género poético, que respeto mucho, y en el 2020, en plena pandemia, la musa brotó de nuevo y escribí un libro titulado Lumen El Fuego Interior. En el 2001 escribí otro poemario al que titulé Poética del Ser y la Nada, inspirado en la obra homónima de Jean-Paul Sartre. Este año terminé Los adioses. El tercero de estos poemarios saldrá publicado posiblemente este año (no adelantaré detalles, soy algo maniático), y los otros dos esperan por mecenas.
Tengo en mente una nueva novela: busco el tono y el ritmo; cuestiones que no son fáciles. En cualquier momento llegará la chispa, el fogonazo, la llama inspiradora que baje la abstracción a la página. ¡Así será!
rigilo99@gmail.com
Gracias a las telecomunicaciones hoy es muy fácil recibir de los lectores sus opiniones en caliente, bien por la magia del WhatsApp, o por las redes sociales. Debo agradecer, y no me canso de hacerlo, los múltiples comentarios que recibo cada día, siempre con inmenso cariño y un halo de agradecimiento por el trabajo realizado. Con mis últimas entregas han sido varios los lectores que me han pedido que hable de mi experiencia como escritor: les interesa saber cómo fueron mis inicios y qué me ha impulsado a internarme en el vasto mundo de la palabra escrita a pesar de los vendavales y las tormentas interiores.
Soy escritor desde hace muchos años (unos treinta y cinco), aunque con menos tiempo publicando. Mis primeros pinitos en la prensa los di en un periódico local llamado El Vigilante, cuyo lema era “El decano de la prensa merideña”. De ahí salté a otros, hasta llegar al diario Frontera (de Mérida también), en donde llevo treinta años publicando. De la prensa regional pasé a El Universal como colaborador sin columna fija. Una muy breve temporada publiqué en El Nacional, y luego regresé al primero, en donde llevo unos veinticinco años con intermitencias en la periodicidad y en el tamaño de los textos, hasta llegar a las dos columnas que mantengo hoy con disciplina monástica. Recuerdo que le enviaba por fax los artículos al editor Miguel Maita, hasta que inventaron esa maravilla llamada correo electrónico, que muy pronto incorporó en sus ofertas los archivos adjuntos y adiós a la trascripción y a las largas colas en CANTV para que me pasaran mis cuartillas por aquel tedioso y odioso aparatico, que a veces se dañaba y se le iba a uno toda una mañana en vanos intentos de que nos dieran el fulano tono.
En El Vigilante publiqué mis primeros cuentos con ilustraciones de mi esposa. Sin embargo, desde los 25 años me interné en la escritura de una novela que titulé La bendición final, y que fue fallida. El texto terminé lanzándolo al cesto de la papelera, pero sin yo saberlo mi esposa lo rescató y lo guardó durante varios años. Un día me lamenté de aquella tontería, y mi alegría fue inmensa cuando mi esposa fue al estante en donde lo había guardado y me lo entregó. Como lo había escrito en máquina portátil, pagué para que lo transcribieran en un disquete con las intenciones de reescribirlo, pero luego de varios intentos infructuosos guardé el dispositivo y me olvidé del asunto. El año pasado regresé a él y lo leí con cabeza fría, y este año terminé la reescritura y ahora sí estoy satisfecho con lo alcanzado. Conserva el título y los ímpetus y sueños de mi juventud.
Compilé mis primeros cuentos publicados en la prensa y aparecieron por el Consejo de Publicaciones de la ULA en un bello tomo que titulé Paraíso olvidado (1996). Un año antes salió por el mismo sello universitario mi novela Espacio sin límite. Ambos libros con buena crítica local y nacional. Guardo gran cariño por estos dos tomos. A partir de entonces fueron apareciendo año tras año mis libros: más cuentos, más novelas (Una línea indecisa, que ha sido estudiada en Venezuela y en España; Sabía que era inmortal, que saldrá de nuevo en edición digital), incursioné en la poesía, también en el ensayo, en la crítica literaria, en el pensamiento complejo (epistemología), en la temática de la educación superior (universitaria). Publiqué varios libros sobre plantas medicinales y medicina natural que se vendieron como pan caliente, me adentré en el tema de la felicidad con un libro que me ha dado grandes satisfacciones: Ser felices para siempre, que no podría catalogarlo de autoayuda, sino de reflexión filosófica y hasta espiritual.
Con respecto a la poesía quiero precisar que he publicado dos poemarios: Corriente profunda (1998) y Manual del vencedor (2001). Pasó mucho tiempo sin acercarme al género poético, que respeto mucho, y en el 2020, en plena pandemia, la musa brotó de nuevo y escribí un libro titulado Lumen El Fuego Interior. En el 2001 escribí otro poemario al que titulé Poética del Ser y la Nada, inspirado en la obra homónima de Jean-Paul Sartre. Este año terminé Los adioses. El tercero de estos poemarios saldrá publicado posiblemente este año (no adelantaré detalles, soy algo maniático), y los otros dos esperan por mecenas.
Tengo en mente una nueva novela: busco el tono y el ritmo; cuestiones que no son fáciles. En cualquier momento llegará la chispa, el fogonazo, la llama inspiradora que baje la abstracción a la página. ¡Así será!
rigilo99@gmail.com
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