Bacalao
Es el trabajo que desempeñan para subsistir la mayoría de los venezolanos recién llegados a España, sobre todos los más jóvenes, ágiles, capaces de desplazarse rápidamente con su carga a la espalda
¿Vas a seguir con ese bacalao en el hombro?
Para los venezolanos, en términos coloquiales, la palabra “bacalao”, es sinónimo de carga, peso, lastre. Al parecer, la expresión tiene su origen en el anuncio de la Emulsión de Scott, un tónico rico en vitaminas A y D, con calcio y fósforo adicionados, elaborado a partir del aceite de hígado de bacalao.
El anuncio del tónico en cuestión representaba a un hombre (presumiblemente un pescador) que llevaba al hombro un pez (presumiblemente un bacalao) casi tan grande como su cuerpo. La expresión de seguir con un bacalao en el hombro seguramente hacía referencia a ese anuncio, tan conocido como para alimentar la jerga popular.
Esta idea acudió a mi mente ayer después de contemplar, por enésima a vez, una imagen que me atormenta y que se va volviendo recurrente: la figura de un joven con una especie de caja isotérmica a la espalda, que se desplaza, como si de un moderno chasqui se tratara, de un extremo a otro de Madrid.
Seguramente para el español medio, se trata de un espectáculo anodino. La conveniencia de solicitar comida a domicilio ha repercutido en que proliferen diferentes servicios de envío y, si bien estas empresas subsistían antes gracias a la mensajería y la paquetería, actualmente su principal función consiste en efectuar la entrega de las comidas preparadas en diversos restaurantes con los que han establecido convenios, liberándolos de los engorrosos trámites de tener vehículos y personal contratado específicamente para este fin.
Para mí no es un espectáculo más: es el trabajo que desempeñan para subsistir la mayoría de los venezolanos recién llegados, sobre todos los más jóvenes, ágiles, capaces de desplazarse rápidamente con su carga a la espalda por toda la ciudad. De prisa, agitados, te los cruzas en la calle o en las escaleras del metro, por la que a veces cargan también con la bicicleta que les permitirá salvar la distancia hasta la casa del cliente una vez llegados a la estación de destino, desafiando los rigores de un clima al que no están acostumbrados, ellos los más humildes entre los trabajadores.
Me los cruzo y los reconozco en el habla, en las facciones, en el tono aceitunado de la piel, y los siento míos. Sé que son míos, y que yo también soy parte de ellos. Y yo sé que no deberían estar aquí, doblegados bajo el peso de su bacalao elegido libre y voluntariamente. Corren, pues les pagan por cada entrega realizada, y hay que hacer todas posibles para que compense el esfuerzo.
Se sienten felices. Han encontrado en su juventud y en sus fuerzas un recurso para ganarse la vida honradamente. “A Miguelacho le va bien”, dice mi sobrino, que está viviendo en Perú. “Apenas llegó a España pudo colocarse en…..”. Y suelta el nombre de una de estas empresas de delivery. Les parece todo un logro, y ciertamente lo es: tener un trabajo digno con el que poner un plato en la mesa no es poca cosa, y el valor, la determinación de que hacen gala estos jóvenes, acrecentado por el esfuerzo, es un capital nada desdeñable que en su momento -así habrá de ser- podrán transferir a otras labores.
Sin embargo… Yo sé, y se me parte el alma. Yo sé de lo que vienen. Yo sé que su lugar estaba en otro sitio; que hay talentos que se van desperdiciando, y que este recurso humano está nutriendo la economía de países que no son el mío.
Lejos de disminuirlos, sé que ellos, a nivel personal, saldrán enriquecidos de esta experiencia. Y entonces pienso que este bacalao ominoso con el que cargan a través de la ciudad, puede también ser la fuente que alimente, como el tónico, la templanza y la fortaleza de esta generación.
linda.dambrosiom@gmail.com
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