Tejer la democracia
La eficacia o ineficacia no pueden atribuirse a un sistema político específico. La esencia de la democracia es la contradicción y su debilidad más peligrosa es la falta de cultura
La democracia es trágica porque tiene elecciones y la verdadera pregunta que se formula cada vez que se convoca al pueblo a las urnas es si quiere seguir viviendo en democracia.
La democracia es una administración de los intereses encontrados. La democracia es mediación y cuando no se media, cuando no se respetan las reglas que permiten la sana administración de las contradicciones, pues comiéncese a llamar a ese régimen como sea, pero no democrático. Uno puede leerlo así en todos los pensadores desde Tocqueville hasta el contemporáneo Finkielkraut.
Mucho se ha escrito sobre la decepción de la democracia que sufren los pueblos por su supuesta incapacidad por resolver los problemas, en esta parte nuestra del mundo los eternos, la pobreza, la falta de educación o la inseguridad.
La eficacia o ineficacia no pueden atribuirse a un sistema político específico. La esencia de la democracia es la contradicción y su debilidad más peligrosa es la falta de cultura.
Constantemente traigo a colación como algunas de las más brillantes cabezas europeas entre el final del siglo XIX y comienzos del XX combatieron las monarquías corruptas y pedían la república para luego decepcionarse de la república dando, así, desarrollo al germen fascista. Este último también se engendra, pues, en la democracia trágica.
Debemos, a estas alturas, aprender la lección: la democracia es riesgo. En su búsqueda de las formas de gobierno el hombre sigue razonando. Si bien murieron las ideologías, no lo ha hecho la ciencia política. La soberanía radica en el hombre y el pueblo la ejerce en su nombre.
Infinidad de intelectuales se han dedicado a pensar como gobernar a los hombres y, a pesar de las inmensas variaciones que ha sufrido la politología, renovable como cualquiera, sigue vigente la idea platónica del gobernante como tejedor, es decir, el que entreteje de la mejor manera las propiedades de los hombres que resulten más favorables a los intereses públicos. Sembrar dudas sobre las innovaciones del pensamiento y aferrarse a viejas concepciones equivale a hacer lo opuesto al interés público.
La democracia debe ser tejida con el temple de hilvanadores sociales que faltan en este país de hoy. Apenas vemos las torpezas de la inconexión.
@tlopezmelendez
La democracia es una administración de los intereses encontrados. La democracia es mediación y cuando no se media, cuando no se respetan las reglas que permiten la sana administración de las contradicciones, pues comiéncese a llamar a ese régimen como sea, pero no democrático. Uno puede leerlo así en todos los pensadores desde Tocqueville hasta el contemporáneo Finkielkraut.
Mucho se ha escrito sobre la decepción de la democracia que sufren los pueblos por su supuesta incapacidad por resolver los problemas, en esta parte nuestra del mundo los eternos, la pobreza, la falta de educación o la inseguridad.
La eficacia o ineficacia no pueden atribuirse a un sistema político específico. La esencia de la democracia es la contradicción y su debilidad más peligrosa es la falta de cultura.
Constantemente traigo a colación como algunas de las más brillantes cabezas europeas entre el final del siglo XIX y comienzos del XX combatieron las monarquías corruptas y pedían la república para luego decepcionarse de la república dando, así, desarrollo al germen fascista. Este último también se engendra, pues, en la democracia trágica.
Debemos, a estas alturas, aprender la lección: la democracia es riesgo. En su búsqueda de las formas de gobierno el hombre sigue razonando. Si bien murieron las ideologías, no lo ha hecho la ciencia política. La soberanía radica en el hombre y el pueblo la ejerce en su nombre.
Infinidad de intelectuales se han dedicado a pensar como gobernar a los hombres y, a pesar de las inmensas variaciones que ha sufrido la politología, renovable como cualquiera, sigue vigente la idea platónica del gobernante como tejedor, es decir, el que entreteje de la mejor manera las propiedades de los hombres que resulten más favorables a los intereses públicos. Sembrar dudas sobre las innovaciones del pensamiento y aferrarse a viejas concepciones equivale a hacer lo opuesto al interés público.
La democracia debe ser tejida con el temple de hilvanadores sociales que faltan en este país de hoy. Apenas vemos las torpezas de la inconexión.
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