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Imperio y reguetón

El mayor éxito cultural de América Latina (si se entiende por éxito y cultura los billboards de todo el mundo en la última década), es la esencia, el precipitado del más fiero imperialismo ideológico

  • GUSTAVO LINARES BENZO

19/04/2025 05:04 am

Con Trump en Washington nos toca a los países pequeños escoger imperio, decía este lugar en el artículo anterior. El menú imperial de hoy incluye a Estados Unidos y China; mañana a lo mejor Rusia y Europa también.

Así sea fatalidad caer en manos de un imperio, lo que siempre queda de libertad es la cultura, el pensar, el ser de cada pueblo. La eterna lucha entre la propia y la mentalidad colonial, un término que ya es de uso general (como en la imprescindible lectura Nuevo Mundo y Mentalidad Colonial de Rafael Tomás Caldera).

Sí se puede seguir siendo, aún entre cadenas, sean de oro o de acero. Hasta la provincia más pobre y periférica puede ser independiente en su corazón, como aquella Judea del comienzo de nuestra era frente al imperio romano; o como Polonia, que ni existía políticamente, descuartizada por las grandes potencias europeas por varios siglos; inclusive cabría preguntarse ¿cómo como México, Venezuela o Perú durante el Imperio español?

La pregunta es muy pertinente, porque lleva a las raíces de las que nació el proyecto que es, sin duda, el momento de máxima libertad política de Venezuela: la época de la gran Colombia, época que se prolongó, digamos con menos certeza, hasta 1848. Hasta mediados del siglo XIX, tuviésemos o no independencia política, éramos más nosotros que otros, menos coloniales que cuando Guzmán Blanco se vestía de mariscal francés o Gómez le entregaba Venezuela a Mr. Danger en concesión.

Mucho antes de Trump, la globalización ya producía un mundo culturalmente tan homogéneo, tan igualado, que este regreso a un mundo de varios bloques parece una reacción. La globalización produjo gigantescos beneficios: nunca antes en la historia humana tantos miles de millones de seres salieron del hambre y de la miseria, en China y la India sobre todo, y mejoraron tanto las condiciones alimenticias y sanitarias como entre 1990 y 2010. Pero también dejó atrás un imperialismo cultural mundial, que ha venido anulando pueblos y naciones dejando en su lugar a Karol G.

Karol G, el reguetón es donde la colonización de las mentalidades tiene su expresión más gráfica y evidente. El mayor éxito cultural de América Latina (si se entiende por éxito y cultura los billboards de todo el mundo en la última década), es la esencia, el precipitado del más fiero imperialismo ideológico. Un producto colonizador hecho en las mismas colonias, las más periféricas, para terminar de colonizarlos a todos.

El reguetón es sociológicamente fascinante. Sin melodía ni armonía, y un ritmo más simplón aún que el del disco, sin ningún artista de talla (¿Bad Bunny, quizás?), con letras más bien onomatopeyas o gemidos; se ve, se oye y se baila en Madrid, Moscú y Tokio por igual. Sobre todo se ve, es una música visual.

En los videos, letra, ritmo e imagen se repiten idénticos de una pieza a otra y podrían resumirse con una palabra: consumo, consumo puro y duro. La vida como mercancía, la misma mercancía. Al mismo nivel los cuerpos de mujeres, muchas para cada macho, los carros de lujo y las guayas (de oro, valga la redundancia) también muchos para cada uno. Una vida sencillamente inalcanzable, pero menos aún propia. Porque es la misma para todos, aunque ninguno la pueda vivir. No un ideal, sino un espejismo.

Ese imperio cultural ya nos conquistó, pero podemos liberarnos. Hay libertadores, se acaba de morir uno, Mario Vargas Llosa.

Seguirá.

@glinaresbenzo
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