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La Pasión de Cristo: ¿suicidio divino? Paradigma eterno de amor y compromiso

Jesús de Nazaret, como lo cuentan los cuatro evangelios reconocidos por la Iglesia, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, representaba todo lo contrario: el amor y el perdón, la humildad y el silencio

  • JULIO CÉSAR PINEDA

17/04/2025 05:04 am

Cuando creó Dios al hombre, lo hizo en función de su felicidad para vivir en armonía con el otro, con lo otro y con la divinidad por eso el mensaje bíblico del trinomio paz, justicia y bien común, todo basado en la dignidad de la persona humana. El ser humano ha desviado esta intención creadora hacia la violencia frente a los otros y en contra de la vida en general. Es la actual crisis que vivimos en esta nueva era de conflictos y violencia potenciados con las nuevas tecnologías de la robótica y de la inteligencia artificial.
 
La democracia en el mundo presente en 60 Estados, con el Estado Social y de Derecho pretende realizar el ideal de la revolución francesa, el cual comparte el Occidente y el Oriente de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Las constituciones del mundo han desarrollado en sus modelos políticos y sociales, sistemas y proyectos en el capitalismo hacia la libertad y en el comunismo hacia la justicia. Solo pocas democracias han combinado y armonizado estos imperativos, que por ahora estamos viendo en los sistemas del Estado Social y de Derecho, como es el caso de la Unión Europea y otras expresiones en otras regiones del planeta.

En esta Semana Santa, el juicio, la condena, la pasión y muerte de nuestro Señor Jesús Cristo, nos recuerda y nos obliga el sufrimiento de muchos Cristos individuales y colectivos. Cada vez son mayores las víctimas, los enfrentamientos y la violencia, tanto de gobiernos como agentes no estatales. Lo estamos viendo en la absurda guerra de Rusia contra Ucrania, en la interminable confrontación entre Palestina e Israel, la amenaza de China sobre Taiwán; y, a nivel de los países el desmoronamiento del Estado de Derecho, la debilidad de las instituciones, el desorden económico con los nuevos nacionalismos como el de Trump y la carencia de recursos por el desastre del calentamiento global.

Jesús de Nazaret quien evadió, gracias a sus padres José y María, la muerte a la cual estaba destinado por mandato del Rey Herodes, tenía que morir con el peor castigo de gobernantes romanos y judíos porque así estaba escrito y determinado por la voluntad divina. Con todo el poder, Jesús humildemente aceptó lo que Dios Padre había determinado con los peores castigos, insultos y violencia contra él. Es lo que algunos teólogos se interrogan más allá del paradigma de la redención y de la condena, a la violencia y a la persecución. Sí podría considerarse como un suicidio divino, la muerte y pasión del Hijo de Dios y si no tendríamos que reconsiderar la necesaria intervención de Judas, a quien se le iba a atribuir la responsabilidad de cumplir con el Viejo Testamento, que ya había anunciado lo que en cada Semana Santa revivimos.

En este viernes 18 de abril, después de terminar el Ramadán y coincidiendo con la Pascua judía, Venezuela como todo el mundo cristiano, recordamos el sufrimiento, la muerte y resurrección del Hijo de Dios, el Mesías. Volveremos a ver la película del director de cine Mel Gibson, la cual reconstruye un pedazo de la vida de Jesús dentro de la más clara ortodoxia cristiana y en la dirección del libro “La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo” producto de las meditaciones de la religiosa Ana Catalina Emmerick, de quien se inspiró el famoso director. El Vaticano anunció la beatificación de esta religiosa agustina, a quien Clemens Brentano, escritor alemán, se acercó para conocer los estigmas, las visiones y los éxtasis de esta monja. Al encontrarla se convirtió al catolicismo y permaneció junto a ella copiando los relatos de la vidente desde 1818 a 1824. Es gracias a él que el mundo conoció las revelaciones que muestran el dolor inhumano y la persecución de Jesús de Nazaret. Y en toda la historia, ese paradigma siempre ha sido invocado por los marginados, los pobres y los perseguidos.

En la comunidad judía a la cual pertenecía Jesús y bajo la ocupación de Palestina por Roma, cuando faltaban dos días para la celebración de la Pascua, se inició la prisión, proceso, muerte y resurrección de Cristo, el Hijo de Dios. Precisamente, hoy en Roma, a pesar de su estado de salud, el único Papa latinoamericano está dirigiendo esta importante conmemoración.

La clase política judía de ese tiempo que no puede identificarse con el pueblo histórico de Israel, dirigida por los grandes sacerdotes y los escribas, tramaba el arresto y la muerte del también judío Jesús, predicador de un nuevo mensaje que se inscribía en la tradición monoteísta del judaísmo pero que parecía heterodoxo y subversivo. La élite política religiosa de Jerusalén esperaba al Mesías o Redentor en la versión militar de un líder, jefe con poderes especiales de origen divino pero materializados en la fuerza, en los ejércitos y las armas; con capacidad y decisión de expulsar a los romanos sellando la independencia de Israel como pueblo escogido.

Jesús de Nazaret, como lo cuentan los cuatro evangelios reconocidos por la Iglesia, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, representaba todo lo contrario: el amor y el perdón, la humildad y el silencio. Su discurso no estaba dirigido en el mundo de la política ni en el campo del César, sino en el de la espiritualidad y en la esfera de Dios. Los milagros los hacía como prueba de su poder divino y no para las multitudes. Así cuando hizo ver a dos ciegos como lo relata Mateo les indicó: “Tengan cuidado de que nadie pueda saberlo”. También para el bienestar del hombre como la multiplicación de alimentos y las pescas milagrosas. Ante María Magdalena, la pecadora, a quien esperaba la lapidación, señalaba la hipocresía de quienes lanzan piedras sin sentirse libres de pecados. Jesús constituía una amenaza, especialmente después del masivo apoyo popular del domingo de ramos en la entrada triunfante a Jerusalén. Los sacerdotes necesitaban la complicidad de un traidor entre los discípulos y encontraron a Judas para que entregara por dinero a su maestro. Convencieron a los círculos más cercanos y más ignorantes de la herejía de Jesús, los enviaron armados de palos y espadas al huerto de los olivos para conducirlo al juicio y a la muerte. Allí empezó el sufrimiento, el dolor, la agresión, el insulto, la tortura, la mentira, la complicidad, la cobardía, la traición, que terminó en la crucifixión, el peor sistema punitivo de la época; hoy se emplean otros medios contra tantos Cristos que solo reclaman justicia, libertad e incluso independencia.

Comenzó el juicio cuando llevaron a Jesús ante el gran Sacerdote, quien maliciosamente inició el interrogatorio con la pregunta: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios?” y la firme respuesta del hijo de María: “Yo lo soy, y ustedes verán al hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios Padre”, fue cuando Caifás rompió su lujosa túnica y dio la premeditada sentencia: “Todos han entendido la blasfemia”. A lo largo de la historia, los tiranos y poderosos han recurrido a este tipo de sentencias para justificar la condena de sus víctimas. Así ocurrió con Galileo Galilei en 1642, con Juana de Arco en 1431, y mucho antes del surgimiento de las religiones monoteístas, en la antigua Grecia, cuando obligaron a Sócrates a beber cicuta en el año 399 a.C. por corromper con sus enseñanzas a la juventud.

En algunas de mis clases universitarias, recordarán los alumnos cuando explicábamos desde el punto de vista del derecho, este juicio con la doble ley, la romana como Estado ocupante de esas tierras sagradas y la religiosa y civil emanada de la cultura y religión nacional. El gran sacerdote, tenía la autoridad para condenar a Jesús por blasfemia, pero no podía decidir la pena de muerte y menos ejecutarla. Esto correspondía a Pilatos, porque Roma ejercía la soberanía política sobre Palestina; Roma dejaba en caso de delitos religiosos y civiles a la decisión local. El gobernador estaba informado de la situación de Jesús, de su mensaje, de sus enseñanzas, de sus milagros. El llamado Mesías no representaba amenaza para el poder imperial. Pero el gobernador romano temía a la sublevación del pueblo y prefería dar satisfacción a los sacerdotes y a la multitud, de allí sus preguntas ajenas a todo juicio político “¿Eres tu el rey de los judíos?” y “Tú no respondes nada de todo lo que te acusan”. Pilatos lo hace flagelar e intenta un intercambio para liberarlo por Barrabás, peligroso asesino a quien le esperaba la muerte por crímenes. En la mentalidad de Pilatos el pueblo preferiría la mansedumbre de Jesús a la violencia de Barrabás. Incapaz de una decisión justa y evadiendo toda responsabilidad, Pilatos se lavó las manos ante la multitud.
Con la pasión, muerte y resurrección comenzó la historia del cristianismo, con un judío extraordinario en la historia milenaria de ese pueblo y con una nueva visión en el Nuevo Testamento de la Biblia tradicional.

Se ha cuestionado a la película mencionada anteriormente de Mel Gibson por mediatizar la violencia contra Jesús, cien minutos de sadismo exagerado como lo afirmaba en la época el Washington Post, o dos horas de calvario para el espectador, en el periódico francés Le Figaro. Pero debe señalarse que ante cualquier minuto de sufrimiento debe existir la denuncia y la condena. La sociedad no debe olvidar hechos históricos y situaciones de degradación al ser humano. Condenar esas acciones para que no se repitan nunca más, porque hoy la Pasión, al estilo de Jesús, está presente en muchos pueblos y por muchos gobiernos en los cristos individuales y colectivos a quienes el poder político, económico o religioso y la fuerza militar pretenden destruir.

No se puede tener Alzheimer histórico, pérdida de memoria ante los sembradores de odios y ejecutores de violencia. Martín Luther King decía que cuando se reflexione sobre nuestro siglo, no nos parecerá lo más grave las fechorías de los malvados sino el escandaloso silencio de las personas honestas.

Es cierto que en esta película se le da a Pilatos un tratado benigno. Este prefecto romano de Judea, históricamente ha sido descrito como un personaje muy cruel y en la película aparece como un gran humanista. Los torturadores del Nazareno formaban parte de la guardia romana, pero se da a entender la satisfacción de la cúpula religiosa y política judía, siempre presentes en la película desde el proceso de Jesús hasta su muerte al pie de la cruz, lo que no corresponde a los cuatro evangelios y en los cuales tampoco se menciona la presencia del diablo que aparece entre las multitudes cinco veces bajo una figura andrógina. No puede deducirse que la globalidad del pueblo judío pueda ser responsable de una actuación de una elite en ese tiempo, como se ha pretendido con algunas campañas antisemitas, y como tampoco el pueblo italiano o alemán por los crímenes nazis o los pecados históricos de las tres religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo e Islam, con guerras fraticidas en nombre del Dios único.

La Pasión de Cristo, leída en las escrituras, escenificada en las Iglesias de todos los pueblos del mundo, mostrada en las películas, en óleos y cuadros famosos, representaciones teatrales donde incluso es real el sacrificio; en estos tiempos de ayuno, silencio y oración, debe servirnos al margen de la confrontación de las religiones y las creencias, para despertar lo mejor del ser humano en su espiritualidad y en su carácter universal en todo tiempo y espacio, con las dos grandes enseñanzas que nos dejó Jesús: el amor y el perdón. Finalmente, en esta historia, nadie pudo tener la culpa, ni judíos ni romanos, incluso Judas, como señalamos, cumplió con lo establecido; y aunque algunos afirman, como Jack Miles que esto fue un suicidio divino, una crisis en la vida de Dios. Todo estaba en las escrituras, todo estaba decidido y todo se cumplió de acuerdo al plan divino; y, sigue siendo un imperativo permanente e impostergable para todos los hombres y mujeres dentro del pluralismo religioso, pero especialmente para los cristianos y en nuestro caso para los católicos.

jcpineda01@gmail.com 
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