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Dos decisiones de Castro

Es posible que el Presidente haya sentido el miedo del doctor Acosta Ortiz al momento de sugerir lo de la operación, y cuando un médico tiene miedo, el paciente se asusta diez veces más

  • JIMENO JOSÉ HERNÁNDEZ DROULERS

13/11/2019 05:00 am

El 24 de Noviembre del año 1908 el general Cipriano Castro, Presidente de Venezuela, se embarcó en un buque “Guadalupe” con destino a Europa, dejando encargado del poder a su compadre, el Vicepresidente Juan Vicente Gómez.

Oficialmente se dio por motivo su pésimo estado de salud. También se rumoreó que el doctor Pablo Acosta Ortiz, su médico de confianza, no se atrevió a someter al jefe a una intervención quirúrgica necesaria para su recuperación. La gente decía que el galeno temía por su vida pues, un año antes, había pasado horas amargas durante la crisis sufrida por el Magistrado.

El padecimiento del General se agravaba con el paso de los días. Mientras sufría de dolores en los riñones, sus enemigos trazaban planes a ver quien se quedaría con el mando cuando la muerte cobrara la vida del Presidente. Los choques producidos por las ambiciones desatadas de ciertos personajes políticos influyentes, que aspiraban sucederlo en el poder, se repetían constantemente, repercutiendo sobre los ánimos del enfermo en su lecho.

Esto lo sabía el doctor Acosta Ortiz, por ello se manejó con sumo cuidado dadas las circunstancias. Temía con razón, el célebre cirujano, que en caso de algo salir mal en la operación, de tener un desenlace fatal, los partidarios del General Castro, así como la viuda y parientes podrían achacarle la culpa del fallecimiento del paciente. Pero como médico serio que era, orgulloso y respetuoso de haber tomado el juramento hipocrático, estaba dispuesto a tomar el bisturí y echarse una vaina encima.

Menciona el abogado, sociólogo e historiador Carlos Siso, en su libro “Castro y Gómez: importancia de la hegemonía andina”, que en aquellos días turbulentos, el médico del Cabito, recibió la visita de un amigo íntimo, personaje que formaba parte del Gobierno. Este amigo deseaba conocer, en conversación privada, sus sentimientos e ideas políticas sobre su paciente, el general Castro.

Según Siso, el doctor le respondió al amigo sin titubear:

-Ya sé lo que usted quiere saber… Lo voy a complacer… Políticamente yo no soy amigo de Castro, ni soy político; pero cuando yo piso el umbral de la puerta de su cuarto de enfermo, yo soy su mejor amigo… un hermano… un padre; soy su médico y no veo en él sino un paciente… y algo más, el enfermo que, a pesar de su alta posición, tiene depositada su confianza en mí.-

Así dejaba claro que haría todo lo que estuviese en sus manos para sanar al enfermo.

Es posible que el Presidente haya sentido el miedo del doctor Acosta Ortiz al momento de sugerir lo de la operación, y cuando un médico tiene miedo, el paciente se asusta diez veces más. Tal vez por ello no lo obligó por la fuerza para que ejecutase la intervención. Estaba agradecido por los servicios prestados durante más de un año atendiéndolo, pero nadie quiere operarse con alguien que le tiemble el pulso al instante de abrirlo.

Durante esos días corrió también el rumor en la capital que el Doctor David Lobo, otro afamado cirujano de la época, se ofreció para llevar a cabo la operación respondiendo por la vida del General. Al parecer, unas horas después, se aparecieron dos personas en su casa con el rostro tapado como unos bandoleros para amenazarlo. Éstos le comunicaron a Lobo que si osaba atravesar el Puente Restaurador para ir a Villa Zoila y asistir al Presidente Castro, podía tener por seguro que le costaría la vida.

Muchos opinan que más miedo tenía el Presidente que los mismos médicos, otros afirman que fue el mismo Acosta Ortiz quien le aconsejó al General que debía viajar al exterior para operarse, pero Siso opina que ninguna de estas dos teorías es cierta.

-La verdad de las cosas era que la enfermedad del general Castro no revestía tal gravedad; sufría de unos tumores fácilmente operables. Pero si él hubiera querido o tenido necesidad de hacerse operar por un gran especialista extranjero, lo habría traído al país, costara lo que costara, pues él estaba en condiciones de hacerlo. En Venezuela lo asistieron médicos de cuya honorabilidad nadie puede dudar, y quienes no intervinieron para nada en su viaje: se fue porque lo quiso, y porque le era necesario a su salud, cuyo estado general no era satisfactorio.-

Castro estaba al tanto que la cirugía no era complicada, pero la preocupación que los doctores pudiesen encontrar más de lo esperado al intervenirlo, anegaba sus pensamientos. Otro asunto que lo inquietaba era quien dejar a cargo al momento de abandonar el territorio. Difícil saber si lo atormentaba más la posibilidad de la muerte o perder la Presidencia.

Él mismo tomó la decisión de abandonar el país y marcharse a Berlín, para ser operado en la clínica del doctor James Israel. En vez de confiar en los médicos venezolanos, puso su destino en manos del extranjero. En cuanto a su reemplazante durante su ausencia escogió al único hombre que realmente pensó jamás lo traicionaría.

Digamos que la primera decisión le salió bien y la otra no tanto.

Jimenojose.hernandezd@gmail.com
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