El quiebre renacentista
RICARDO GIL OTAIZA. Se produjo un quiebre, pero el cambio no fue repentino, sino que se dejó traslucir en una nueva atmósfera que trajo consigo prodigios en todos los órdenes de la vida
Fue la rigidez de preceptos y todas sus imposiciones, las que llevaron a que se produjera un punto de quiebre de la Edad Media, una ruptura traducida en cambio en todos los órdenes de la vida, lo que más tarde se denominaría como el Renacimiento (siglos XV y XVI). Para algunos investigadores esta etapa es de transición, ya que permite de algún modo amortiguar la ruptura con el pasado cercano (Edad Media) y establecer puentes a futuro (Edad Moderna). Como todo proceso, el Renacimiento fue una etapa de cambios progresivos que de algún modo impregnaron al pensamiento, a la ciencia, a las artes, a la religión y a la cultura en general. Quienes estudian sus causas y consecuencias afirman que nació en la Europa Occidental, e irradió más allá de sus fronteras para hacerse arquetipo del cambio necesario, que hará de la humanidad testigo de grandes portentos artísticos y materiales.
Por otra parte, la iglesia Católica es presa a partir de este período de fuertes contradicciones, que la llevaron a profundas rupturas con el pasado y que trajo consigo aparejadas divisiones y, con ellas, a la pérdida progresiva de su poder y del control terrenal. Del teocentrismo del medioevo se pasó al antropocentrismo, ya que es el hombre, en su concepción genérica, quien pasa a ser el centro de atención y la medida de todas las cosas, como lo proclamaba Protágoras en la antigua Grecia. Ahora bien, es la medida de todas cosas desde su propia imperfección.
Las artes vivieron un período extraordinario que se patentizó en grandes obras pictóricas, escultóricas, musicales, literarias y arquitectónicas, que marcaron profunda huella más allá de su tiempo histórico. El Renacimiento no deja atrás las ideas religiosas, sino que las amalgama y ellas adquieren una nueva tonalidad y se traducen en verdaderos milagros de la capacidad creadora. La renovación no fue solo en el campo de las artes, sino también de las ciencias, la filosofía y el pensamiento en general. Si bien se origina el Renacimiento en Italia (Florencia, específicamente), su imaginario y su cosmovisión trascienden su epicentro para trasladarse a buena parte de Europa, y de allí dio su salto a América.
El Renacimiento es per se un “renacer” de la cultura grecolatina, que busca el reencuentro con un pasado luminoso (la antigua Grecia y Roma) y trae consigo un futuro signado por profundos cambios en el accionar, en el pensamiento y en las artes (el Barroco). Desde lo filosófico emerge el denominado humanismo, como una manera de ubicar al hombre como centro del universo y de la vida. Paralelamente a esto, se produce (como queda dicho) una renovación de las artes en general, que llega a su esplendor de la mano de figuras como Boccaccio, Petrarca, Dante, Botticcelli, Miguel Ángel, Rafael, Da Vinci y muchos otros, que se transformaron a su vez en figuras representativas de una nueva manera de acercase al mundo.
Si como queda planteado en estas líneas, se produjo un quiebre, el cambio no fue repentino, sino que se dejó traslucir en una nueva atmósfera que trajo consigo prodigios en todos los órdenes de la vida. Por otra parte, la historia nos cuenta que todo quiebre no se traduce necesariamente en cambios significativos y positivos para la humanidad, pero este punto de inflexión florentino en particular significó para el mundo de entonces una marcha pausada (pero indetenible) hacia mayores cimas de realización y de esplendor. De no darse la transición renacentista tal vez el medioevo se hubiese quedado anclado más siglos, y con él su rémora de prodigios y de avance, de allí su importancia histórica y sus consecuencias positivas para todos nosotros.
@GilOtaiza
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