Patti Smith, la mujer que quiso ser artista
La cantante y escritora estadounidense presentó en Bogotá, junto a la agrupación Soundwalk Collective, el performance “Correspondences”
Hace días un colega me comentó que somos testigos del fin de los artistas que revolucionaron la cultura a mediados del siglo XX; que en pocas palabras el siglo pasado está muriendo ante nosotros y no lo hemos dimensionado. En el caso del rock, sus grandes exponentes fallecieron jóvenes y los que han sobrevivido tienen o están cerca de los ochenta años: Mick Jagger, Debbie Harry, Bod Dylan, Paul McCartney, Ringo Starr… Cuando una leyenda anuncia un concierto en la ciudad donde vives no se cree, se duda de su presencia hasta que las redes sociales se inundan de fotos del artista tomando un café en Juan Valdez o recorriendo las calles del centro como cualquier mortal.
Es así como, al igual que un extraño espejismo, la cantante, artista visual y escritora Patti Smith visitó por primera vez Bogotá para recordarnos que toda la poesía y el punk que queda en el mundo se alojan en su cuerpo y alma, y se irán con ella cuando llegue el último suspiro.
Roquera con alma de poeta
Patti Smith (Chicago, Illinois, 1946) tiene 76 años, pero para nada es la señora que reposa en un sofá viendo la vida pasar. Sigue creando, subiéndose al escenario y alzando su voz contra la guerra, el cambio climático y las injusticias de la humanidad. Es admiradora de sus compañeros de generación que son fantasmas que la acompañan, también de otros más jóvenes cuyas muertes sintió muy cercanas: Amy Winehouse y Kurt Cobain, entre ellos.
Si bien es conocida como la madrina del punk, el epíteto no abarca la inmensidad de su leyenda. Es mejor llamarla “una roquera con alma de poeta”, como la definió Ignasi Moya en el diario La Vanguardia. Su guía no es Dios ni la Biblia, tampoco rezar todos los días; es Arthur Rimbaud y su libro Iluminaciones, que robó una tarde y la acompaña desde sus diecisiete años; ese mismo libro que le indicó que sería artista cuando entregó en adopción a su primer hijo. Smith es su discípula fiel, gracias a Rimbaud adoptó la escritura como religión y lo hace todos los días, por ello lo ha honrado en varias exposiciones, en el tema Land, incluido en su álbum debut, y en la placa Radio Ethiopia.
Su ida a Nueva York, ciudad que ha calificado de auténtica, furtiva y sexual, fue determinante, hizo posible su sueño de ser artista, en especial cuando en su libro Éramos unos niños confiesa que el día que vio en el escenario a Jim Morrison descubrió su otra pasión: la música: “Mientras lo observaba, sentí que era capaz de hacer lo mismo”.
Criticada por el feminismo por dedicarse a la maternidad, entendió que los artistas deben inspirar para que las personas hagan cambios, algo extraño en este milenio donde la mayoría están preocupados por los números de sus redes sociales y plataformas. En la música, su legado es Horses (1975), referente del género punk; en lo literario, Éramos unos niños (2010), retrato de una generación y memorias de una mujer artista en un ambiente donde los espacios eran inexistentes y reservados. Hoy Simth es una pionera.
Es así como, al igual que un extraño espejismo, la cantante, artista visual y escritora Patti Smith visitó por primera vez Bogotá para recordarnos que toda la poesía y el punk que queda en el mundo se alojan en su cuerpo y alma, y se irán con ella cuando llegue el último suspiro.
Roquera con alma de poeta
Patti Smith (Chicago, Illinois, 1946) tiene 76 años, pero para nada es la señora que reposa en un sofá viendo la vida pasar. Sigue creando, subiéndose al escenario y alzando su voz contra la guerra, el cambio climático y las injusticias de la humanidad. Es admiradora de sus compañeros de generación que son fantasmas que la acompañan, también de otros más jóvenes cuyas muertes sintió muy cercanas: Amy Winehouse y Kurt Cobain, entre ellos.
Si bien es conocida como la madrina del punk, el epíteto no abarca la inmensidad de su leyenda. Es mejor llamarla “una roquera con alma de poeta”, como la definió Ignasi Moya en el diario La Vanguardia. Su guía no es Dios ni la Biblia, tampoco rezar todos los días; es Arthur Rimbaud y su libro Iluminaciones, que robó una tarde y la acompaña desde sus diecisiete años; ese mismo libro que le indicó que sería artista cuando entregó en adopción a su primer hijo. Smith es su discípula fiel, gracias a Rimbaud adoptó la escritura como religión y lo hace todos los días, por ello lo ha honrado en varias exposiciones, en el tema Land, incluido en su álbum debut, y en la placa Radio Ethiopia.
Su ida a Nueva York, ciudad que ha calificado de auténtica, furtiva y sexual, fue determinante, hizo posible su sueño de ser artista, en especial cuando en su libro Éramos unos niños confiesa que el día que vio en el escenario a Jim Morrison descubrió su otra pasión: la música: “Mientras lo observaba, sentí que era capaz de hacer lo mismo”.
Criticada por el feminismo por dedicarse a la maternidad, entendió que los artistas deben inspirar para que las personas hagan cambios, algo extraño en este milenio donde la mayoría están preocupados por los números de sus redes sociales y plataformas. En la música, su legado es Horses (1975), referente del género punk; en lo literario, Éramos unos niños (2010), retrato de una generación y memorias de una mujer artista en un ambiente donde los espacios eran inexistentes y reservados. Hoy Simth es una pionera.
Correspondences
Por dos días, Patti Smith estuvo en el Teatro Colón, de Bogotá, junto al colectivo Soundwalk Collective, donde presentó el performance Correspondences, además de inaugurar la instalación en la Sala Fanny Mikey del Centro Nacional de las Artes que estará abierta hasta el 4 de octubre.
Contrario a lo que esperaba el público no era un concierto de rock; era una experiencia de videoarte para apreciar la poesía en su máximo esplendor. Antes de empezar, Smith solicitó al público no usar el celular. Se ubicó en el centro del escenario leyendo y a veces cantando poemas que a medida que terminaba dejaba caer al suelo, al igual que las hojas de los árboles.
Detrás de ella, una pantalla gigante proyectaba imágenes con las que los asistentes se conectaron con la experiencia poética, a veces mística a veces dolorosa, a veces festiva; un viaje apocalíptico a las profundidades del caos, el mar, la guerra, la calma, el miedo y la pasión de la mano de la voz de Smith y los sonidos de Soundwalk Collective. Se apagaron las luces y la pantalla, Smith fue abrazada por un largo aplauso, sin embargo antes de su partida definitiva, interpretó a capela su gran hit Because the Night, que coescribió con Bruce Springsteen. Luego, la leyenda se difuminó en el escenario, habiendo transformado la rebeldía del rock en una rebeldía mental y espiritual.
La experiencia continuó luego en la exposición, aquí la lectura era pausada. Pantallas gigantes envuelven la sala y unos bancos esperan a que la gente se siente a contemplar lo que había visto en el escenario. Con voz en off, Smith lee de nuevo esos poemas. Aunque para algunos la poesía es el género literario menos leído y vendido, quizás no muy atractivo, aquí las palabras y las imágenes sacudieron en primera persona.
Mientras recordamos la experiencia, Patti Smith, ya en su casa de Nueva York, postea en Instagram fotos del río Hudson, de su padre con ella en sus brazos, y el libro que trajo de su viaje The King of Time del poeta ruso Velimir Khlebnikov.
@DulceMRamosR
Por dos días, Patti Smith estuvo en el Teatro Colón, de Bogotá, junto al colectivo Soundwalk Collective, donde presentó el performance Correspondences, además de inaugurar la instalación en la Sala Fanny Mikey del Centro Nacional de las Artes que estará abierta hasta el 4 de octubre.
Contrario a lo que esperaba el público no era un concierto de rock; era una experiencia de videoarte para apreciar la poesía en su máximo esplendor. Antes de empezar, Smith solicitó al público no usar el celular. Se ubicó en el centro del escenario leyendo y a veces cantando poemas que a medida que terminaba dejaba caer al suelo, al igual que las hojas de los árboles.
Detrás de ella, una pantalla gigante proyectaba imágenes con las que los asistentes se conectaron con la experiencia poética, a veces mística a veces dolorosa, a veces festiva; un viaje apocalíptico a las profundidades del caos, el mar, la guerra, la calma, el miedo y la pasión de la mano de la voz de Smith y los sonidos de Soundwalk Collective. Se apagaron las luces y la pantalla, Smith fue abrazada por un largo aplauso, sin embargo antes de su partida definitiva, interpretó a capela su gran hit Because the Night, que coescribió con Bruce Springsteen. Luego, la leyenda se difuminó en el escenario, habiendo transformado la rebeldía del rock en una rebeldía mental y espiritual.
La experiencia continuó luego en la exposición, aquí la lectura era pausada. Pantallas gigantes envuelven la sala y unos bancos esperan a que la gente se siente a contemplar lo que había visto en el escenario. Con voz en off, Smith lee de nuevo esos poemas. Aunque para algunos la poesía es el género literario menos leído y vendido, quizás no muy atractivo, aquí las palabras y las imágenes sacudieron en primera persona.
Mientras recordamos la experiencia, Patti Smith, ya en su casa de Nueva York, postea en Instagram fotos del río Hudson, de su padre con ella en sus brazos, y el libro que trajo de su viaje The King of Time del poeta ruso Velimir Khlebnikov.
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