UNA ENTRADA A LA SEMANA | Crítica
“Parthenope”: angustia, sexo y Nápoles
La nueva película de Paolo Sorrentino, ambientada en los años 50, recrea las luces y sombras de la costa italiana a través de una trágica protagonista
En la mitología griega, Parténope fue el nombre de una de las sirenas que intentó seducir a Odiseo y a su ejército, ya de regreso de la guerra de Troya. Al no lograr su objetivo, las sirenas se arrojaron al mar, y el cuerpo sin vida de Parténope fue enterrado con honores. En su nombre se erigió un templo, alrededor del cual nació el pueblo que pronto se convertiría en Nápoles.
Nápoles tiene una presencia masculina en el imaginario colectivo. Es un enclave seguro cuando se habla de la mafia italiana y, en su costa, se erige el mortal Vesubio y descansan los restos de las víctimas de Pompeya. Paolo Sorrentino abraza el mito de Nápoles en su nueva película, que en idioma español ha recibido el nombre de Parthenope: los amores de Nápoles.
Parthenope (Celeste Dalla Porta) es una joven de una belleza clásica y una elegancia silenciosa. Sabe lo que tiene y que es capaz de seducir a quien se proponga, pero no sabe lo que quiere. De inteligencia excepcional, sueña con convertirse en antropóloga, aunque en el camino se convence de que podría ser actriz, o dedicarse al estudio de la estética.
Es su belleza y no su inteligencia lo que suele meter a Parthenope en problemas. Protagoniza un triángulo amoroso en el que se enredan también Sandrino (Dario Aita), un amigo de infancia, y Raimondo (Daniele Rienzo), su propio hermano.
Pero un hecho profundamente trágico altera por siempre esta dinámica juvenil. La desgracia separa a Parthenope de sus padres, y la sume en un estado de confusión durante décadas que la llevará a vincularse con líderes de la mafia, del clero, escritores y profesores.
La película de Sorrentino es una carta de amor, luz y colores a la ciudad de Nápoles. El diseño de producción es limpio, y la cinematografía está tan bien cuidada que, aún en los momentos más crudos, cada fotograma es digno de ser separado, impreso y enmarcado como una fotografía conceptual. El diseño de vestuario no es menos precioso, y lleva con precisión el ritmo de cada década vivida por Parthenope y quienes la rodean, con el buen gusto que ha caracterizado al gentilicio italiano a la hora de vestir.
Pero la maravilla estética de Parthenope se encuentra con un obstáculo mayor, y es que la belleza sin inteligencia pierde rápidamente el atractivo. No se trata de una historia poco inteligente, pero sí de una que tarda mucho en llegar a buen puerto, donde la confusión del personaje se transforma también en la del espectador, que no comprende por qué los problemas sencillos que encuentra la protagonista tardan tanto en resolverse.
Parthenope es, sin embargo, un bello testimonio de la angustia femenina: de aquella mujer que lo tiene todo pero, al mismo tiempo, no tiene absolutamente nada de lo que realmente desea. Es la historia de una mujer que estudia antropología porque es la única manera que tiene para comprender al hombre y que, irónicamente, nunca logra obtener esa misma comprensión de ninguno de los amantes a los que ha entretenido a lo largo de su vida.
Sorrentino usa a la ciudad y a la mujer que nació en sus aguas para contar una historia sobre la tragedia de una mujer que no encaja en Nápoles, pero cuya historia no puede contarse sin ella. Que sueña, como la sirena que le cede su nombre, con un mundo exterior que la sobrepasa, pero sin pensar nunca en abandonar su lugar soleado frente al mar.
@enlazonac
Nápoles tiene una presencia masculina en el imaginario colectivo. Es un enclave seguro cuando se habla de la mafia italiana y, en su costa, se erige el mortal Vesubio y descansan los restos de las víctimas de Pompeya. Paolo Sorrentino abraza el mito de Nápoles en su nueva película, que en idioma español ha recibido el nombre de Parthenope: los amores de Nápoles.
Parthenope (Celeste Dalla Porta) es una joven de una belleza clásica y una elegancia silenciosa. Sabe lo que tiene y que es capaz de seducir a quien se proponga, pero no sabe lo que quiere. De inteligencia excepcional, sueña con convertirse en antropóloga, aunque en el camino se convence de que podría ser actriz, o dedicarse al estudio de la estética.
Es su belleza y no su inteligencia lo que suele meter a Parthenope en problemas. Protagoniza un triángulo amoroso en el que se enredan también Sandrino (Dario Aita), un amigo de infancia, y Raimondo (Daniele Rienzo), su propio hermano.
Pero un hecho profundamente trágico altera por siempre esta dinámica juvenil. La desgracia separa a Parthenope de sus padres, y la sume en un estado de confusión durante décadas que la llevará a vincularse con líderes de la mafia, del clero, escritores y profesores.
La película de Sorrentino es una carta de amor, luz y colores a la ciudad de Nápoles. El diseño de producción es limpio, y la cinematografía está tan bien cuidada que, aún en los momentos más crudos, cada fotograma es digno de ser separado, impreso y enmarcado como una fotografía conceptual. El diseño de vestuario no es menos precioso, y lleva con precisión el ritmo de cada década vivida por Parthenope y quienes la rodean, con el buen gusto que ha caracterizado al gentilicio italiano a la hora de vestir.
Pero la maravilla estética de Parthenope se encuentra con un obstáculo mayor, y es que la belleza sin inteligencia pierde rápidamente el atractivo. No se trata de una historia poco inteligente, pero sí de una que tarda mucho en llegar a buen puerto, donde la confusión del personaje se transforma también en la del espectador, que no comprende por qué los problemas sencillos que encuentra la protagonista tardan tanto en resolverse.
Parthenope es, sin embargo, un bello testimonio de la angustia femenina: de aquella mujer que lo tiene todo pero, al mismo tiempo, no tiene absolutamente nada de lo que realmente desea. Es la historia de una mujer que estudia antropología porque es la única manera que tiene para comprender al hombre y que, irónicamente, nunca logra obtener esa misma comprensión de ninguno de los amantes a los que ha entretenido a lo largo de su vida.
Sorrentino usa a la ciudad y a la mujer que nació en sus aguas para contar una historia sobre la tragedia de una mujer que no encaja en Nápoles, pero cuya historia no puede contarse sin ella. Que sueña, como la sirena que le cede su nombre, con un mundo exterior que la sobrepasa, pero sin pensar nunca en abandonar su lugar soleado frente al mar.
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