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Recuerdo del maestro Abreu

Abreu rompió con los esquemas tradicionales de la enseñanza musical, le colocó una base social humanística con niños y niñas de las barriadas caraqueñas y del interior del país, los más abandonados

  • RAFAEL DEL NARANCO

04/01/2020 05:00 am

Cada primero de enero, igual a un rito hierático, escucho con delicia por televisión el Concierto de Fin de Año en Viena. Esta vez no podía ser distinto. Y allí estuve, ante la pequeña pantalla que ya es el otro ojo vivencial del ser humano.

Al final, con el público de la Sala Dorada del Musikverein, palmeo los compases de la tradicional “Marcha Radetzky” en la batuta del letón Andris Nelsons. Este año hubo un detalle: desapareció la huella del compositor nazi Leopold Weninger. La partitura es de Johann Baptist Strauss, padre.
 
Es sabido: el poder de la música es mover los hilos sensibles del alma. 

De Mozart a Giuseppe Verdi, y de éste a Richard Wagner, Puccini, Strauss, Albéniz, o en la cercanía inmediata a John Adams, hay un río interminable de sonidos melodiosos que, al decir de Jean-Philippe Rameau, “hablan el lenguaje del corazón”.

Esa sensación del aliento musical se acrecentó en el maestro José Antonio Abreu Anselmi, con el proyecto centrado en la Orquesta Nacional Juvenil y el Sistema Nacional de Orquestas Sinfónicas Juveniles, Infantiles y Pre-Infantiles, un tejido que no tuvo en ese tiempo parangón en ningún lugar de América Latina y tal vez del mundo, al ser una explosión afectiva que germinó con fuerza inaudita en la niñez más desamparada y abandonada en la heredad de Simón Bolívar. 

Al estar prácticamente mi persona exilada de Venezuela desde hace unos siete años, poco sé actualmente de los caminos que ha tomado la Fundación. Fallecido el maestro Abreu y fuera del país el genial Gustavo Dudamel -máximos exponentes de la esencia musical- el Sistema, ante la gravísima situación económica y el exilio de tantos jóvenes, se halla resquebrajado y minimizado, esperando, en algún momento, quizás, renacer de nuevo.

Esa admirable actitud melodiosa germinada hace cuatro décadas, se convirtió en pasmo universal y ejemplo a seguir en los cuatro puntos cardinales del planeta, al ser un método sin parangón, sencillo y a la vez arduo. Se trató desde el principio de arrancar, con el apoyo de los instrumentos musicales, el resuello rebelde de la juventud y la niñez abandonada de las garras de la violencia, la droga y la cruel indiferencia de la apática sociedad.
 
Con el trascurrir del tiempo, y tras una labor intensamente trabajada de enseñanza sobre el pentagrama de una partitura, un día esplendoroso en el Teatro Teresa Carreño, escuchamos asombrados y perplejos, la “Resurrección” de Gustav Mahler. 

Esa tarde sentimos que la exaltación musical no solamente glorifica la figura de una idea ya germinada en la mente del maestro Abreu, sino la portentosa fidelidad de un hombre excepcional ante los sempiternos valores de la vida convertidos en asombrosos sonidos armoniosos.

De todos esos laureles sembrados en medio planeta con el Sistema Nacional de Orquestas, nos viene a la memoria una tarde sentado en la platea más elevada del Teatro Campoamor, en la vetusta ciudad de Oviedo, lugar en que los amantes asturianos de la ópera escuchan las obras maestras. Allí vivimos un momento inolvidable de regocijo como pocas veces –por no añadir ninguna- tuvimos la dicha de valorar. 

Uno perpetúa de numerosas maneras los instantes impresionables gozados, y solamente un preciso momento bebido hasta el último sorbo, nos muestra que fue la fulminación más asombrosa que hemos podido gozar.
 
Brilló igual a una sinfonía luminaria sobre el mar Caribe tras una tormenta tropical de rayos y amplios truenos, dejando en el ambiente del teatro ovetense un saborcillo de joropo amoroso anegado de ron. 

He tenido tardes de octubre inenarrables en el Campoamor, en los momentos de la ceremonia de los “Premios Príncipe de Asturias” –ahora “Princesa”, por Leonor, la primogénita de los reyes españoles-, y entre todas se alzó el acto cuando el maestro José Antonio Abreu, acompañado de varios niños, símbolo inequívoco del maravilloso trabajo sembrado, recibía de manos del Príncipe de Felipe el bien merecido galardón de las Artes 2008.

Abreu rompió con los esquemas tradicionales de la enseñanza musical, le colocó una base social humanística con los niños y niñas de las barriadas caraqueñas y del interior del país, los más abandonados de toda esperanza, y hoy el sistema ha sido adoptado por diversos países. 

En julio de 2004, tras un encuentro de Sir Simon Rattle con la juventud musical venezolana, el reconocido maestro le dijo al país criollo: “Para ustedes es normal tener estos grandes talentos, pero para nosotros es impactante. Venezuela es el sitio donde está resucitando la música para la humanidad. Aquí tienen la posibilidad de explotar el significado de las cosas más sencillas, poder dar el máximo, todo lo mejor posible para crecer. Este es el regalo más grande”.

Esas palabras las hemos vuelto a sentir escuchando el día primero de enero el gran concierto de Viena.

rnaranco@hotmail.com
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