Colombia al filo
Los actuales resultados electorales de Colombia dejan una clara lección: los gobernantes deben enfocarse en atender con eficiencia y eficacia las necesidades de sus gobernados, sin distingos de ningún tipo y con transparencia...
Los resultados de las elecciones en Colombia dejan de manifiesto muchas circunstancias, no necesariamente negativas. Hay, eso sí, un hartazgo por parte de la población frente a su larga historia de gobiernos francamente ineficaces y predecibles, amoldados al statu quo, insensibles a los grandes problemas de las mayorías. No obstante, hay que decirlo también, a pesar de sus desaciertos y de las graves fallas estructurales de la nación (la guerra civil solapada que la desangra desde hace décadas, la impunidad y la criminalidad de los grupos armados que la han sembrado de crimen y de horror desde hace tiempo, la división en castas que la hacen terriblemente desigual) el país hermano ha podido consolidar una democracia que hoy se erige como baluarte de una América Latina plagada de gobiernos populistas, corruptos, ineptos, saqueadores de las esperanzas de todos.
Colombia quiere un cambio, nadie lo pondría en duda el día de hoy, de allí su gran oportunidad para el giro necesario, pero también el peligro que la acecha frente al populismo extremo. El domingo lograron el voto favorable para una segunda vuelta fuerzas antagónicas desde el espectro político, visiones distintas, proyectos diametralmente opuestos que buscan poner en marcha un gran laboratorio social, del que podría salir un engendro y lanzar a la nación por un profundo abismo como el que se evidencia, por ahora, en varios de los países de la región.
El que no haya ganado Gustavo Petro en la primera vuelta, como se especulaba, y que se colara Rodolfo Hernández como contrapeso, significa que hay desesperación (por supuesto que la hay), pero también la necesidad de apostar por un proyecto que la enrumbe por otros derroteros, sin entregarse inerme a una izquierda pérfida que se ha erigido en la enterradora de los sueños de millones de latinoamericanos, quienes se han visto forzados a emigrar de sus países en busca de más y mejores oportunidades de vida.
Gustavo Petro Urrego, economista y exalcalde Bogotá, es lo peor que podría sucederle a Colombia. Su hoja de vida no deja mucho espacio para la duda. Desde muy joven se alistó en el denominado Movimiento M-19, desmovilizado en 1990, que tanto dolor y muerte trajo a Colombia. Es un populista de extrema izquierda fiel admirador y seguidor del mal llamado Socialismo del Siglo XXI, que venimos sufriendo los venezolanos desde hace más de dos décadas, y que la hundió en un inmenso sufrimiento social. No me detendré en la tragedia venezolana, harto conocida en el mundo entero, pero la resumiré diciendo que ha representado pobreza y miseria (quiebra de la economía, de la institucionalidad y de todo aquello que en alguna oportunidad hizo del país un referente continental de crecimiento y de progreso).
Rodolfo Hernández Suárez es también un populista ubicado en el centro del espectro político (exalcalde de Bucaramanga), pero que busca desde la inversión y el capital hacer realidad el anhelo de millones de colombianos de poder tener acceso a una vivienda digna, a oportunidades de estudios, de trabajo y de salud. Si bien es un hombre de edad provecta, muestra una fortaleza admirable, y su hoja de vida nos lo presenta como a un ingeniero y empresario exitoso, que se labró un futuro a pesar de sus orígenes campesinos. Me gusta de Rodolfo su hablar sin tapujos (sin caer necesariamente en lo escatológico), su decir las cosas sin buscar ser políticamente correcto, su pensamiento frío y pragmático (como buen ingeniero), sus ímpetus y deseos de trasladar sus reconocidos éxitos en la Alcaldía de Bucaramanga a todo el país.
A decir verdad, les corresponde a los colombianos elegir en pocos días a su presidente entre dos candidatos nada angelicales, ni exentos de polémicas ni de rabos de paja. Es decir, el menos malo de los dos. Mientras a Petro se le ha visto en videos caseros dar un discurso en estado de ebriedad, a Hernández se le vio proferirle un bofetón a un político en Bucaramanga. Ambos extremos inadmisibles para quienes aspiran a ser jefes de estado. Sin embargo, entre Petro y Hernández yo no dudaría en apoyar a Hernández, porque es garantía de progreso sin la promesa del desmantelamiento de la institucionalidad (y de todas sus nefastas consecuencias políticas, económicas y sociales), pero que se aleja ostensiblemente de los políticos que llevaron a Colombia al actual estado de quiebre histórico con sus líderes y sus partidos tradicionales.
Los actuales resultados electorales de Colombia dejan una clara lección: los gobernantes deben enfocarse en atender con eficiencia y eficacia las necesidades de sus gobernados, sin distingos de ningún tipo y con transparencia, porque de lo contrario la tensión y la indignación terminan por fracturar el establishment. La historia universal no permite asomo de duda.
Ahora bien, ningún país está vacunado contra el extremismo político que trae consigo grandes calamidades, y cuya oferta engañosa busca pescar en río revuelto. El extremo al que pretende llevar a Colombia el candidato Petro, es garantía de fracaso se mire por donde se mire. Su receta no es distinta a la de los populistas de izquierdas que llevaron a varios de nuestros países a encabezar los tops de pobreza, emigración y de atraso, no digo yo en América Latina, sino en todo el planeta.
Colombia camina al filo del abismo, ojalá que los electores puedan otear el horizonte.
rigilo99@gmail.com
Colombia quiere un cambio, nadie lo pondría en duda el día de hoy, de allí su gran oportunidad para el giro necesario, pero también el peligro que la acecha frente al populismo extremo. El domingo lograron el voto favorable para una segunda vuelta fuerzas antagónicas desde el espectro político, visiones distintas, proyectos diametralmente opuestos que buscan poner en marcha un gran laboratorio social, del que podría salir un engendro y lanzar a la nación por un profundo abismo como el que se evidencia, por ahora, en varios de los países de la región.
El que no haya ganado Gustavo Petro en la primera vuelta, como se especulaba, y que se colara Rodolfo Hernández como contrapeso, significa que hay desesperación (por supuesto que la hay), pero también la necesidad de apostar por un proyecto que la enrumbe por otros derroteros, sin entregarse inerme a una izquierda pérfida que se ha erigido en la enterradora de los sueños de millones de latinoamericanos, quienes se han visto forzados a emigrar de sus países en busca de más y mejores oportunidades de vida.
Gustavo Petro Urrego, economista y exalcalde Bogotá, es lo peor que podría sucederle a Colombia. Su hoja de vida no deja mucho espacio para la duda. Desde muy joven se alistó en el denominado Movimiento M-19, desmovilizado en 1990, que tanto dolor y muerte trajo a Colombia. Es un populista de extrema izquierda fiel admirador y seguidor del mal llamado Socialismo del Siglo XXI, que venimos sufriendo los venezolanos desde hace más de dos décadas, y que la hundió en un inmenso sufrimiento social. No me detendré en la tragedia venezolana, harto conocida en el mundo entero, pero la resumiré diciendo que ha representado pobreza y miseria (quiebra de la economía, de la institucionalidad y de todo aquello que en alguna oportunidad hizo del país un referente continental de crecimiento y de progreso).
Rodolfo Hernández Suárez es también un populista ubicado en el centro del espectro político (exalcalde de Bucaramanga), pero que busca desde la inversión y el capital hacer realidad el anhelo de millones de colombianos de poder tener acceso a una vivienda digna, a oportunidades de estudios, de trabajo y de salud. Si bien es un hombre de edad provecta, muestra una fortaleza admirable, y su hoja de vida nos lo presenta como a un ingeniero y empresario exitoso, que se labró un futuro a pesar de sus orígenes campesinos. Me gusta de Rodolfo su hablar sin tapujos (sin caer necesariamente en lo escatológico), su decir las cosas sin buscar ser políticamente correcto, su pensamiento frío y pragmático (como buen ingeniero), sus ímpetus y deseos de trasladar sus reconocidos éxitos en la Alcaldía de Bucaramanga a todo el país.
A decir verdad, les corresponde a los colombianos elegir en pocos días a su presidente entre dos candidatos nada angelicales, ni exentos de polémicas ni de rabos de paja. Es decir, el menos malo de los dos. Mientras a Petro se le ha visto en videos caseros dar un discurso en estado de ebriedad, a Hernández se le vio proferirle un bofetón a un político en Bucaramanga. Ambos extremos inadmisibles para quienes aspiran a ser jefes de estado. Sin embargo, entre Petro y Hernández yo no dudaría en apoyar a Hernández, porque es garantía de progreso sin la promesa del desmantelamiento de la institucionalidad (y de todas sus nefastas consecuencias políticas, económicas y sociales), pero que se aleja ostensiblemente de los políticos que llevaron a Colombia al actual estado de quiebre histórico con sus líderes y sus partidos tradicionales.
Los actuales resultados electorales de Colombia dejan una clara lección: los gobernantes deben enfocarse en atender con eficiencia y eficacia las necesidades de sus gobernados, sin distingos de ningún tipo y con transparencia, porque de lo contrario la tensión y la indignación terminan por fracturar el establishment. La historia universal no permite asomo de duda.
Ahora bien, ningún país está vacunado contra el extremismo político que trae consigo grandes calamidades, y cuya oferta engañosa busca pescar en río revuelto. El extremo al que pretende llevar a Colombia el candidato Petro, es garantía de fracaso se mire por donde se mire. Su receta no es distinta a la de los populistas de izquierdas que llevaron a varios de nuestros países a encabezar los tops de pobreza, emigración y de atraso, no digo yo en América Latina, sino en todo el planeta.
Colombia camina al filo del abismo, ojalá que los electores puedan otear el horizonte.
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