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El Balzac de Stefan Zweig

Pero la grandeza de Balzac fue más allá, en su “Comedia humana”, haciendo vivir sus personajes en una obra tras otra: el usurero, el cínico, el bondadoso, el idealista, y muchos otros caracteres que dibujan la esencia de la naturaleza humana

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

24/10/2022 05:04 am

Stefan Zweig fue un extraordinario autor austríaco que vivió entre los años 1881 y 1942, muy conocido por su manera clara y reflexiva de escribir. Sus novelas y biografías fueron un éxito mundial instantáneo. Lo distintivo de sus recorridos por las vidas de personajes célebres de la humanidad, es que no se reducen a un recuento cronológico de sus trayectorias, sino que penetran en lo más profundo de la psicología de los personajes.

Al leer su biografía de María Antonieta, quizás la más célebre, el lector cambia su percepción de tomarla una mujer fatua, infiel, y muy superficial, cosa que no niega Zweig, a comprender las circunstancias en que vivió. Esa niña apenas adolescente de 14 años, fue casada por conveniencia con el hijo del rey de Francia. Su familia Habsburgo la hizo viajar, sin sus padres, desde Viena a Francia por Estrasburgo para casarse con un niño de 13 años, gordo y tímido, a quien no conocía. Se necesitaba la paz con los Borbones. Austria y Francia no podían pelear. ¿Qué se podía esperar entonces de María Antonieta cuando se convirtió en reina? Una niña que nunca conoció otra cosa que el lujo y la magnificencia, ¿no iba a hacer fiestas en Versalles? Sin embargo, en los momentos más difíciles de la Revolución Francesa, su familia imperial austríaca nunca la ayudó. Con su esposo guillotinado, separada de sus hijos menores de edad, aislada en la prisión de La Conciergerie de París, lista para ser guillotinada en la Plaza de Gréve, hoy La Concordia, María Antonieta se creció como mujer, y con la frente en alto acudió a sus verdugos conservando intacta su dignidad. Si la miramos así, demostró ser una mujer de muchísimo valor en las circunstancias más insoportables.

Al leer la biografía de José Fouché, “El único traidor perfecto que he conocido”, según Napoleón Bonaparte, Stefan Zweig nos hace penetrar en el interior del personaje, y nos lleva a comprender cómo en política hay muchos “fouchés” que siempre se anotarán al bando ganador, sea cual sea. El arte de pasar de ser cura, luego revolucionario destrozando iglesias y ametrallando a la oligarquía de Lyon, para terminar siendo uno de los hombres más ricos de Francia y Duque de Otranto, solo podía ser manejado por un hombre en la oscuridad. Sin nunca enfrentarse con nadie, ni llevar la contraria a los jefes en público, pudo intrigar para hacer guillotinar a Robespierre, quien se la tenía jurada. De haber firmado la orden de ejecución del rey Luis XVI, a ser ministro de policía de su primo el rey Luis XVIII, hay todo un proceso mental que Zweig descubre mejor que nadie.

Por otro lado, la biografía de Magallanes nos impresiona al comprobar el heroísmo insólito que significó darle la vuelta al mundo en una expedición casi suicida para la época. Si a Cristóbal Colón casi se le amotinan sus tripulantes en el mar Caribe después de apenas treinta días de navegación, Magallanes pudo atravesar el enorme Océano Pacífico sin comida, navegando más de 90 días sin ver tierra. De los cinco barcos con 239 hombres que salieron el 20 de septiembre del año 1519 del puerto de San Lúcar de Barrameda, en España, solo regresó al mismo puerto un barco con 18 sobrevivientes, 3 años después de haber partido. El propio Magallanes murió en el viaje. Al leer a Zweig percibimos en su justa dimensión la titánica tarea, incomparable con cualquier otra proeza humana de ese entonces.

A Erasmo de Rotterdam y su posición equilibrada, profesada en medio de la más horrorosa polarización religiosa del cristianismo entre Lutero y el Papa, lo comprendemos mucho mejor después de leer su biografía por Zweig. Al terminarla, entendemos por qué en ambientes polarizados como los actuales los términos medios siempre son criticados por ambos extremos opuestos.

La biografía de Américo Vespucio de Zweig, nos ilumina en el debate de por qué nuestro continente se llama América y no Colombia, como hubiera querido fray Bartolomé de Las Casas. Vespucio y Colón, que conservaron buenas relaciones hasta su muerte, pobres y rechazados ambos, nunca supieron que habían estado en un continente. El descubridor Colón murió creyendo que había llegado a las Indias Occidentales, y el geógrafo Américo Vespucio se fue a la tumba creyendo que estaba cartografiando a un “Nuevo Mundo”, pero nunca a un continente.

Sin embargo, según el propio Zweig la biografía que más disfrutó, su obra maestra, la que más tiempo le llevó hacer e investigar, fue la de Honoré de Balzac. Nos presenta a un personaje único y fascinante. Comienza describiéndolo como “Un genio de la talla de Balzac, que por su exuberante fantasía puede crear otro mundo completo al lado del planeta terreno”. Zweig nos sumerge en la sensibilidad de Balzac, paseándonos por su accidentada niñez y su complicada juventud viviendo en una buhardilla de París. Los gustos de Balzac por las mujeres mayores, y por la vida lujosa, los contrasta Zweig con la infinita capacidad literaria de ese genio que producía una buena novela por mes. Los retratos que hizo Balzac de la naturaleza humana, ambientándolos en la sociedad francesa de ese entonces, son irrepetibles.

En “La piel de Zapa”, Balzac nos desnuda los dilemas materiales y espirituales de hombre, en su lucha interna por decidir cuales deben ser las prioridades. Igualmente hace en “Las Ilusiones perdidas”, “Eugenia Grandet”, o “Papá Goirot”. En “la mujer de treinta años”, nos revela por qué su gusto por las mujeres mayores: “Una mujer joven pide todo y no da nada, en cambio una mujer madura da todo por amor, y no pide nada”. El amor-ilusión, casi platónico, está bellamente representado en “El lirio en el valle”. Zweig nos recuerda que los grandes autores escriben un par de obras en sus vidas, y pasan a la posteridad. En cambio Balzac escribió decenas de novelas envuelto en su bata, como lo presenta Rodin en su escultura que podemos admirar en la intersección del Boulevard Raspail y el de Montparnasse, en París.

Pero la grandeza de Balzac fue más allá, en su “Comedia humana”, haciendo vivir sus personajes en una obra tras otra: el usurero, el cínico, el bondadoso, el idealista, y muchos otros caracteres que dibujan la esencia de la naturaleza humana a través de los siglos y civilizaciones. Leamos la biografía de Blazac escrita por Stefan Zweig, para deleitarnos con la vida del genio y comprender un poquito más cómo se mueven las pasiones humanas.

@montenegroalvaro
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