“Per angusta ad augusta”
Nitu Pérez, Patricia Poleo, Lara Farías y Humberto Calderón condenan con razón a Güaidó
“Per angusta ad augusta” es adagio latino para significar que por la angustia se va a la grandeza. Equivale a lo que decía Ortega y Gasset acerca de que “En el dolor nos hacemos”. Es obvio que tal no es automático e implica bastante ánimo y aun estoicismo para resistir las opresivas ansiedad y aflicción que, de no afrontarlas así, terminan por ser una depresión angustiosa y por minar cada vez más a quien la padece.
La angustia se ha de sufrir con valor y sin entristecernos: siendo siempre optimistas y atender al aspecto favorable que hay hasta en los grandes problemas porque no hay nada enteramente bueno ni malo. Hay que saber caer, como en el judo, y levantarse a combatir con más fuerza para triunfar en la dura lucha por la vida. La paciencia –en términos de resistir las más agobiantes calamidades– es clave de la perfección.
Ello se refiere a lo individual humano y, con variantes, aplícase a la persona jurídica que es la nación. Venezuela sufre una angustia sólo superada por la padecida en la magna e insuperable gesta libertadora de sí propia y, también, de cinco naciones más ¡¡sin robarlas!! gracias a la flor de raza y de siglo que fue Simón Bolívar. El estoico pueblo venezolano lleva ya años soportando con pasmosa serenidad un criminal y crudelísimo tormento físico –al ex profeso privárselo de alimentos y medicinas– y espiritual consiguiente. Ya nuestro tan noble cuan bravo pueblo ¡una vez más! alcanzó la grandeza por su dignidad y archiprobada valentía.
Ese pueblo merece que sus hombres de pro le atenúen la tortura a la cual, con la mayor malevolencia, lo somete ha mucho una gavilla de mercenarios criollos y foráneos en pos de sus riquezas y enmascarados en los más sublimes propósitos. Bien se podría aliviar ese criminal martirio si tales hombres de adelante luchan a su vez por entenderse, arrumbando los mezquinos intereses crematísticos de algunos e ir a un diálogo diáfano y así constructivo. Diálogo que siempre se torpedeó por quienes desean lo peor para Venezuela, con la ambición de hallar utilidad en los escombros e ir a fondo, escarbar y lucrarse del riquísimo subsuelo: hasta con inaudita desvergüenza claman por invasión y guerra y pretextan que lo hacen para “salvar” a Venezuela; pero eso (de ser cierto, que no lo es) sería como curar a un enfermo matándolo y lo saben; aunque lo disimulan con una “mise en scene” tan trabajada como frustránea porque se les nota y ya probaron su verdadera intención…
¿Cómo alguien nacido en Venezuela puede desearle la guerra y encima propiciarla? La guerra es el más perfecto horror en sacrificio de la Humanidad. Sobre Venezuela, tierra de la libertad, se abatió muchas veces el flagelo de la guerra. Sangriento fue el siglo XIX, casi todo de guerra. Su primer cuarto fue de la muy gloriosa Guerra de Independencia; después fueron las lamentables guerras fratricidas, mal llamadas “civiles”. La Guerra Magna costó a Venezuela entre la tercera y la cuarta parte de su población. Sólo a Boves, suerte de hombre-epidemia, se atribuye la muerte de 80.000 venezolanos; a la Guerra a Muerte, 140.000; y a toda la Gesta Magna 220.000 a 300.000. Las ignominiosas guerras fratricidas causaron la muerte de 60.000 venezolanos (20.000 en la Federación y 8.000 en la revolución “Libertadora”, que ocurrió al principiar el siglo XX). En total, y por la sola causa de la guerra en el siglo XIX, hubo una mortalidad de aproximadamente 360.000 venezolanos, la gran mayoría hombres en la etapa de mayor fortaleza, madurez y productividad. Calcúlense los daños para Venezuela en su población y en todos los aspectos de la vida nacional.
El bravísimo pueblo venezolano ha ido y sigue yendo a diario de la angustia a la grandeza. Los líderes políticos ¿no son capaces de emularlos? ¿Son incapaces de recoger los frutos del Padre de la Patria cuando cultivó áurea simiente de luz en la venezolana tierra? Uslar sentenció: “Para todo venezolano acercarse a Bolívar es hacer un desgarrador examen de conciencia. Lo que él hizo fue pautar una conducta y establecer una obligación frente a la cual no sólo tenemos que sentirnos deficientes, sino hasta desleales”.
Especialmente llamativo es el reiterado aserto de algunos dirigentes de la oposición, acerca de que aquí no debe haber diálogo sino sacar “a Maduro” y al Gobierno ¡por la fuerza! Ésta es por lo menos y en román paladino una confesión de barbarie: el diálogo es apodíctica prueba de civilidad para honrar la obligación eminente con la Patria y salvarla de la tan dragoneada criminal invasión de ávidos garimpeiros extranjeros, en desaforado rastreo –nuncio de expoliación– del hondo venero de petróleo, oro y demás fabulosas riquezas de la minería venezolana.
Por fortuna el sector inteligente de la oposición aceptó dialogar y ahora defenestró a Guaidó de la Asamblea Nacional, lo cual, visto lo visto, es harto promisor en aras de yugular el colosal ladronicio del grupo (el affaire cucuteño, Citgo, Monómeros, el cobro de bonos) y la impúdica felonía.
aaf.yorga@gmail.com
La angustia se ha de sufrir con valor y sin entristecernos: siendo siempre optimistas y atender al aspecto favorable que hay hasta en los grandes problemas porque no hay nada enteramente bueno ni malo. Hay que saber caer, como en el judo, y levantarse a combatir con más fuerza para triunfar en la dura lucha por la vida. La paciencia –en términos de resistir las más agobiantes calamidades– es clave de la perfección.
Ello se refiere a lo individual humano y, con variantes, aplícase a la persona jurídica que es la nación. Venezuela sufre una angustia sólo superada por la padecida en la magna e insuperable gesta libertadora de sí propia y, también, de cinco naciones más ¡¡sin robarlas!! gracias a la flor de raza y de siglo que fue Simón Bolívar. El estoico pueblo venezolano lleva ya años soportando con pasmosa serenidad un criminal y crudelísimo tormento físico –al ex profeso privárselo de alimentos y medicinas– y espiritual consiguiente. Ya nuestro tan noble cuan bravo pueblo ¡una vez más! alcanzó la grandeza por su dignidad y archiprobada valentía.
Ese pueblo merece que sus hombres de pro le atenúen la tortura a la cual, con la mayor malevolencia, lo somete ha mucho una gavilla de mercenarios criollos y foráneos en pos de sus riquezas y enmascarados en los más sublimes propósitos. Bien se podría aliviar ese criminal martirio si tales hombres de adelante luchan a su vez por entenderse, arrumbando los mezquinos intereses crematísticos de algunos e ir a un diálogo diáfano y así constructivo. Diálogo que siempre se torpedeó por quienes desean lo peor para Venezuela, con la ambición de hallar utilidad en los escombros e ir a fondo, escarbar y lucrarse del riquísimo subsuelo: hasta con inaudita desvergüenza claman por invasión y guerra y pretextan que lo hacen para “salvar” a Venezuela; pero eso (de ser cierto, que no lo es) sería como curar a un enfermo matándolo y lo saben; aunque lo disimulan con una “mise en scene” tan trabajada como frustránea porque se les nota y ya probaron su verdadera intención…
¿Cómo alguien nacido en Venezuela puede desearle la guerra y encima propiciarla? La guerra es el más perfecto horror en sacrificio de la Humanidad. Sobre Venezuela, tierra de la libertad, se abatió muchas veces el flagelo de la guerra. Sangriento fue el siglo XIX, casi todo de guerra. Su primer cuarto fue de la muy gloriosa Guerra de Independencia; después fueron las lamentables guerras fratricidas, mal llamadas “civiles”. La Guerra Magna costó a Venezuela entre la tercera y la cuarta parte de su población. Sólo a Boves, suerte de hombre-epidemia, se atribuye la muerte de 80.000 venezolanos; a la Guerra a Muerte, 140.000; y a toda la Gesta Magna 220.000 a 300.000. Las ignominiosas guerras fratricidas causaron la muerte de 60.000 venezolanos (20.000 en la Federación y 8.000 en la revolución “Libertadora”, que ocurrió al principiar el siglo XX). En total, y por la sola causa de la guerra en el siglo XIX, hubo una mortalidad de aproximadamente 360.000 venezolanos, la gran mayoría hombres en la etapa de mayor fortaleza, madurez y productividad. Calcúlense los daños para Venezuela en su población y en todos los aspectos de la vida nacional.
El bravísimo pueblo venezolano ha ido y sigue yendo a diario de la angustia a la grandeza. Los líderes políticos ¿no son capaces de emularlos? ¿Son incapaces de recoger los frutos del Padre de la Patria cuando cultivó áurea simiente de luz en la venezolana tierra? Uslar sentenció: “Para todo venezolano acercarse a Bolívar es hacer un desgarrador examen de conciencia. Lo que él hizo fue pautar una conducta y establecer una obligación frente a la cual no sólo tenemos que sentirnos deficientes, sino hasta desleales”.
Especialmente llamativo es el reiterado aserto de algunos dirigentes de la oposición, acerca de que aquí no debe haber diálogo sino sacar “a Maduro” y al Gobierno ¡por la fuerza! Ésta es por lo menos y en román paladino una confesión de barbarie: el diálogo es apodíctica prueba de civilidad para honrar la obligación eminente con la Patria y salvarla de la tan dragoneada criminal invasión de ávidos garimpeiros extranjeros, en desaforado rastreo –nuncio de expoliación– del hondo venero de petróleo, oro y demás fabulosas riquezas de la minería venezolana.
Por fortuna el sector inteligente de la oposición aceptó dialogar y ahora defenestró a Guaidó de la Asamblea Nacional, lo cual, visto lo visto, es harto promisor en aras de yugular el colosal ladronicio del grupo (el affaire cucuteño, Citgo, Monómeros, el cobro de bonos) y la impúdica felonía.
aaf.yorga@gmail.com
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