El efecto placebo ocurre cuando una persona mejora tras recibir un tratamiento sin principios activos, como una pastilla de azúcar, solo porque cree que funcionará. Estudios muestran que esta creencia activa el córtex prefrontal, que reduce la percepción del dolor al liberar endorfinas en áreas como la corteza cingulada anterior. También estimula la dopamina, reforzando la sensación de bienestar, y reduce el cortisol, aliviando el estrés.
Un experimento clásico de 2001, publicado en Science, demostró que pacientes con dolor crónico que recibieron un placebo experimentaron alivio comparable al de un analgésico real, con actividad cerebral similar en las áreas del dolor. Pero el placebo no solo alivia síntomas: la meditación y la visualización positiva pueden fortalecer el sistema inmunológico, aumentando la actividad de células que combaten infecciones, según investigaciones en Psychosomatic Medicine.
El lado oscuro del placebo es el efecto nocebo. Si crees que algo te hará daño, tu cuerpo puede responder como si fuera cierto. Por ejemplo, pacientes que piensan que un medicamento tiene efectos secundarios pueden experimentar síntomas como náuseas o fatiga, aunque sea inerte. Esto se debe a la activación de la amígdala, que dispara el estrés, y al aumento de cortisol, que amplifica la percepción de malestar. La creencia en una enfermedad puede generar síntomas psicosomáticos, como dolor o fatiga, sin una causa física clara.
La clave está en la plasticidad cerebral, la capacidad del cerebro para reorganizarse. Técnicas como la meditación, el biofeedback o la terapia cognitivo-conductual entrenan al córtex prefrontal para controlar procesos que parecen involuntarios, como el ritmo cardíaco o el dolor. Un ejemplo asombroso es la meditación tummo, practicada por monjes tibetanos, que les permite elevar su temperatura corporal hasta 8°C, según estudios de la Universidad de Harvard. Quien escribe ha ensayado con éxito regular a voluntad su ritmo cardíaco y presión arterial.
Estos hallazgos sugieren la posibilidad de entrenar a las personas para inducir procesos de curación, como acelerar la cicatrización o reducir la inflamación. Sin embargo, hay límites. La mente puede influir en el sistema inmunológico, pero no puede reparar daños estructurales graves, como un hueso roto, sin intervención médica.
El efecto placebo y la curación autoinducida abren preguntas fascinantes. ¿Podríamos usar la tecnología, como la estimulación magnética transcraneal y potenciar estas capacidades? ¿O diseñar terapias que aprovechen los sueños para practicar la autorregulación? También nos mueve a conectarnos con las prácticas ancestrales como el yoga, la meditación y la visualización como caminos hacia nuestra salud y felicidad.
La mente es un aliado poderoso, pero también un arma de doble filo. Creer que estamos sanos puede acercarnos a la salud; creer que estamos enfermos puede alejarnos de ella. Mientras la ciencia sigue explorando este terreno, una cosa es clara: lo que pensamos tiene efectos reales sobre nosotros.
La capacidad de modelar tanto nuestras creencias, actitudes y comportamientos pone de relieve nuestras posibilidades de aprender, desaprender y reaprender conductas, habilidades y conocimientos y contradicen de modo palmario la creencia según la cual “loro viejo no aprende a hablar” . Por lo tanto, cualquier edad es buena para aprender un idioma, inteligencia artificial o ser mejores a nosotros mismos. Desde luego que las posibilidades no son infinitas, pero ciertamente el techo de las mismas está mucho más alto de lo que asumimos cotidianamente y lo que es más importante: tenemos la capacidad de elevar o bajar la altura de ese techo.
El placebo nos enseña que creer en algo, incluso sin pruebas tangibles, puede transformar nuestro cuerpo y vida. Esta capacidad se conecta con la fe, entendida como la confianza firme en una idea, ya sea religiosa, personal o en nosotros mismos. Como decía Henry Ford, "Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, estás en lo cierto". Esta idea nos alumbra sobre el poder no solo de la fe religiosa, sino de la fe en general y arroja un nuevo entendimiento de la apuesta de Blaise Pascal, quien decía que si crees en Dios y existe, ganas el paraíso, mientras que si no crees y no existe, no pierdes nada, de modo análogo si creemos en nosotros mismos, en nuestras capacidades y posibilidades, no perdemos nada y tenemos mucho por ganar.
La plasticidad cerebral nos abre un campo de oportunidades más allá del poder de resetearnos internamente, pues nos permite aprovechar la “plasticidad del mundo” para configurarlo según nuestros deseos y capacidades tecnológicamente crecientes, nos permite entender que podemos construir y reconstruirnos a nosotros mismos y a nuestro entorno a semejanza de nuestra idea de un mundo mejor y, de esta manera, acercarnos a nuestra "tierra prometida" , incluso sin movernos de donde estamos y a partir de la aceptación comprensiva de nuestras realidades y capacidades.
@AsuajeGuedez
asuajeguedezd@gmail.com
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