UNA ENTRADA A LA SEMANA | Crítica
"Anora" y el mito de la mujer bonita
La ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, dirigida por Sean Baker, se estrena en el país
En 1990, Garry Marshall dirigió una tragedia disfrazada de comedia. Se trataba de Mujer bonita, la película protagonizada por Julia Roberts y Richard Gere que hizo soñar a toda una generación de mujeres con la idea de un hombre guapo y rico que, movido por el amor sincero, sacaba de las calles a la protagonista para colmarla de atenciones y eliminar sus problemas económicos.
Dos décadas y dos años después el mito regresa, más real y palpable, de la mano de Sean Baker. Se trata de Anora, la gran ganadora de la Palma de Oro de Cannes 2024, y la gran ignorada en los Globos de Oro, que decidió privilegiar a Emilia Pérez.
Anora es una Cenicienta moderna, pero ambientada en un prostíbulo legal. Anora (Mickey Madison) es una bella stripper que se gana la vida bailando para clientes en un club prestigioso, hasta el día que conoce a Iván, el hijo de un oligarca ruso (Mark Eydelshteyn). Para huir de la presión del padre, Iván le pide a Anora que lo despose y así no tener que volver a Rusia. Sin embargo, los esbirros del patriarca se enteran de lo ocurrido, y acuden en su búsqueda para separarlos.
En la Anora de Sean Baker, lo que se lee como una tragedia o, al menos, una escena de persecución de cualquier película de Liam Neeson, es en realidad una comedia. Una comedia vantablack, que arranca risas tímidas, pero comedia al fin. Y ese humor es necesario para tolerar un tema tan brutal.
Anora repite básicamente la fórmula de Mujer bonita. Nos presenta una hermosa trabajadora sexual, que en una noche se enamora de un cliente que podría, potencialmente, transformar su vida y volver recuerdo lo vivido en las calles. Pero Anora, a diferencia de su predecesora, no romantiza la prostitución, sino que la expone como un mundo al que se accede cuando todas las demás puertas ya se han cerrado, y la única manera de salir es desde afuera, no desde adentro.
Además de ser una crítica a la oligarquía rusa, a la riqueza desmedida, a los hijos de magnates que viven la vida como un juego sin riesgos, Anora es una película que expone la soledad y la melancolía de quienes se dedican al trabajo sexual sin necesidad de romantizar, o revictimizar. Es una película brutal, hecha con tacto y empatía.
Hace algunas semanas, se viralizó un capítulo del podcast Vos Podés, de la periodista colombiana Tatiana Franko. La protagonista de ese episodio es Alison Vivas, quien narra cómo su mejor amiga, aprovechándose de sus necesidades económicas, la vendió a una red de trata de personas en México. A lo largo del episodio, Vivas explica qué mecanismos la ayudaron a sobrevivir durante su cautiverio, y conversa con Franko sobre los estigmas y prejuicios que rodean normalmente el trabajo sexual.
Con frecuencia nos referimos al trabajo sexual como “una salida fácil”. Pero, ¿realmente lo es? ¿Es una decisión voluntaria? Puede serlo, por supuesto, pero ¿siempre ocurre de esa manera? Anora es un recordatorio, doloroso y necesario, del prejuicio que enfrentan las trabajadoras sexuales, y la facilidad con la que suelen ser humilladas, desestimadas y amenazadas.
El lema de la película es la idea del amor como una ilusión que, en este caso, no se corresponde con la idea del amor romántico y su volubilidad. Se corresponde con la fantasía del amor como un pretexto para optar a una vida mejor, porque la que transcurre actualmente es bastante dolorosa.
@enlazonac
Dos décadas y dos años después el mito regresa, más real y palpable, de la mano de Sean Baker. Se trata de Anora, la gran ganadora de la Palma de Oro de Cannes 2024, y la gran ignorada en los Globos de Oro, que decidió privilegiar a Emilia Pérez.
Anora es una Cenicienta moderna, pero ambientada en un prostíbulo legal. Anora (Mickey Madison) es una bella stripper que se gana la vida bailando para clientes en un club prestigioso, hasta el día que conoce a Iván, el hijo de un oligarca ruso (Mark Eydelshteyn). Para huir de la presión del padre, Iván le pide a Anora que lo despose y así no tener que volver a Rusia. Sin embargo, los esbirros del patriarca se enteran de lo ocurrido, y acuden en su búsqueda para separarlos.
En la Anora de Sean Baker, lo que se lee como una tragedia o, al menos, una escena de persecución de cualquier película de Liam Neeson, es en realidad una comedia. Una comedia vantablack, que arranca risas tímidas, pero comedia al fin. Y ese humor es necesario para tolerar un tema tan brutal.
Anora repite básicamente la fórmula de Mujer bonita. Nos presenta una hermosa trabajadora sexual, que en una noche se enamora de un cliente que podría, potencialmente, transformar su vida y volver recuerdo lo vivido en las calles. Pero Anora, a diferencia de su predecesora, no romantiza la prostitución, sino que la expone como un mundo al que se accede cuando todas las demás puertas ya se han cerrado, y la única manera de salir es desde afuera, no desde adentro.
Además de ser una crítica a la oligarquía rusa, a la riqueza desmedida, a los hijos de magnates que viven la vida como un juego sin riesgos, Anora es una película que expone la soledad y la melancolía de quienes se dedican al trabajo sexual sin necesidad de romantizar, o revictimizar. Es una película brutal, hecha con tacto y empatía.
Hace algunas semanas, se viralizó un capítulo del podcast Vos Podés, de la periodista colombiana Tatiana Franko. La protagonista de ese episodio es Alison Vivas, quien narra cómo su mejor amiga, aprovechándose de sus necesidades económicas, la vendió a una red de trata de personas en México. A lo largo del episodio, Vivas explica qué mecanismos la ayudaron a sobrevivir durante su cautiverio, y conversa con Franko sobre los estigmas y prejuicios que rodean normalmente el trabajo sexual.
Con frecuencia nos referimos al trabajo sexual como “una salida fácil”. Pero, ¿realmente lo es? ¿Es una decisión voluntaria? Puede serlo, por supuesto, pero ¿siempre ocurre de esa manera? Anora es un recordatorio, doloroso y necesario, del prejuicio que enfrentan las trabajadoras sexuales, y la facilidad con la que suelen ser humilladas, desestimadas y amenazadas.
El lema de la película es la idea del amor como una ilusión que, en este caso, no se corresponde con la idea del amor romántico y su volubilidad. Se corresponde con la fantasía del amor como un pretexto para optar a una vida mejor, porque la que transcurre actualmente es bastante dolorosa.
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