Rafael Arévalo González, paladín de la libertad de prensa
Cuando se cumple un nuevo aniversario de su fallecimiento, Arévalo González nos sigue ofreciendo desde su recuerdo las mejores lecciones de un buen periodismo, fundado en la ética y el honor. Aprendamos algo de él
Hay vidas de venezolanos ejemplares, que deben ser contadas una y mil veces a las nuevas generaciones como ejemplos de las virtudes, valores, y principios, que nos hacen ser mejores ciudadanos. Una de ellas, muy interesante, es la de Rafael Arévalo González.
Este periodista, telegrafista, y escritor, nacido el 13 de septiembre de 1866 en Río Chico, estado Miranda, murió en Caracas el 20 de abril del año 1935, luego de haber defendido la libertad de prensa con una convicción e intensidad a toda prueba. En estos días se cumplen 97 años del fallecimiento del héroe civil, cuya idealización del honor y de la libertad de opinión lo llevó a estar preso muchísimas veces, tanto en la temible cárcel de La Rotunda, en Caracas, como en el Castillo de San Carlos, en el estado Zulia, y en el Castillo Libertador, en Puerto Cabello.
Arévalo González combatió desde las tribunas de su diario El Pregonero a la corrupción administrativa, los abusos de poder, las injusticias, y el amiguismo que azotaron a Venezuela durante los gobiernos de Raimundo Andueza Palacios, Joaquín Crespo, Ignacio Andrade, Cipriano Castro, y Juan Vicente Gómez.
En sus memorias, que no llegó a completar, se lee que durante el gobierno de Castro estuvo preso cinco veces, y en el de Gómez otras cinco, sumando más de 20 años de su vida tras las rejas. Lo insólito de esa lucha en defensa de la justicia, es que Arévalo González siempre fue preso por escribir sus ideas. Por opinar. Nunca fue por empuñar un arma, o por pertenecer a ningún movimiento violento contra el gobierno de turno.
Implacable, y muy incómodo para el poder por su recto sentido de la moralidad y el honor, Arévalo fue retado a duelo en El Calvario, y le hicieron varios disparos en la esquina de Las Gradillas, por haber denunciado en sus páginas corrupciones administrativas. En su trabajo como sub-director del Telégrafo, se opuso con éxito a que los ministros destituyeran a los operarios por chismes, injusticias, o para complacer compromisos. Había prometido a sus subalternos removerlos solo “Por su voluntad o por su culpa”, no por caprichos de un superior.
Las denuncias que llegaban a su escritorio eran siempre investigadas, y sobre todo contrastadas con versiones diferentes del mismo hecho. Como buen periodista que era, nunca se dejaba cegar por sus inclinaciones personales y averiguaba con acuciosidad los asuntos a fondo, antes de publicar sus trabajos. Con esa rigurosa ética y profesional, permitía el derecho a escribir opiniones opuestas a la suya en su diario, aunque eso le trajera antipatías y enemistades entre sus compañeros.
El poeta y parlamentario Luis Beltrán Guerrero, Cándido, escribió el 2 de mayo de 1966 en este diario El Universal, que Rafael Arévalo González era “el más honorable de los venezolanos de su tiempo”. El Cronista de Caracas, Guillermo Meneses, publicó un artículo en el diario El Nacional del 20 de septiembre de 1966 en el cual afirma que “al examinar las razones políticas por las cuales pasó tantos años preso, nos quedamos admirados de que nunca fue detenido por conspirador”. Meneses agrega que nunca se supo “que tuviera relación con grupos subversivos”.
Arévalo fundó en octubre del año 1908 la revista literaria Atenas, cuyos colaboradores fueron personajes como Pedro Emilio Coll, Rufino Blanco Fombona, Andrés Mata, Manuel Díaz Rodríguez, Francisco Pimentel, Luis Manuel Urbaneja Achepol, y otros. Atenas dejó de imprimirse en el año 1921, a raíz de la muerte de Elisa Bernal de Arévalo, su esposa.
Los escritos de Arévalo eran incendiarios, políticamente hablando. En respuesta a un general que le aconsejaba no fuera tonto y se alineara como él al presidente Raimundo Andueza Palacios, porque este le “había regalado una casa de 18.000 pesos”, Arévalo se desquitó el 9 de febrero de 1892 en el periódico El Radical, con un artículo titulado “Los esclavos por gratitud”.
No teniendo una posición económicamente holgada, y con una familia numerosa que debía mantener, los gobiernos de Castro y de Gómez le ofrecieron muy buenas posiciones como los consulados en La Habana, Buenos Aires, o Le Havre. También le prometieron puestos más importantes que siempre rechazó, alejándose voluntariamente de una vida cómoda y apacible para pasar penurias, defendiendo a los principios y valores ciudadanos que le eran tan preciados.
Rafael Arévalo González se ocupó, desde sus tribunas periodísticas, de denunciar todo lo que le parecía perjudicial a la patria. Sin insultar jamás a nadie, con una pluma mordaz y certera, libró una lucha desprendida por el bien de Venezuela. No había otra intención en sus artículos. Él argumentaba y debatía ideas, nunca individualizaba. Por eso los hombres honorables no le guardaban rencor personal, a pesar de que en sus editoriales descubría casos vergonzosos.
Ahora, cuando se cumple un nuevo aniversario de su fallecimiento, Arévalo González nos sigue ofreciendo desde su recuerdo las mejores lecciones de un buen periodismo, fundado en la ética y el honor. Aprendamos algo de él.
alvaromont@gmail.com
Este periodista, telegrafista, y escritor, nacido el 13 de septiembre de 1866 en Río Chico, estado Miranda, murió en Caracas el 20 de abril del año 1935, luego de haber defendido la libertad de prensa con una convicción e intensidad a toda prueba. En estos días se cumplen 97 años del fallecimiento del héroe civil, cuya idealización del honor y de la libertad de opinión lo llevó a estar preso muchísimas veces, tanto en la temible cárcel de La Rotunda, en Caracas, como en el Castillo de San Carlos, en el estado Zulia, y en el Castillo Libertador, en Puerto Cabello.
Arévalo González combatió desde las tribunas de su diario El Pregonero a la corrupción administrativa, los abusos de poder, las injusticias, y el amiguismo que azotaron a Venezuela durante los gobiernos de Raimundo Andueza Palacios, Joaquín Crespo, Ignacio Andrade, Cipriano Castro, y Juan Vicente Gómez.
En sus memorias, que no llegó a completar, se lee que durante el gobierno de Castro estuvo preso cinco veces, y en el de Gómez otras cinco, sumando más de 20 años de su vida tras las rejas. Lo insólito de esa lucha en defensa de la justicia, es que Arévalo González siempre fue preso por escribir sus ideas. Por opinar. Nunca fue por empuñar un arma, o por pertenecer a ningún movimiento violento contra el gobierno de turno.
Implacable, y muy incómodo para el poder por su recto sentido de la moralidad y el honor, Arévalo fue retado a duelo en El Calvario, y le hicieron varios disparos en la esquina de Las Gradillas, por haber denunciado en sus páginas corrupciones administrativas. En su trabajo como sub-director del Telégrafo, se opuso con éxito a que los ministros destituyeran a los operarios por chismes, injusticias, o para complacer compromisos. Había prometido a sus subalternos removerlos solo “Por su voluntad o por su culpa”, no por caprichos de un superior.
Las denuncias que llegaban a su escritorio eran siempre investigadas, y sobre todo contrastadas con versiones diferentes del mismo hecho. Como buen periodista que era, nunca se dejaba cegar por sus inclinaciones personales y averiguaba con acuciosidad los asuntos a fondo, antes de publicar sus trabajos. Con esa rigurosa ética y profesional, permitía el derecho a escribir opiniones opuestas a la suya en su diario, aunque eso le trajera antipatías y enemistades entre sus compañeros.
El poeta y parlamentario Luis Beltrán Guerrero, Cándido, escribió el 2 de mayo de 1966 en este diario El Universal, que Rafael Arévalo González era “el más honorable de los venezolanos de su tiempo”. El Cronista de Caracas, Guillermo Meneses, publicó un artículo en el diario El Nacional del 20 de septiembre de 1966 en el cual afirma que “al examinar las razones políticas por las cuales pasó tantos años preso, nos quedamos admirados de que nunca fue detenido por conspirador”. Meneses agrega que nunca se supo “que tuviera relación con grupos subversivos”.
Arévalo fundó en octubre del año 1908 la revista literaria Atenas, cuyos colaboradores fueron personajes como Pedro Emilio Coll, Rufino Blanco Fombona, Andrés Mata, Manuel Díaz Rodríguez, Francisco Pimentel, Luis Manuel Urbaneja Achepol, y otros. Atenas dejó de imprimirse en el año 1921, a raíz de la muerte de Elisa Bernal de Arévalo, su esposa.
Los escritos de Arévalo eran incendiarios, políticamente hablando. En respuesta a un general que le aconsejaba no fuera tonto y se alineara como él al presidente Raimundo Andueza Palacios, porque este le “había regalado una casa de 18.000 pesos”, Arévalo se desquitó el 9 de febrero de 1892 en el periódico El Radical, con un artículo titulado “Los esclavos por gratitud”.
No teniendo una posición económicamente holgada, y con una familia numerosa que debía mantener, los gobiernos de Castro y de Gómez le ofrecieron muy buenas posiciones como los consulados en La Habana, Buenos Aires, o Le Havre. También le prometieron puestos más importantes que siempre rechazó, alejándose voluntariamente de una vida cómoda y apacible para pasar penurias, defendiendo a los principios y valores ciudadanos que le eran tan preciados.
Rafael Arévalo González se ocupó, desde sus tribunas periodísticas, de denunciar todo lo que le parecía perjudicial a la patria. Sin insultar jamás a nadie, con una pluma mordaz y certera, libró una lucha desprendida por el bien de Venezuela. No había otra intención en sus artículos. Él argumentaba y debatía ideas, nunca individualizaba. Por eso los hombres honorables no le guardaban rencor personal, a pesar de que en sus editoriales descubría casos vergonzosos.
Ahora, cuando se cumple un nuevo aniversario de su fallecimiento, Arévalo González nos sigue ofreciendo desde su recuerdo las mejores lecciones de un buen periodismo, fundado en la ética y el honor. Aprendamos algo de él.
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