La concupiscencia
En la actualidad ha aparecido una variante no sexual, de la concupiscencia, consistente en el ansia desmedida por el lujo en todas sus formas...
Según el Diccionario de la Real Academia Española, la concupiscencia es “en la moral católica, deseo de los bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos”. En la teología cristiana, se llama concupiscencia a la propensión natural de los seres humanos a obrar el mal, como consecuencia del pecado original. En su sentido más general y etimológico, concupiscencia es el deseo que el alma siente por lo que le produce satisfacción, no en el sentido del bien moral, sino el que produce satisfacción carnal, a lo que hay que añadir, en el uso de la teología moral católica, que la concupiscencia es un apetito bajo, contrario a la razón.
Al tipo le gustaba la palabra concupiscencia y no solo por lo que etimológicamente significa, sino también por su dificultad para pronunciarla, pero le asaltaban dudas sobre su interpretación actual, aunque aceptaba lo que significaba la expresión: “un apetito contrario a la razón”. Podría ser, pero nunca contrario a los instintos que definen una parte de la naturaleza humana. La otra parte corresponde a esa razón, que nos distingue de los animales. Siempre pensó que la concupiscencia tenía que ver con el sexo, aunque no con la interpretación tal como la describía la Iglesia, aceptando que ahora fuese una palabra fuera de uso y de pecado.
Y sin embargo promocionar la concupiscencia, sigue siendo algo que se vende bien, aprovechando su amplísima divulgación en las redes sociales. En la actualidad ha aparecido una variante no sexual de la concupiscencia, consistente en el ansia desmedida por el lujo en todas sus formas. Para ello se promocionan artículos y servicios de exclusivos, utilizando el atractivo de mujeres bellísimas. Para el tipo, esta variante era la que más le molestaba. Consideraba que era una ostentación ególatra de los muy adinerados. Para la gran masa no adinerada, a su pesar, únicamente podían permitirse el lujo de balancear sus instintos, con el penoso resultado de perder su concupiscencia individual, aunque tratasen de recuperarla participando en la concupiscencia colectiva de las redes sociales. Lo peor es que se lo creen.
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