El Jardín Botánico de Maracaibo se viste de amarillo
Los zulianos muestran euforia con el espectáculo de tres días de la Madre Tierra
Mariel Hunte
No hay mejor temporada en el calendario que la llegada de la primavera, marcada por la caída de las primeras gotas de lluvia.
La sensación de un ambiente más fresco torna alegres los corazones de quienes sufrieron las consecuencias de la prolongada sequía. Algunos dicen que la más dura de los últimos años.
La madre naturaleza se prepara para un crisol de flores, de colores, de aromas, de complicidades, de nuevas historias.
Finaliza abril en el estado Zulia y ya se sabe el espectáculo que la Madre Tierra tiene preparado. Un espectáculo efímero, increíble, que alborota las almas románticas, las curiosas y las que no pueden perderse de vivir algo que esté de moda.
Multitud de almas
Las primeras lluvias de abril no solo apaciguan el intenso calor, sino que también bendicen con un manto sin fin de flores amarillas los senderos, parques y caminos del Jardín Botánico de Maracaibo.
Erguidos, rodeados de esas alfombras amarillas, se muestran ufanos los curarires, artífices de este evento natural extraordinario que significa que durante solo tres días al año den vida a sus flores para teñir gran parte de las 108 hectáreas del jardín botánico.
Una cita con la naturaleza
Son las 8:00 de mañana y ya vamos en camino por la carretera Palito Blanco vía la Concepción, en el municipio San Francisco del estado Zulia, para estar a tiempo al llamado del inicio de la primavera que viene con un obsequio que se ha transformado en tradición zuliana.
Llegamos al Jardín Botánico de Maracaibo Leandro Aristigueta, un lugar de protección que fue fundado el 24 de octubre de 1983 bajo la creación y diseño de Roberto Burle Marx, un arquitecto paisajista, y Leandro Aristigueta, un biólogo venezolano copartícipe del proyecto del Parque del Este de Caracas y con una experiencia de más de dos mil 500 diseños de parques en el mundo.
A solo algunas cuadras de distancia, la afluencia de visitantes es notoria y resulta increíble. Todos desean lo mismo: un desfile de emociones en una espectacular alfombra de flores amarillas.
Pasamos hasta el puesto de control de acceso, muy bien organizado, y de inmediato nos adentramos y dejamos llevar por los múltiples senderos de este lugar de protección, estudio y exposición de plantas y especies vegetales.
El recorrido
Se siente en el ambiente la euforia de esta temporada. Los visitantes se expresan con algarabía, porque el tiempo es súper escaso y la oportunidad es única para sincronizarnos con el proceso natural de floración de los curarires.
Aquí cabe el dicho que lo bueno dura poco. Son tan solo tres días para contemplar las copas cubiertas de flores formando progresivamente un lienzo amarillo a sus pies.
Los árboles de corteza ornamental nos dan la bienvenida, cada uno con su singularidad que nos motivan a más de una fotografía. Las miradas se dirigen inmediatamente al baobab, que es el principal anfitrión, ya que fue donado para el momento de la inauguración del Jardín Botánico de Maracaibo, que se ha transformado en su único hogar.
Además, es imposible no hacer la remembranza del "árbol de El Principito", aquel que despertaba sus temores en la obra literaria de Antoine De Saint- Exupéry, favorita de muchos.
Otros como la cabima, la siburaca, el ébano y el guamacho, forman el comité de bienvenida que invita a continuar con el recorrido, dejando la sensación de expectativa total con solo esta pequeña muestra al principio.
Ahora vamos por lo clásico. El lugar de mayor concentración en el parque, que resulta como punto principal de cualquier visitante. Un jardín japonés donde, a simple vista, las flores de loto con sus delicados rosados resaltan entre el verdor de la laguna. La laguna de lotos hace honor a las joyas que la comprenden. Es un santuario de delicada vegetación, enredaderas y suficiente sombra.
Hasta ahora solo hay pequeños indicios de que los curarires están cerca. Es fácil dejarse llevar por todos los espacios, inteligentemente agrupados con estrictos criterios ecológicos.
Entonces, vamos sumando distancia al recorrido para profundizar en otra de las zonas de vida del jardín, el bosque tropical seco. Aquí logré ver cactus muy diferentes a los endémicos de Venezuela. Un improvisado conocedor nos iluminó con una carga de sabiduría, y es que estas especies provienen de África y Estados Unidos -Nuevo México y Arizona-. Sin embargo se adaptan muy bien, al igual que las nativas, a suelos secos y quebradizos.
Cerramos con broche amarillo
De a poco los tonos amarillos aparecen y es señal de que el momento más esperado llegó. Al perderse y encontrarse varias veces entre los senderos que conforman las diferentes zonas de vida del jardín botánico, vamos encontrando corredores de curarires en fila. Sus flores se van intensificando a medida que vamos adentrándonos más en los espacios del jardín.
La lluvia dice presente con intermitencia. No puede ser diferente, porque esto es justamente lo que permitió que los árboles se abrieran al florecimiento por estos tres días. Sin embargo, en este recorrido se agradece cualquier refrescamiento ante las altas temperaturas que nos acompañan.
Los curarires muestran ese agradecimiento natural por el baño de vida, y lo van demostrando con la mayor elegancia de un vestido dorado de principio a fin, surgiendo brillantes, majestuosos y vitales. No solamente se han adaptado a los terrenos áridos y desérticos de Falcón, Lara y Zulia, bajo inclementes temperaturas y con el olvido de precipitaciones por un rato, sino que además ahora nos regalan este espectáculo que marca el inicio y el fin.
El dato
Tan cerca de la ciudad para vivir algo tan increíble, casi imposible, pero real, es el florecimiento de los curarires. Mejor aún es que la entrada es muy accesible, tan solo $2 por adultos y $1 por niño.
Las instalaciones del Jardín Botánico de Maracaibo cuentan con baño público y un cafetín. Puedes armar tu plan para recorrerlo en bicicleta, con tu mascota o llevar tu manta y cesta de refrigerios para hacer un picnic en familia bajo la sombra de los ébanos.
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