Ignacio Márquez: “Vivimos en una sociedad que se resiste a valorar la diferencia”
El director de la película "Especial", que se estrena el 13 de este mes, muestra la luminosidad de un joven con síndrome de Down
El cineasta Ignacio Márquez viaja a los años en los que cursaba sexto grado de Educación Básica para encontrar el origen de la empatía que lo une a las personas con síndrome de Down y que lo han llevado a realizar el cortometraje Sueño Down, estrenado en 2013, y ahora su segundo largometraje Especial, que entrará en cartelera el 13 de este mes.
Recuerda a un profesor -para él, un auténtico héroe- que a finales de los setenta le daba clases en la escuela pública “Eutimio Rivas”, de El Cafetal. “Hasta ese momento yo había sido un alumno muy regular, inestable, distraído, y él logró concentrarme, enfocarme y mostrarme un camino que no conocía”, dice acerca de aquel maestro que, por entonces, vivía en Guatire y con su Chevy Nova emprendía una travesía diaria que se iniciaba a las 4 de la madrugada: en las mañanas impartía clases en un instituto de Educación Especial de Macaracuay; en las tardes hacía lo propio en la Rivas, y por las noches sacaba en la Universidad Central de Venezuela la carrera de Economía; la tercera, pues ya estaba graduado en dos. Con suerte, podía llegar a su casa cerca de medianoche para, cuatro horas después, comenzar de nuevo…
“Él contaba parte de sus anécdotas en el trabajo con las personas especiales. Igual para mí era una entelequia porque yo no lo identificaba tan claramente porque no los tenía tan cerca, como pasa con la mayoría de la población… Creo que ese señor que me marcó, sembró una semilla, una de tantas. Le agradezco todas”, comenta Márquez.
Varias décadas después, aquellos primeros acercamientos se hicieron más profundos. “Racionalmente no sé de dónde viene ese interés, pues no tengo un familiar o alguien muy cercano con Down. Empecé a relacionarme con ellos en el año 2000, que coincidió con la fundación de una institución que se llama Apoye, que trabaja con personas con síndrome de Down que superan la edad escolar. Durante ocho años ininterrumpidos hice teatro con ellos. Después le pasé la posta del teatro a la actriz Juliana Cuervos y ella a su vez se la pasó a Daniela Vielman, pero yo me he mantenido siempre muy cerca de ellos, de la institución y de los muchachos”, cuenta Márquez.
Asegura que apenas los conoció “fue amor a primera vista de lado y lado. Sin tener una capacitación en educación especial, tuve una empatía inmediata con ellos. Recíproca. Fue como sentirme en un espacio confortable a todos los niveles. Ese trabajo fue creciendo, madurando, enriqueciéndose, pero lo dejé porque mi trabajo en el cine me fue exigiendo cada vez más”. En su desempeño profesional, Márquez ha trabajado en áreas esenciales de la realización cinematográfica, desde la dirección de actores hasta la dirección, pasando por el casting, asistencia de dirección y el montaje, entre otras, bien para él o para terceros.
“Cuando empecé a animarme con la dirección, surgió Sueño Down, que fue un corto protagonizado por dos de ellos; siempre con la inquietud de contar sus historias”, agrega el cineasta, quien se percató de una realidad ineludible: “Me di cuenta, dentro de esas sensaciones que me despertaban ellos, que mucho del mundo que construimos, que nos rodea, los niega. Los niega porque no los conoce, y muchos también tratan de forzarlos a ellos a reaccionar, a entender y a conducirse según las pautas que dicta el mundo de las personas regulares”.
-¿Qué impacto tuvieron estos jóvenes en usted?
-El impacto de conocerlos fue tan enriquecedor en mi vida, como un baño de luz, que sentí que no podía guardármelo, que no me lo podía quedar para mí solo, que no podía ser egoísta con eso. Cuando tú eres realmente impactado por la luminosidad de una persona con síndrome de Down es imposible que sigas siendo el mismo. Mi sensación en ese momento fue la de convertirme en una suerte de medio y de voz desde el lado regular, pero interpretándolos a ellos, dándole valor a su manera de ver y relacionarse con las cosas.
-¿Qué aprendió de ellos?
-Siento que en todo este tiempo he aprendido yo más de ellos que lo que les he enseñado. He aprendido cosas que son propias de la profesión y otras que son propias de la vida. Ellos son un manantial de franqueza, de sinceridad. Si algo caracteriza a una persona con síndrome de Down, es que expresa lo que siente. No tienen filtro, no tienen máscara. Y reconocer que hay un ser vivo con el que tú te puedas relacionar que no tiene filtros ni tiene máscara, es único porque todas las personas regulares tenemos máscara y filtros. Pero no todo el tiempo esto es favorable porque a veces no es necesariamente productivo. En el ámbito laboral, me hicieron crecer, retarme profesionalmente porque cuando los vi me di cuenta que para transmitirles las herramientas, las técnicas, en principio de teatro, tenía que llevarlas a la esencia para poder hacerlo con certeza. Hice una traducción de todo mi aprendizaje en el teatro al universo de ellos, pero lo esencial es que si yo no manejaba las herramientas, la incapacidad estaba en mí, la limitación estaba en mí, no en ellos.
Y continúa: “De ellos también reconozco dos elementos que son muy propios del síndrome de Down y con los que siento una conexión profunda: uno es la capacidad de jugar, que para ellos es prácticamente innata. El juego es esencial para la actuación, fíjate que en inglés ‘actuar’ es play. A veces los actores profesionales se olvidan que la verdadera esencia de la actuación es el juego, porque es ser quien no eres, representar a alguien que tú no eres. Tú le planteas una situación de ficción a las personas con síndrome de Down y ellos entran sin cuestionarse, porque lo que hacen es activar esa predisposición innata a jugar”.
-El otro rasgo es la conexión directa con sus emociones, y eso es esencial para el artista. Lo que reconocí en este ámbito, y que disfruto y expongo, es que ellos tumban esas barreras y son considerados como iguales porque tienen la capacidad para expresarse y manifestarse como cualquier otro artista.



Recuerda a un profesor -para él, un auténtico héroe- que a finales de los setenta le daba clases en la escuela pública “Eutimio Rivas”, de El Cafetal. “Hasta ese momento yo había sido un alumno muy regular, inestable, distraído, y él logró concentrarme, enfocarme y mostrarme un camino que no conocía”, dice acerca de aquel maestro que, por entonces, vivía en Guatire y con su Chevy Nova emprendía una travesía diaria que se iniciaba a las 4 de la madrugada: en las mañanas impartía clases en un instituto de Educación Especial de Macaracuay; en las tardes hacía lo propio en la Rivas, y por las noches sacaba en la Universidad Central de Venezuela la carrera de Economía; la tercera, pues ya estaba graduado en dos. Con suerte, podía llegar a su casa cerca de medianoche para, cuatro horas después, comenzar de nuevo…
“Él contaba parte de sus anécdotas en el trabajo con las personas especiales. Igual para mí era una entelequia porque yo no lo identificaba tan claramente porque no los tenía tan cerca, como pasa con la mayoría de la población… Creo que ese señor que me marcó, sembró una semilla, una de tantas. Le agradezco todas”, comenta Márquez.
Varias décadas después, aquellos primeros acercamientos se hicieron más profundos. “Racionalmente no sé de dónde viene ese interés, pues no tengo un familiar o alguien muy cercano con Down. Empecé a relacionarme con ellos en el año 2000, que coincidió con la fundación de una institución que se llama Apoye, que trabaja con personas con síndrome de Down que superan la edad escolar. Durante ocho años ininterrumpidos hice teatro con ellos. Después le pasé la posta del teatro a la actriz Juliana Cuervos y ella a su vez se la pasó a Daniela Vielman, pero yo me he mantenido siempre muy cerca de ellos, de la institución y de los muchachos”, cuenta Márquez.
Asegura que apenas los conoció “fue amor a primera vista de lado y lado. Sin tener una capacitación en educación especial, tuve una empatía inmediata con ellos. Recíproca. Fue como sentirme en un espacio confortable a todos los niveles. Ese trabajo fue creciendo, madurando, enriqueciéndose, pero lo dejé porque mi trabajo en el cine me fue exigiendo cada vez más”. En su desempeño profesional, Márquez ha trabajado en áreas esenciales de la realización cinematográfica, desde la dirección de actores hasta la dirección, pasando por el casting, asistencia de dirección y el montaje, entre otras, bien para él o para terceros.
“Cuando empecé a animarme con la dirección, surgió Sueño Down, que fue un corto protagonizado por dos de ellos; siempre con la inquietud de contar sus historias”, agrega el cineasta, quien se percató de una realidad ineludible: “Me di cuenta, dentro de esas sensaciones que me despertaban ellos, que mucho del mundo que construimos, que nos rodea, los niega. Los niega porque no los conoce, y muchos también tratan de forzarlos a ellos a reaccionar, a entender y a conducirse según las pautas que dicta el mundo de las personas regulares”.
-¿Qué impacto tuvieron estos jóvenes en usted?
-El impacto de conocerlos fue tan enriquecedor en mi vida, como un baño de luz, que sentí que no podía guardármelo, que no me lo podía quedar para mí solo, que no podía ser egoísta con eso. Cuando tú eres realmente impactado por la luminosidad de una persona con síndrome de Down es imposible que sigas siendo el mismo. Mi sensación en ese momento fue la de convertirme en una suerte de medio y de voz desde el lado regular, pero interpretándolos a ellos, dándole valor a su manera de ver y relacionarse con las cosas.
-¿Qué aprendió de ellos?
-Siento que en todo este tiempo he aprendido yo más de ellos que lo que les he enseñado. He aprendido cosas que son propias de la profesión y otras que son propias de la vida. Ellos son un manantial de franqueza, de sinceridad. Si algo caracteriza a una persona con síndrome de Down, es que expresa lo que siente. No tienen filtro, no tienen máscara. Y reconocer que hay un ser vivo con el que tú te puedas relacionar que no tiene filtros ni tiene máscara, es único porque todas las personas regulares tenemos máscara y filtros. Pero no todo el tiempo esto es favorable porque a veces no es necesariamente productivo. En el ámbito laboral, me hicieron crecer, retarme profesionalmente porque cuando los vi me di cuenta que para transmitirles las herramientas, las técnicas, en principio de teatro, tenía que llevarlas a la esencia para poder hacerlo con certeza. Hice una traducción de todo mi aprendizaje en el teatro al universo de ellos, pero lo esencial es que si yo no manejaba las herramientas, la incapacidad estaba en mí, la limitación estaba en mí, no en ellos.
Y continúa: “De ellos también reconozco dos elementos que son muy propios del síndrome de Down y con los que siento una conexión profunda: uno es la capacidad de jugar, que para ellos es prácticamente innata. El juego es esencial para la actuación, fíjate que en inglés ‘actuar’ es play. A veces los actores profesionales se olvidan que la verdadera esencia de la actuación es el juego, porque es ser quien no eres, representar a alguien que tú no eres. Tú le planteas una situación de ficción a las personas con síndrome de Down y ellos entran sin cuestionarse, porque lo que hacen es activar esa predisposición innata a jugar”.
-El otro rasgo es la conexión directa con sus emociones, y eso es esencial para el artista. Lo que reconocí en este ámbito, y que disfruto y expongo, es que ellos tumban esas barreras y son considerados como iguales porque tienen la capacidad para expresarse y manifestarse como cualquier otro artista.

Chúo (Greyber Rengifo) y "El Chivo" (Ruper Vásquez). Hijo y padre reconociéndose (CORTESÍA)
Visibilizar a los invisibles
Especial describe el proceso por el cual José “El Chivo” (Ruper Vásquez), un padre soltero, percusionista frustrado y propenso a la bebida, y Chúo (Greyber Rengifo), su hijo de 23 años con síndrome de Down, descubren en el arte -uno en la música y el otro en la pintura- una manera de aceptarse como son, de reconocerse y amarse cuan diferentes son.
-¿Cómo se gestó Especial?, ¿cuál fue su punto de partida?
-El punto de partida de Especial es la valoración de la diferencia. Algo que he percibido en mi experiencia con ellos es que no todos los espacios los valoran, no todas las personas los valoran; la sociedad no está predispuesta para valorar la diferencia, de ningún tipo. Menos una diferencia que desconoce y a la que inclusive en algunos casos le tiene miedo. Vivimos en una sociedad, en un país, que se resiste a valorar la diferencia. La valoración se circunscribe a quien es igual a mí. El que no lo es, es rechazado, excluido. Esto nos pasa en muchos ámbitos, no solo en el de género, sino en el de las personas con diversidad funcional, en el político, en el ámbito social, en el racial, en el laboral…
“Pero esto también les pasa a los familiares, quienes no están exentos de esa exclusión -sigue Márquez-. Por eso cuento la historia del microuniverso de un padre soltero y un hijo especial, donde ese hijo hace todos los esfuerzos posibles por conquistar el amor de su padre y porque su padre lo vea y lo valore como es él. Y lo logra. Un padre que al final lo valora y lo incluye. La esencia de Especial es la valoración de la diferencia, que se construye a través de una metáfora y a través de algo muy pequeñito y muy íntimo como puede ser la historia de un padre y un hijo, de cualquier padre y cualquier hijo. Ojalá, las personas se vean reflejadas en esta historia, porque esa es la potencia que tiene el arte”.
Visibilizar a los invisibles
Especial describe el proceso por el cual José “El Chivo” (Ruper Vásquez), un padre soltero, percusionista frustrado y propenso a la bebida, y Chúo (Greyber Rengifo), su hijo de 23 años con síndrome de Down, descubren en el arte -uno en la música y el otro en la pintura- una manera de aceptarse como son, de reconocerse y amarse cuan diferentes son.
-¿Cómo se gestó Especial?, ¿cuál fue su punto de partida?
-El punto de partida de Especial es la valoración de la diferencia. Algo que he percibido en mi experiencia con ellos es que no todos los espacios los valoran, no todas las personas los valoran; la sociedad no está predispuesta para valorar la diferencia, de ningún tipo. Menos una diferencia que desconoce y a la que inclusive en algunos casos le tiene miedo. Vivimos en una sociedad, en un país, que se resiste a valorar la diferencia. La valoración se circunscribe a quien es igual a mí. El que no lo es, es rechazado, excluido. Esto nos pasa en muchos ámbitos, no solo en el de género, sino en el de las personas con diversidad funcional, en el político, en el ámbito social, en el racial, en el laboral…
“Pero esto también les pasa a los familiares, quienes no están exentos de esa exclusión -sigue Márquez-. Por eso cuento la historia del microuniverso de un padre soltero y un hijo especial, donde ese hijo hace todos los esfuerzos posibles por conquistar el amor de su padre y porque su padre lo vea y lo valore como es él. Y lo logra. Un padre que al final lo valora y lo incluye. La esencia de Especial es la valoración de la diferencia, que se construye a través de una metáfora y a través de algo muy pequeñito y muy íntimo como puede ser la historia de un padre y un hijo, de cualquier padre y cualquier hijo. Ojalá, las personas se vean reflejadas en esta historia, porque esa es la potencia que tiene el arte”.

"Tengo un vínculo de hace muchos años con Ruper", dice Ignacio Márquez (CORTESÍA)
-¿Cómo seleccionó a los protagonistas de la película?
-En el caso de Greyber, como siempre me mantengo cercano a Apoye, veía los trabajos que hacía el grupo de teatro de la institución. Todavía estaba Juliana Cuervos, e iba con cierta regularidad a los ensayos. Juliana me habló en algún momento de Greyber porque ella conocía la historia -al final, Juliana formó parte del equipo de dirección, ya que fue la coordinadora de casting de la película-. Cuando lo conocí, de inmediato me convencí de que él era el protagonista, de hecho, en la reescritura del guion tomé en cuenta sus condiciones. Y hago una salvedad, en ningún momento retraté la vida de él, para nada. Casi todo lo que se ve en la película es un trabajo interpretativo de Greyber.
“Tengo un vínculo con Ruper de hace muchos años, pero en principio ligado al ámbito académico y luego profesional. Entre ambos había mucha empatía cada vez que nos encontrábamos. Comencé a pensar en él, y en las reescrituras del guion la percusión fue cobrando más peso dentro de la historia, en la vida del Chivo. Así que decidí acercarme a Ruper, le planteé el proyecto y él tuvo una respuesta tan humana, de tanta dimensión, que eso me convenció de que él era el personaje. Me dijo: “Hagamos lo siguiente: caminemos juntos un trayecto, si en el medio yo no te convenzo, yo no soy, me lo dices con total franqueza, nos damos la mano y todo bien”.
-¿Cómo seleccionó a los protagonistas de la película?
-En el caso de Greyber, como siempre me mantengo cercano a Apoye, veía los trabajos que hacía el grupo de teatro de la institución. Todavía estaba Juliana Cuervos, e iba con cierta regularidad a los ensayos. Juliana me habló en algún momento de Greyber porque ella conocía la historia -al final, Juliana formó parte del equipo de dirección, ya que fue la coordinadora de casting de la película-. Cuando lo conocí, de inmediato me convencí de que él era el protagonista, de hecho, en la reescritura del guion tomé en cuenta sus condiciones. Y hago una salvedad, en ningún momento retraté la vida de él, para nada. Casi todo lo que se ve en la película es un trabajo interpretativo de Greyber.
“Tengo un vínculo con Ruper de hace muchos años, pero en principio ligado al ámbito académico y luego profesional. Entre ambos había mucha empatía cada vez que nos encontrábamos. Comencé a pensar en él, y en las reescrituras del guion la percusión fue cobrando más peso dentro de la historia, en la vida del Chivo. Así que decidí acercarme a Ruper, le planteé el proyecto y él tuvo una respuesta tan humana, de tanta dimensión, que eso me convenció de que él era el personaje. Me dijo: “Hagamos lo siguiente: caminemos juntos un trayecto, si en el medio yo no te convenzo, yo no soy, me lo dices con total franqueza, nos damos la mano y todo bien”.

Márquez: "Casi todo lo que se ve en la película es un trabajo interpretativo de Greyber" (CORTESÍA)
-¿Hubo algún planteamiento particular para el rodaje dada la condición del protagonista?
-No lo que uno pudiera creer. Sí me reuní con todo el crew; algunas de las personas del equipo ya habían trabajado en Sueño Down y tenían conocimiento del trabajo con la población especial: Matías Tikas, que fue el director de arte en ambas películas; Julio César Castro, alias “Moñoño”, que fue el camarógrafo de las dos… Les di ciertos lineamientos de cómo conducirse con Greyber. Entre otras, por ejemplo, que estábamos en presencia de una persona adulta y que teníamos que tratarlo como tal. También le pedí al equipo técnico que era muy importante que repitiéramos las tomas lo menos posible por ellos, y aunque llegaron al rodaje con el prejuicio de que íbamos a repetir más por él, no fue así, porque además de una gran capacidad de juego, Greyber tiene una enorme capacidad de precisión.
-De alguna manera, el arte redime a los protagonistas de Especial, uno a través del arte y otro a través de la música. ¿Cree que el arte tiene el poder de sanar?
-Absolutamente. Lo que para Chúo son las artes plásticas y para el Chivo es la música, para mí lo son el cine y el teatro. Y eso también sucede con los espectadores. Para que el arte te salve o te insufle de vida no necesariamente tienes que ser un ejecutor del arte, puedes ser también un espectador del arte para que esto suceda. El arte es un espacio de libertad por excelencia. ¿Cuál es el mayor bien que tenemos nosotros los seres humanos después de la vida? La libertad, y tener un espacio donde uno pueda ejercerla a plenitud es una de las experiencias más enriquecedoras, como la de amar a plenitud.
-¿Qué quiere expresar Ignacio Márquez a través de las películas?
-Me gustaría dejarle esa respuesta la espectador. No me gustaría condicionarlo en su experiencia de poder ver una película. Lo que sí es que por un asunto de sensibilidad, me siento muy empático con aquellos que no son visibles, que son excluidos. Me siento muy a gusto cuando puedo llevar sus historias a otros para que las perciban como quieran. Celebro que un espectador pueda mirar hacia un espectro de la vida, de la sociedad, o de la humanidad, que no había visto antes, y que valore esa posibilidad. A veces el cine de autor se asocia mucho con los finales infelices, trágicos, amargos, pero siento que el arte tiene que estar asociado con la vida y nuestra vida tiene tanta carga de tragedia, de amargura, de reto, de situaciones límite, que sí percibo que es importante hablar también desde la luminosidad, desde la sonrisa interna. Es me parece muy valioso y a veces, inclusive, hasta más retador que hacerlo desde el pesimismo. Esto no quiere decir que construyas solo finales felices, sino finales agridulces, que no sean solamente amargos.
@juanchi62
-¿Hubo algún planteamiento particular para el rodaje dada la condición del protagonista?
-No lo que uno pudiera creer. Sí me reuní con todo el crew; algunas de las personas del equipo ya habían trabajado en Sueño Down y tenían conocimiento del trabajo con la población especial: Matías Tikas, que fue el director de arte en ambas películas; Julio César Castro, alias “Moñoño”, que fue el camarógrafo de las dos… Les di ciertos lineamientos de cómo conducirse con Greyber. Entre otras, por ejemplo, que estábamos en presencia de una persona adulta y que teníamos que tratarlo como tal. También le pedí al equipo técnico que era muy importante que repitiéramos las tomas lo menos posible por ellos, y aunque llegaron al rodaje con el prejuicio de que íbamos a repetir más por él, no fue así, porque además de una gran capacidad de juego, Greyber tiene una enorme capacidad de precisión.
-De alguna manera, el arte redime a los protagonistas de Especial, uno a través del arte y otro a través de la música. ¿Cree que el arte tiene el poder de sanar?
-Absolutamente. Lo que para Chúo son las artes plásticas y para el Chivo es la música, para mí lo son el cine y el teatro. Y eso también sucede con los espectadores. Para que el arte te salve o te insufle de vida no necesariamente tienes que ser un ejecutor del arte, puedes ser también un espectador del arte para que esto suceda. El arte es un espacio de libertad por excelencia. ¿Cuál es el mayor bien que tenemos nosotros los seres humanos después de la vida? La libertad, y tener un espacio donde uno pueda ejercerla a plenitud es una de las experiencias más enriquecedoras, como la de amar a plenitud.
-¿Qué quiere expresar Ignacio Márquez a través de las películas?
-Me gustaría dejarle esa respuesta la espectador. No me gustaría condicionarlo en su experiencia de poder ver una película. Lo que sí es que por un asunto de sensibilidad, me siento muy empático con aquellos que no son visibles, que son excluidos. Me siento muy a gusto cuando puedo llevar sus historias a otros para que las perciban como quieran. Celebro que un espectador pueda mirar hacia un espectro de la vida, de la sociedad, o de la humanidad, que no había visto antes, y que valore esa posibilidad. A veces el cine de autor se asocia mucho con los finales infelices, trágicos, amargos, pero siento que el arte tiene que estar asociado con la vida y nuestra vida tiene tanta carga de tragedia, de amargura, de reto, de situaciones límite, que sí percibo que es importante hablar también desde la luminosidad, desde la sonrisa interna. Es me parece muy valioso y a veces, inclusive, hasta más retador que hacerlo desde el pesimismo. Esto no quiere decir que construyas solo finales felices, sino finales agridulces, que no sean solamente amargos.
@juanchi62
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