Las elecciones primarias de 2023 y la historia del comportamiento electoral en Venezuela
El cálculo matemático es solo un instrumento muy útil para diagnosticar y predecir probabilidades, pero también pierde su potencial predictivo al alejarse de la capacidad interpretativa que nos da el conocimiento histórico
El comportamiento electoral como objeto de estudio resulta ser un problema de alta complejidad, que va mucho más allá de analizar la distribución de las frecuencias de votación (FV) entre los candidatos o grupos políticos que se presenten a cualquier proceso de consulta electoral. La política es una cosa y la politología es otra de mayor valor académico y, mucho más, si se trata de algún estudio de politología histórica, es decir, no limitarse al estudio de una coyuntura electoral cerrada en sus evidencias episódicas y numéricas, sino entender la electoralidad política en el largo plazo del tiempo histórico como un conocimiento científicamente elaborado, donde radican las explicaciones e interpretaciones más cercanas a la verdad, tal y como nos lo enseñaron los maestros Boris Bunimov Parra, Manuel García Pelayo, Diego Urbaneja y otros, cuando estudiábamos el Doctorado en Ciencias políticas de la UCV.
El sistema electoral no es un ente aislado de su contexto sociohistórico y tampoco de la cultura política correspondiente, son escenarios cambiantes y heteróclitos que expresan conductas político-electorales de variada índole, que no están al alcance del conocimiento del elector u observador común. Los aprendizajes adquiridos desde los años de 1970, con autores calificados como Almond y Powell 1 que nos recomendó el Dr. Andrés Stambouli, nos condujo a entender lo electoral en su justa dimensión cualitativa y cuantitativa. Ese “funcionalismo evolutivo” en el que nos formamos, permite entender los cambios en los roles y estructuras activas en el sistema electoral, junto a los procesos de especialización y secularización en la cultura política correspondiente. Se superaba así el esquema “presentista” atemporal de algunos politólogos obsesivos con lo matemático, creyendo que la historia era solo una ilustración de casos y ejemplos, lo cual les hacía fracasar en sus interpretaciones y diagnósticos, que apenas eran útiles en un corto plazo para asesorías electorales, como las de aquellos que creyeron ingenuamente en las capacidades electorales de la belleza de Irene Sáez.
El cálculo matemático es solo un instrumento muy útil para diagnosticar y predecir probabilidades, pero también pierde su potencial predictivo al alejarse de la capacidad interpretativa que nos da el conocimiento histórico. Por todo ello, no es muy difícil concluir, aunque aún provisionalmente, que las denominadas elecciones primarias convocadas por la oposición venezolana, para este domingo 22 de octubre, ya siendo las tres de la tarde, representan un triunfo cualitativo político para esa oposición que se encuentra unificada en sus bases, acudiendo masivamente, sin pagos ni autobuses, a votar por un posible candidato para el proceso electoral del 2024. Aunque, estaría por corroborarse, sin ser profetas, si ese triunfo cualitativo pueda convertirse en un triunfo cuantitativo electoral el año próximo.
En función de lo expuesto, hay variables y amenazas que pueden afectar sensiblemente la tendencia general, casi obvia, de un triunfo opositor en 2024. En primer lugar, la hegemonía establecida tiene aún muchos recursos para influir sobre las preferencias electorales de un electorado comprable o reprimible, bajo una cultura política populista y parasitaria de buena parte de la población venezolana, cultura crematística que viene adherida a nuestra democracia desde, al menos, los años de 1970, como una tendencia muy influyente. En segundo lugar, esa capacidad de compra de voluntades desde el poder puede afectar la llamada unidad de la oposición, estimulando candidaturas alternas de “payasos” y mequetrefes electoreros con cierta capacidad mediática o disidentes tarifados de la misma oposición. También, la violencia de grupos igualmente tarifados y las inhabilitaciones políticas también pueden vulnerar cualquier predicción, aunque de persistir estas irregularidades, la acción política observable ya no correspondería a un escenario democrático-electoral, sino a fenómenos del autoritarismo histórico venezolano aliado siempre a grupos violentos anómicos, como aquellos “Lyncheros de Santa Rosalía” que tanto usó el presidente José Tadeo Monagas contra los Liberales y conservadores que se opusieron a su corrupta autocracia a mediados del siglo XIX.
Lo mejor que le puede ocurrir a la candidata e ingeniera María C. Machado, es contar con una mayoría significativa no hegemónica, pues los resultados electorales cualitativa y cuantitativamente hegemónicos (CAP, Lusinchi, Chávez) no dieron buenos resultados para la viabilidad política de la nación y provocaron, en buena medida, la crisis que hoy vivimos. Por otra parte, los mejores tiempos de la democracia política venezolana y de progreso material y social, los vivimos entre los años de 1958 y 1973, cuando las elecciones nos dieron resultados no hegemónicos con los gobiernos de los presidentes Betancourt, Leoni y Caldera 1. Época de acuerdos, pactos y alianzas políticas democráticas, que permitieron el compartir el poder y traspasarlo al contrincante electoral que triunfara electoralmente. Ni los golpes militares disparatados (Porteñazo, Carupanazo, etc.) ni la guerrilla foquista pudieron detener aquellos años de entendimiento y progreso.
Como en los años del Tratado de Coche de 1853 al terminar la Guerra Federal o el Pacto de Punto Fijo al terminar el régimen militarista en 1958, necesitamos un entendimiento estructural hoy, no solamente en la unidad de la oposición, sino también con los factores políticos decentes y rescatables del gobierno actual de Venezuela. Solo ese Pacto político para 2024 o 2025, entre los actores determinantes de la estructura de poder interna, partidos, sindicatos, empresarios, iglesia, militares, universidades, etc. podrá sacarnos de la sentina histórica que padecemos.
ANB Cronista de la UCV.
1 Política Comparada, Buenos Aires, Paidos, 1972.
El sistema electoral no es un ente aislado de su contexto sociohistórico y tampoco de la cultura política correspondiente, son escenarios cambiantes y heteróclitos que expresan conductas político-electorales de variada índole, que no están al alcance del conocimiento del elector u observador común. Los aprendizajes adquiridos desde los años de 1970, con autores calificados como Almond y Powell 1 que nos recomendó el Dr. Andrés Stambouli, nos condujo a entender lo electoral en su justa dimensión cualitativa y cuantitativa. Ese “funcionalismo evolutivo” en el que nos formamos, permite entender los cambios en los roles y estructuras activas en el sistema electoral, junto a los procesos de especialización y secularización en la cultura política correspondiente. Se superaba así el esquema “presentista” atemporal de algunos politólogos obsesivos con lo matemático, creyendo que la historia era solo una ilustración de casos y ejemplos, lo cual les hacía fracasar en sus interpretaciones y diagnósticos, que apenas eran útiles en un corto plazo para asesorías electorales, como las de aquellos que creyeron ingenuamente en las capacidades electorales de la belleza de Irene Sáez.
El cálculo matemático es solo un instrumento muy útil para diagnosticar y predecir probabilidades, pero también pierde su potencial predictivo al alejarse de la capacidad interpretativa que nos da el conocimiento histórico. Por todo ello, no es muy difícil concluir, aunque aún provisionalmente, que las denominadas elecciones primarias convocadas por la oposición venezolana, para este domingo 22 de octubre, ya siendo las tres de la tarde, representan un triunfo cualitativo político para esa oposición que se encuentra unificada en sus bases, acudiendo masivamente, sin pagos ni autobuses, a votar por un posible candidato para el proceso electoral del 2024. Aunque, estaría por corroborarse, sin ser profetas, si ese triunfo cualitativo pueda convertirse en un triunfo cuantitativo electoral el año próximo.
En función de lo expuesto, hay variables y amenazas que pueden afectar sensiblemente la tendencia general, casi obvia, de un triunfo opositor en 2024. En primer lugar, la hegemonía establecida tiene aún muchos recursos para influir sobre las preferencias electorales de un electorado comprable o reprimible, bajo una cultura política populista y parasitaria de buena parte de la población venezolana, cultura crematística que viene adherida a nuestra democracia desde, al menos, los años de 1970, como una tendencia muy influyente. En segundo lugar, esa capacidad de compra de voluntades desde el poder puede afectar la llamada unidad de la oposición, estimulando candidaturas alternas de “payasos” y mequetrefes electoreros con cierta capacidad mediática o disidentes tarifados de la misma oposición. También, la violencia de grupos igualmente tarifados y las inhabilitaciones políticas también pueden vulnerar cualquier predicción, aunque de persistir estas irregularidades, la acción política observable ya no correspondería a un escenario democrático-electoral, sino a fenómenos del autoritarismo histórico venezolano aliado siempre a grupos violentos anómicos, como aquellos “Lyncheros de Santa Rosalía” que tanto usó el presidente José Tadeo Monagas contra los Liberales y conservadores que se opusieron a su corrupta autocracia a mediados del siglo XIX.
Lo mejor que le puede ocurrir a la candidata e ingeniera María C. Machado, es contar con una mayoría significativa no hegemónica, pues los resultados electorales cualitativa y cuantitativamente hegemónicos (CAP, Lusinchi, Chávez) no dieron buenos resultados para la viabilidad política de la nación y provocaron, en buena medida, la crisis que hoy vivimos. Por otra parte, los mejores tiempos de la democracia política venezolana y de progreso material y social, los vivimos entre los años de 1958 y 1973, cuando las elecciones nos dieron resultados no hegemónicos con los gobiernos de los presidentes Betancourt, Leoni y Caldera 1. Época de acuerdos, pactos y alianzas políticas democráticas, que permitieron el compartir el poder y traspasarlo al contrincante electoral que triunfara electoralmente. Ni los golpes militares disparatados (Porteñazo, Carupanazo, etc.) ni la guerrilla foquista pudieron detener aquellos años de entendimiento y progreso.
Como en los años del Tratado de Coche de 1853 al terminar la Guerra Federal o el Pacto de Punto Fijo al terminar el régimen militarista en 1958, necesitamos un entendimiento estructural hoy, no solamente en la unidad de la oposición, sino también con los factores políticos decentes y rescatables del gobierno actual de Venezuela. Solo ese Pacto político para 2024 o 2025, entre los actores determinantes de la estructura de poder interna, partidos, sindicatos, empresarios, iglesia, militares, universidades, etc. podrá sacarnos de la sentina histórica que padecemos.
ANB Cronista de la UCV.
1 Política Comparada, Buenos Aires, Paidos, 1972.
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