La imagen que me contempla
Hace varios años publiqué un libro diario digital, que titulé: La imagen que me contempla. Diarios 2019 (Amazon, 2020), y en él plasmo, como el título lo enuncia, mi trajinar personal, intelectual y libresco durante 365 días
1. Nos dice el autor chileno Alejandro Zambra, en su libro Tema libre (Anagrama, 2024), que hablar de nuestra biblioteca personal es un hecho de impudicia, y así lo creo, como creo también que he sido el autor venezolano más impúdico de toda su historia, porque tengo más de tres décadas haciéndolo en la prensa nacional (y lo he hecho en algunos de mis libros). Es más, tengo inédito un libro en el que me despido de mi biblioteca, y para ello tomo algunas obras que para mí han sido significativas porque han marcado mi pensamiento y mi propia vida. Y hasta en mi página de Instagram tengo referenciados más de un centenar de las obras que reposan en los anaqueles de nuestra casa en Venezuela, y escribo una breve nota de reseña de cada una de ellas. Entonces, si de impudicia se trata, pequé y sigo pecando, porque me gusta compartir mis lecturas (mas no mis libros, con esto soy al extremo celoso). Ahora bien, comprendo muy bien lo que nos quiso decir Zambra: hablar de nuestros libros es algo equivalente a desnudarse en público, a quedar expuestos en nuestra intimidad, porque eso son nuestros libros: compañeros de vida, están en los estantes, pero también en la alcoba, en la mesa de noche, en la cama, enredados en las cobijas y las sábanas, y hasta en el baño. Hablar de ellos en público y hasta mostrar fotografías de sus ediciones, es más o menos igual a mostrar en las redes nuestro cuerpo (o partes de él) sin más atavíos que la piel que nos fue dada como herencia.
2. Nos recuerda el desaparecido autor italiano Antonio Tabucchi, en su espléndido y recomendable libro Autobiografías ajenas. Poética a posteriori (Anagrama, 2006): “Un libro para un escritor (aunque creo que para el lector también), no acaba jamás allí donde termina. Un libro es un pequeño universo en expansión.” Hermoso, ¿no? Nunca antes una frase mayor en el mundo de lo libresco, porque en el caso del escritor existe siempre la tentación de revisión y corrección de su obra, lo que lo lleva a estar encima de sus creaciones quitando aquí y allá, sustituyendo vocablos, buscando sinónimos que palien las horrorosas repeticiones y cacofonías, poniendo al día lo que ha quedado obsoleto, suprimiendo lo que ya no cree o ahora detesta, intentando (¿sin éxito?) afinar su pluma, llenando esos vacíos que halla en sus propias páginas, apuntalando los cabos sueltos (que no deberían estar), ampliando párrafos y hasta capítulos enteros con ideas y argumentos que antes no tenía. Si es un lector (y también es un autor, como es mi caso), pues ni se diga: volvemos a los libros que amamos, los convertimos en guías de nuestros pasos, tomamos nota de aquello que no atisbamos en lecturas anteriores y que nos parece maravilloso, reconocemos en sus páginas su grandeza y perfección y nos planteamos (me ha pasado con frecuencia) adquirir una nueva edición, que vendría a consolidar nuestra aventura libresca.
3. Hace varios años publiqué un libro diario digital, que titulé: La imagen que me contempla. Diarios 2019 (Amazon, 2020), y en él plasmo, como el título lo enuncia, mi trajinar personal, intelectual y libresco durante 365 días. Este libro es relevante para mí, porque en este periodo llevé un registro pormenorizado de todo lo que hice y pensé, y fue el año de un quiebre importante y fundamental en mi vida: la partida consensuada (todos estuvimos de acuerdo) de mi esposa para el extranjero, y quedé solo en casa durante varios años. Como podrán suponer, muchas de las páginas de este libro están cargadas de vacío y soledad y de una emocionalidad que hoy me conmueve. Llevé ese registro, porque quería publicarlo y que muchos de los lectores vieran en estas páginas una fuente libresca y emocional que los motivara a seguir adelante, y ahondaran así en sus propias experiencias. Cuento todo esto porque recuerdo haber leído en Tabucchi, ya citado en el numeral anterior, lo siguiente: el autor Elias Canetti distinguía entre “Diario Auténtico” y “Diario Falsificado”. Quiero pensar que Canetti se refería al primero como aquellos diarios que muestran al Ser en su más profunda esencia: sin reacomodos ni subterfugios literarios. Son aquellos que un determinado autor lleva sin la “intención” de hacer literatura o ficción o autoficción, sino como una forma de ser y de existir, o de estar en sintonía con su tiempo histórico y que luego salen a la luz pública de la mano de su propio autor, o de sus herederos (qué se yo: los Diarios de Emilio Renzi llevados por Ricardo Piglia, que salieron de manera póstuma, y los Diarios de Rafael Chirbes, también póstumos). Y con respecto a los segundos, pues aquellos textos escritos de un tirón y a propósito del mercado editorial, que buscan hacerse pasar como el registro detenido y detallado en el tiempo o como producto de la reflexión paulatina y lenta de su autor, y que sólo buscan atención y preeminencia. Si me atengo a mis propias deducciones (y entender), los míos entran en la primera categoría.
4. Luego de toda una vida como lector y escritor, he llegado a una conclusión un tanto compleja: debemos interpelar a los libros, leerlos con criterio analítico y crítico (y no tan sólo estético o de disfrute), someterlos a la exégesis de quien está muy despierto en el ahora, batuquearlos con todas las herramientas intelectuales que dispongamos y, cuando sintamos que carecemos de ellas, buscar ayuda para intentar ir más allá de lo que está plasmado, sacarle el jugo a cada página, no leer por leer o para “quemar” el tiempo, volver una y otra vez a los libros que más nos han gustado, convertir a cada obra disfrutada en un caldo de cultivo de nuevas ideas y posturas, enriquecer nuestros intelecto, echar mano de los diccionarios a más no poder, tomar notas reflexivas acerca de lo leído, contrastar obras y autores, compartir con otros nuestros pareceres en torno de una lectura, hacer de cada libro un punto de inflexión en nuestro devenir: cada libro llegó porque tenía que llegar.
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